El rebuzno nocturno de los burros, el cacareo de las gallinas escarbando en la calle, las patadas de las mulas en la cuadra, el cuerno del pastor convocando a las ovejas, las campanadas del Ángelus, el tentenublo para espantar la trmenta, la campanilla del viático, el toque a muerto, los gritos del vendedor ambulante, los del pregonero, las ruedas del carro sobre el empedrado, el rebaño entrando en la tenada, los gritos a los bueyes, el run-rún del trillo, el bieldo y el rastrillo en la era, el llenado de los sacos con las medias fanegas, el grito de un cerdo, los trallazos de los colchoneros vareando la lana, el chiflo del afilador, el machaqueo del herrero, el martilleo del cantero, la azuela tallando vigas, pisando uvas en el lagar, los cantares del obrero (¿ya nadie canta en el tajo?), el torneado de la madera, hilando en el telar, la molienda en el molino, batiendo la mantequilla, pelando pollos…
Estos días los estoy pasando en Villamuñío, un pueblecito de León, y me doy cuenta de los muchos sonidos que conocí de niño y que, como los linces o los quebrantahuesos, se han extinguido.
Ante tan irrecuperable ausencia se los he tratado de explicar a mis hijos y no he podido. ¿Cómo explicas un sonido? Sí es verdad, les cuentas lo que eran esas actividades desaparecidas, para qué servían, tratas de introducirles en la ensoñación de tus recuerdos, pero es inútil.
Paseas por las eras, ahora repletas de grano acumulado en altos montones, y al paso de las cosechadoras y los tractores con aire acondicionado intentas explicar a los niños cómo se cosechaba antes con la hoz o cómo se trillaba a lo largo de tediosas jornadas bajo un sol implacable, arreando desmayado a los bueyes y burros, buscando en el botijo el frescor imposible. A qué sonaba ese trabajo. A los niños de hoy en día eso les resulta tan complicado de entender como difícil les parece el misterio de la desaparición de los dinosaurios. De hecho, tras la explicación colocan mi infancia en los mismos tiempos que los del Tiranosaurio rex, y no les critico. Los sonidos perdidos resultan imposibles de imaginar.
Sólo volviéndolos a escuchar podríamos rememorar ese mundo rural desaparecido, pero los muertos son mudos. Tan sólo nos queda su recuerdo, que en un esfuerzo nostálgico podríamos recuperar entre todos una vez al año, en los veraneos en el pueblo, aunque sólo fuera para que no se pierdan, para que no los olvidemos.
¿Lo oyeron? Acaba de rebuznar un burro, el último del pueblo. Al menos para mis hijos este sonido rural les acompañará toda la vida, como a mí.