Los campamentos de Montejo | José Luis Gallego


Queridos miembros del Club Amigos de Félix, hace muchos años, en 1981, tuve la suerte, la inmensa fortuna diría hoy, de acudir por primera vez (luego sería mi destino durante 6 veranos seguidos, ya como monitor) a los campamentos de verano DR. FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE que la delegación española del World Wildlife Fund (por aquel entonces denominada ADENA) organizaba en el Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega, una hermosa reserva de vida salvaje incluida hoy en el Parque Natural de las Hoces del Riaza, en la provincia de Segovia.

Por aquel entonces yo era uno de los miles de niños que se habían formado en el amor a la naturaleza siguiendo la palabra y la obra de Félix, tanto en radio como en televisión, y formaba parte del “Club los Linces” que agrupaba a los socios más jóvenes de Adena, la asociación que Félix había fundado años atrás. Como muchos de vosotros sabéis, Félix nos había dejado un año antes, pero su espíritu y su legado permanecían muy vivos en el campamento y su voz resonaba en los corazones de todos los jóvenes e inexpertos naturalistas que tanto le amábamos.

En aquellos campamentos los miembros del Club los Linces adquiríamos una sólida formación en el conocimiento de las ciencias naturales y el naturalismo de campo. Allí ejercían su papel como monitores ornitólogos, herpetólogos, ictiólogos, entomólogos, geólogos y muchos otros especialistas en el estudio del entorno y los seres que lo habitan. Había incluso astrónomos que, en las noches estrelladas de campamento, nos enseñaban a interpretar el firmamento, o escaladores con los que aprendíamos las técnicas elementales de esta práctica deportiva descendiendo los cortados rocosos más accesibles, siempre sin molestar a las aves rapaces que criaban en el refugio, como el buitre leonado, el alimoche o el halcón peregrino, entre muchas otras.

Realizábamos largas excursiones por el refugio aprendiendo a diferenciar las especies de flora y fauna, descendíamos a la profundidad oscura de las cuevas, nos emboscábamos en encinares y sabinares centenarios, atravesábamos vallejos y parameras, nadábamos en las refrescantes aguas del Riaza, y regresábamos al atardecer a la pradera dónde se encontraba el campamento, exhaustos, pero infinitamente contentos por la amistad que íbamos forjando y los conocimientos que adquiríamos.

También hacíamos prácticas de laboratorio en el cobertizo y recibíamos charlas sobre conservación de la naturaleza en la chopera del campamento y hablábamos con pastores, agricultores y gentes del campo que nos nutrían con su valioso saber. Era una auténtica escuela de naturaleza al aire libre.

Allí aprendí buena parte de lo que me ha ayudado a convertirme en divulgador ambiental y defensor de la naturaleza en los medios de comunicación, por eso me considero en deuda con aquellos campamentos.

Y por eso me permito recomendaros de todo corazón que no dejéis escapar la ocasión de vivir la misma experiencia que yo viví acudiendo a la primera edición de los NUEVOS CAMPAMENTOS FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE que su fundación organiza en Alvarella, un hermoso lugar junto al Parque Natural de las Fragas del Eume, en el corazón verde de Galicia, uno de los rincones más bellos de nuestra naturaleza.

El legado de Félix, perfectamente actual y del todo vigente, es uno de los mejores valores que podemos compartir todos aquellos que amamos la naturaleza y defendemos el medio ambiente. Y en esta nueva edición de sus campamentos se van a dar cita los mejores educadores ambientales para transmitir ese legado a las nuevas generaciones de jóvenes e inexpertos naturalistas con ganas de aprender de la naturaleza y las gentes que la habitan.

Si queréis revivir una de las mayores experiencias de amistad y amor a la naturaleza no dudéis en acudir a estos campamentos. Si así lo hacéis tendremos ocasión de conocernos. Solo un consejo final: no tardéis en tomar la decisión, quedan muy pocas plazas.

Un abrazo muy fuerte y ya sabéis, si os gusta la naturaleza, este verano tenemos una cita en Galicia.

