El búnker | Gustavo Duch

Michael es tremendamente fatalista. Cuando conoció los peligros de la energía nuclear construyó en los bajos de su casa un refugio nuclear. Como teme a los ladrones tiene también una habitación del pánico. Los alimentos y productos de limpieza que compra y utiliza para su familia llevan etiquetas de cien por cien ecológicos no sea le entre una toxoinfección en casa; y el agua corriente pasa por un doble sistema de filtro y depuración.

Pero Michael no está preparado para todo, porque Michael, como la mayoría de personas de los países industrializados, nos alimentamos en un sistema global muy vulnerable, del qué poco conocemos. ¿Si supiera Michel que cualquier día nos pueden cortar el suministro de energía, se instalaría unas placas solares autónomas? ¿Si supiera que nos pueden cortar el suministro de agua, recuperaría el agua de lluvia y el viejo pozo del jardín? ¿Y si supiera que el supermercado se podría quedar vacio, sin comida, atiborraría las despensas de latas de conserva y embutidos? No sería una solución acertada a largo plazo, claro, pero de todas las pesadillas que aterran a Michael, seguramente la menos improbable sea precisamente esa última: el desabastecimiento de comida, sobre todo en las ciudades.

La alimentación urbana hoy por hoy está totalmente desconectada de la producción de alimentos;  la producción de alimentos que abastece a las ciudades es totalmente dependiente de energía fósil; y