Más información del campamento

Agricultura anticrisis | Gustavo Duch

El hambre, la peor y la más extendida de las pobrezas, cruel y paradójicamente nunca tuvo nada que ver con la falta de alimentos. En los últimos años, esta afirmación se presenta con su peor cara. Las crisis alimentarias –las subidas de precio de los alimentos básicos– han sido provocadas por la avaricia de personas, organizaciones y mecanismos que se dedican a la especulación con los alimentos. Unos negocios basados en la fabricación de escenarios de malas y pocas cosechas que, mientras consiguen que sus promotores recolecten grandes beneficios, hacen que para muchas familias desayunar, comer o cenar sea algo imposible, sobre todo en los países empobrecidos del Sur que dedican el 70% de sus ingresos a la necesidad de alimentarse.

Pero aun sabiendo que no es un problema de abastecimiento, pues disponemos de alimentos suficientes para todo el planeta –más de la mitad de las cosechas de cereales se dedican a piensos para animales y agrocombustibles; los descartes de la pesca rondan el 40%; sólo en Europa en la cadena de producción, suministro y consumo de alimentos, se desperdicia hasta un 50% de los alimentos; y otros datos que señalan el mal uso y desperdicio de los alimentos–, es necesario revisar qué modelo de agricultura puede ayudar a revertir la situación.

Las características que debemos demandarle a esta agricultura son tres: que tenga capacidad productiva suficiente para la población actual y futura; que sea respetuosa con el medio ambiente y con el uso de los recursos naturales, es decir, que sea sostenible; y que genere el suficiente sustento nutritivo y económico para las personas que la producen, porque es precisamente la población campesina quien más sufre pobreza, en una crisis antigua y estructural.

Como pudimos escuchar el pasado 17 de abril, Día de la Lucha Campesina, los movimientos campesinos defienden con contundencia y perseverancia, frente a la agricultura industrial (la que imita los procesos industriales y fabriles), una agricultura inspirada en la naturaleza: la agroecología. Sus bondades más evidentes (adaptabilidad a diferentes ecosistemas, bajo uso del petróleo, poca contaminación, defensa de la biodiversidad, mejor calidad, etc.) casi nadie las discute. En cambio, siempre se la acusa de ser una agricultura bucólica, romántica e incapaz de producir lo suficiente. Un mito en el que la industria agrícola ha invertido tanto que pareciera que las plantas sólo crecen regadas con productos químicos, los árboles sólo dan frutos si se las abona con fertilizantes sintéticos y las vacas sólo dan leche si se las alimenta con soja.

Pero tenemos fundamentos para afirmar que esto no es así. El más reciente llega del relator especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, que presentó ante el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra su informe “La Agroecología y el Derecho a la Alimentación”, elaborado a partir de las investigaciones más relevantes en estas temáticas de los últimos cinco años, donde se ratifica que “la agroecología puede duplicar la producción alimentaria entre cinco y diez años en regiones donde reina el hambre”.

Para llegar a esta conclusión el informe presenta diferentes estudios y experiencias donde se han aplicado variadas técnicas basadas en la perspectiva agroecológica. Por ejemplo, destaca el estudio realizado por el profesor de la Universidad de Essex (Reino Unido) Jules Pretty en el que se compararon los efectos de la agroecología en 286 proyectos distribuidos en 57 países empobrecidos, englobando en total una superficie de 37 millones de hectáreas, es decir, una superficie muy significativa. Pues bien, los resultados muestran un aumento medio de la cosecha del 79%. O el estudio encargado por el Proyecto de Previsiones del Gobierno del Reino Unido sobre el Futuro de los Alimentos y la Agricultura Mundiales, que examinó otros 40 proyectos en 20 países africanos en los que se impulsó la agroecología durante la década de 2000. En ellos, el rendimiento medio de las cosechas, sólo entre tres y diez años, se duplicó holgadamente. Es decir, una familia campesina, con técnicas muy sencillas, ecológicas y autónomas (por ejemplo, incorporación de peces en los arrozales de regadío, barreras de piedra para mejorar la humedad del suelo, integración de la ganadería con la agricultura, cultivos repelentes de insectos, utilización de leguminosas para fijar nitrógeno y muchas otras) puede ver en poco tiempo más que duplicados los alimentos que puede consumir o llevar al mercado.

Con tales evidencias, y con los problemas que genera la agricultura intensiva, es preciso revisar dos planteamientos urgentemente. Por un lado, en los países más empobrecidos se ha de favorecer la propagación de esta agricultura, creando el entorno propicio –como dice el relator–. Las estrategias nacionales deben incorporar la agroecología como el motor fundamental de su producción de autoabastecimiento, y para ello se debe reorientar el gasto público en agricultura, actualmente centrado en agricultura para la exportación, y apoyar todas las estrategias participativas (por ejemplo los programas “de campesino a campesino”) que permiten la difusión más eficiente de este nuevo enfoque.

Y por otro lado, ¿no deberíamos en los países industrializados, con megagranjas de gallinas y cerdos en clausura, con monocultivos de trigo u olivares, y por lo tanto de pueblos desiertos, de huertas abandonadas, de un campesinado inexistente o envejecido… y paisajes artificiales, revisar –a vista de los resultados presentados– nuestro propio sistema agrario y alimentario?

Ilustración de Jordi Duró

La salud en el plato (y el abuelo Santos) | Gustavo Duch

Supongo que cualquier persona tiene uno o más ejemplos. El mío era el abuelo Santos y los años que vivió, que fueron muchos y saludables. Estaba claro el porqué. Santos nació y vivió siempre en un pequeño pueblo segoviano rodeado de naturaleza en estado puro. Sus labores, de hortelano y ganadero, las llevó a cabo sin productos químicos. Y su alimentación, basada en sopas, legumbres, verduras y poca carne,  fue casi toda producida por la misma familia o vecinos de los aledaños. La vejez le trajo, como es normal, los consabidos achaques, con los  que nos demostró de nuevo su mucha fortaleza acumulada en cada bocanada inspirada durante los ochenta y tantos años anteriores. Aunque, cuando su vida ya tocaba a su fin, los traslados a la capital para alguna hospitalización, prueba o revisión eran verdaderamente un engorro.

¿Podemos decir actualmente lo mismo? Es decir ¿tenemos referencias de que la salud de las personas vaya mejorando con esta civilización globalizada? Creo que podemos afirmar que no, que obviamente han mejorado muchos los sistemas sanitarios, la medicina en general y que gracias a ella se sobreviven algunos años…pero la salud de las personas – como el Planeta que nos acoge- parece cada vez más mermada.

Mucho tiene que ver en todo esto nuestro sistema alimentario global, que con un enfoque exclusivamente mercantilista produce básicamente alimentos baratos de tres tipos: los de baja calidad (las verduras y frutas de invernadero, por ejemplo), los de dudosa calidad (los productos con elementos transgénicos, por ejemplo) y, a veces, los claramente dañinos (alimentos contaminados con dioxinas, por ejemplo). Y aunque parezca que tenemos mucho donde escoger, la globalización alimentaria, más que diversificación nos ha llevado a una homogeneización de las dietas (ricas en azúcares y grasas) que es en sí misma un atentado contra la salud y la cultura culinaria de la población.

Capear con alimentos de tantos orígenes ha requerido incrementar las medidas de seguridad alimentaria pero ni con ellas nos escapamos de crisis como las vacas locas, la gripe A o las mencionadas dioxinas. Porque no es una cuestión de más vigilancia, es cuestión de recuperar un modelo de producción  que nos encauce hacia una dieta equilibrada y sensata. De hecho, el diseño tan férreo de las normativas sanitarias para los alimentos, suele beneficiar a las grandes corporaciones y transformadoras de alimentos, arrinconando prácticas sencillas del campesinado, que favorecerían el consumo de proximidad y confianza.

Pero además se aprecia otra realidad. Si de alguna forma la salud, la fortaleza, en nuestra conciencia colectiva se la atribuye a la gente del campo -gente saludable, decimos, pensando en  abuelos como Santos-, esta situación,  también como consecuencia del modelo de producción impuesto, ha cambiado. Las y los agricultores, los trabajadores y trabajadoras del campo son uno de los colectivos con más riesgos de caer enfermos, no sólo por accidentes laborales de esfuerzo, de empleo de maquinaria o trabajos manuales, sino por el uso (y abuso) poco controlado de productos químicos de los que, de nuevo, sólo se enriquece la agroindustria. Las estadísticas son alarmantes.

Y si en pocos años mucho han cambiado las cosas para las gentes del campo, algunas lamentablemente, se mantienen intactas, como es la discriminación que existe en el acceso a los servicios públicos sanitarios. Muchos pueblos del Estado carecen de algunos servicios básicos (ecografías, radiografías, servicio de ginecología, ambulancias…) y casi siempre todo está demasiado lejos y demasiado centralizado, como sufrió el abuelo Santos. Las tendencias neoliberales y la actual crisis económica sólo hacen que acentuar el problema pues las medidas que se aplican tendentes a la privatización de los servicios sanitarios (como el copago), harán más grande la brecha entre unos ciudadanos y otros. Entre la gente del medio rural y del medio urbano; entre las personas mayores y los más jóvenes; entre los más pobres y los más ricos, y desde luego entre mujeres y hombres.

La agricultura industrial no sólo provoca la desaparición de muchas fincas y unidades agrarias, pobreza en el medio rural, competencia en los países del Sur, desastres medioambientales, etc., sino que también es la responsable de muchas muertes en el campo y en la mesa. Por eso desde los movimientos campesinos se defiende recuperar el control de la agricultura y la alimentación, es decir, recuperar nuestra soberanía alimentaria con una agricultura campesina a pequeña escala como la única vía posible para alimentar al mundo de forma justa, sana y sostenible.

(Más información sobre salud y agricultura, aquí)

La guinda - Gustavo Duch


Somos lo que comemos –dicen- pero también podemos pensar lo contrario: que somos lo que no comemos, lo que desaprovechamos.

Y digo esto pensando en mi querido Jaume. Cuando nos reunimos para alguna celebración familiar la guinda de los pasteles siempre queda apartada en un rincón de todos los platos de los comensales. Excepto en el de Jaume que se las come, explicando que le gustan. Pero creo que miente. Porque cuando pasa por casa y le regalamos pan para que alimente a los pájaros de su jardín nos dice que no está lo suficientemente duro, que sigue siendo comestible. O porque los plátanos que mis hijos dicen que ya están demasiado maduros, casi negros, él sigue considerando que son una buena merienda, que no se pueden echar a perder. Por los mismos motivos argumenta que los yogures, diga lo que diga el envase, no caducan nunca.

Y sí, como yo pensaba, me ha confesado que no le gustan esas cerezas confitadas de los pasteles, pero que en su casa, la posguerra y las penurias, les enseñaron a no desperdiciar nada.

En sólo dos generaciones hemos pasado de un extremo a otro: de la escasez a la abundancia, lo que nos ha llevado (aunque no tenía porque ser así) de economizar a derrochar. Según informa una resolución del Parlamento Europeo del 18 de enero de este año 2011, en la cadena de producción, suministro y consumo se desperdician  -y no deja de sorprenderme- el 50% de los alimentos.
Una sociedad que permite esta situación no puede estar orgullosa de su comportamiento individual, ni del modelo agroalimentario del que nos hemos dotado. Entre otras cosas porque la comida no es más que el aprovechamiento de unos recursos naturales: aire, agua, tierra. Y este es uno de los motivos por los cuales desde el pasado día 19 de abril, en España hemos entrado en déficit ecológico. Es decir, si esos recursos naturales los distribuimos equitativamente entre toda la población del planeta, hemos superado nuestra cuota. Nuestro modelo consumista del derroche ha agotado lo que nos corresponde y si seguimos comiendo, respirando y contaminando es porque, desde ese día contraemos una deuda... que me temo no vamos a cancelar.

Porque en realidad se trata de un mal uso del préstamo que nos han hecho las generaciones futuras; y de un hurto ecológico, que un sistema dominado por oligopolios, explota okupando tierras y mares de los países del Sur, para abastecer a las poblaciones que les podemos enriquecer.

2011, Año Internacional de los Bosques | Guadalupe Fdez. de la Cuesta

El día amanece radiante después de días de intensas lluvias. Tras las ventanas se cuelan los murmullos cercanos de los chopos en una danza sensual de ramas recién vestidas. A sus pies un aprendiz de río estrena sombras entre sus alegres espumas de agua. Las cumbres de las montañas dibujan sus perfiles con trazos de niños en un cielo azul de cuento y sus laderas se cubren de los matices del verde nuevo en un reto a los matorrales que aún están remisos a esta llamada de la primavera lujuriosa. Esparcidas y como olvidadas, las retamas, escobares, aulagas y margaritas van pintando de amarillo y blanco su particular cuadro impresionista. En este marco de color se ocultan las setas –“perros-chicos, senderillas”- que silencian su aparición a los “seteros” para resguardarse de los revueltos en la sartén.

Una conducta atávica y compulsiva conduce mis pasos hacia el pinar. Es un enamoramiento correspondido porque su respuesta sobrepasa mis expectativas de un feliz encuentro. Sé que reitero estos sentimientos y que los adjetivos nunca alcanzarán la cualidad de las percepciones que se filtran en el alma por entre cada poro de la piel. Veo el tapiz umbroso y casi mágico que sustenta las raíces de pinos arrogantes, enhiestos, agujereando el cielo. Juega el sol al escondite y descubro destellos dorados enhebrando los troncos tapizados de musgos y líquenes. En esta catedral de los silencios se cuelan susurros de vida de los animales, rumores de agua de los arroyos y aromas de resina. Lucen las hayas su ropaje nuevo como una provocación a la armónica conjunción de los pinos. Luego los helechos con sus penachos verdes irán pregonando el final de la primavera.

El pinar me trae recuerdos de “las cortas”.  Los hombres cargaban al hombro su experiencia, los tronzadores y las hachas al encuentro con el pino que les había correspondido en la subasta. El eco multiplicaba los cortes secos y rotundos en los troncos, hendiduras que marcaban la caída en la orientación elegida sin otro peligro que el “encaramado” o algún otro desarraigo no previsto. Luego el movimiento rítmico y acompasado del tronzador llevaba el temblor agónico al pino y al estruendoso final hecho de una suma de estertores de ramas desgajadas y sacudidas sobre el suelo. El polvo envolvente y la quietud del árbol daban reposo y satisfacción a los hombres.

La Asamblea General de las Naciones Unidas declara el 2011 como el “Año Internacional de los Bosques”.  Eso significa que el desarrollo sostenible de los pinares debe generar riqueza para una población –cuando menos, también sostenible- que viva en sus sombras; En un artículo aparecido en el periódico El País del día 9 de de mayo, Joan Mesquida, secretario general de Turismo y Comercio, declara, por ejemplo, que el turismo “es un sector estratégico en el escenario económico español. En el año 2010 España fue el cuarto país más visitado del mundo… En las apuestas del Gobierno esta “el nuevo reto que representa el Plan Turismo Litoral aprobado por unanimidad en el ultimo Consejo Español del Turismo” (…) y “modernizar nuestros destinos tradicionales de sol y playa”. Ni una sola palabra para el turismo rural. No existimos. ¿Dónde andarán los bosques?

“La convergencia entre lo rural y la naturaleza es clave para afrontar el futuro de zonas desfavorecidas ricas en biodiversidad y de las especies amenazadas”.
Félix Rodríguez de la Fuente.

Bosques de siempre | Guillermo Ramcés

Al entrar en un bosque se tiene la impresión de haber estado antes en él. No importa que especie de árboles lo conformen, ni si está tapizando un valle o sujetando una ladera. Es su misterio, su aire, su rumor o su silencio, los  que los unen a recuerdos que parecían olvidados, pero que estaban dormidos en lo profundo de nuestro corazón.

Los bosques son soporte de vida, tanto la de los seres que los pueblan, de las especies vegetales que conforman sus frondas, o la de las gentes que habitan en su entorno. Su benéfica influencia se extiende mucho más allá  para poner de manifiesto su universalidad.

Dicen que los árboles no nos dejan ver el bosque y es cierto. El  bosque es mucho más que un conjunto de árboles. Es un ejemplo de convivencia de especies animales y vegetales que se adaptan y evolucionan para sobrevivir y conservar potenciando, sus cualidades naturales. Pero la  sociedad, durante siglos, los ha considerado como fuente inagotable de riqueza y han sido sobre explotado sin pensar en el futuro.
Han conseguido que los árboles nos sigan impidiendo ver el bosque.

Actualmente la conciencia social sobre la Naturaleza se está potenciado, y por ello tenemos la oportunidad de contribuir a que los bosques de hoy puedan seguir siendo semejantes, en diversidad belleza y variedad a los boques de ayer y esto se logrará en la medida del convencimiento que tengamos de que, conservación y supervivencia, son una misma cosa. Afirmo: el porvenir de los bosques está tanto en nuestro corazón como en una decidida voluntad de acción para contribuir a que los bosques de hoy sigan siendo semejantes a los de ayer, a los bosques de siempre.

Cómo forrarse y no entenderlo | Gustavo Duch

Piense que usted es el dueño de Cargill, la mayor empresa privada norteamericana que controla –más o menos- la mitad de la comercialización de granos del mundo, y llega el fin del mes. -¡Que lata, otra vez a reunirme con los contables –pensará- para que me cuenten cifras y datos que apenas entenderé, en lugar de estar montando a caballo en el Club. Enciende el puro, se sienta en su despacho y manda llamar al Jefe de Cuentas. Más o menos le explicaría algo así:

-Buenos días Sr. Cargill, aquí le traigo las cuentas que ya han pasado las auditorías correspondientes. En primer lugar quiero felicitarle por su exitosa gestión. Observe, en primer lugar, que en los últimos seis meses hemos alcanzado un beneficio neto de 2.370 millones de dólares…prácticamente la misma cifra que todo el ejercicio anterior. A este ritmo podemos alcanzar unos beneficios record…

-Y eso, -dice usted mirando al infinito, porque no sabe aterrizar el dato- ¿será mucho dinero, no?

-Pues mire, con esos beneficios podríamos asegurar uno de los objetivos del milenio nosotros solitos: la educación de todas las niñas y niños. ¿No está mal, verdad?

-Nada mal, desde luego, y dígame, -dice usted sin perder la compostura poniendo cara de erudito- ¿y cómo ha sido posible si son los meses de la crisis alimentaria?

-Precisamente. Fíjese en esta partida llamada ‘Beneficio netos de la explotación’. Es decir, como somos una empresa comercializadora de grano, -le cuenta el contable- es la partida donde se recogen los datos de nuestra explotación, comprar y vender grano. Ahí hemos tenido unos beneficios altísimos comparados con los del año pasado. Con la crisis alimentaria el precio de los cereales ha subido brutalmente y ese margen es todo para nosotros. Es un éxito, por un lado, de nuestro Departamento de Marketing, que ha colaborado en generar la sensación de falta de alimentos; del Departamento de Biocombustibles…que venden sin parar; y por otro lado del Departamento de Soja, que en momentos clave ha retenido producto en los almacenes para hacer subir su precio…todo lo que su abuelo ya nos enseñó, llevado a la práctica milimétricamente.

-Sí claro, las tácticas del abuelo, siga por favor.

-En el capítulo de ‘Ingresos Extraordinarios’, son otra vez eso, extraordinarios.-dice el contable con una risita tonta.- Pero ya sabe usted que se llaman así, no por la cantidad, sino porque no se corresponden a nuestra actividad habitual. Aquí, básicamente contabilizamos todos los beneficios que nuestras divisiones Cargill Risk Management y Black River Asset Management logran especulando con el comercio ficticio de granos. ¡Qué gente más astuta! Al manejar información clave de la oferta y la demanda de cereales, son los que más preparados están para ganar dinero en el mercado de futuros, en la bolsa de Chicago. ¡Ya sabe, eso fue cosa de su querido padre!

Y usted extrañado hará una pregunta ingenua. -¿Pero el G20 no quería poner coto a la especulación financiera con alimentos? –Ja,ja- ríe el contable- ahí quien estuvo sensacional fue su primer vicepresidente, el Sr. Paul Conway, cuando en unas declaraciones previas a la reunión del G20 dijo literalmente «los especuladores son siempre un blanco fácil, pero los especuladores no causaron que los precios de los alimentos se dispararan en la segunda mitad de 2010. Entre más haya diferentes tipos de jugadores tratando de utilizar los mercados de derivados, más se refleja el verdadero precio de las mercancías. La culpa se debe restringir al mal tiempo y a los desastres naturales».

-Por último –le señala el contable unos números en rojo- verá que en gastos también tenemos una partida extraordinaria….se trata de un donativo para ayudar a África. -Perfecto, -respira Usted- eso me parece muy bien, pero sobretodo que sea dinero que llegué a la población.

-Claro, no se preocupe, estamos en contacto con la organización benéfica de Bill Gates que impulsa la agricultura industrializada en esas tierras… seguro que algún día –sentencia el contable con su jerga propia- tendremos retorno financiero.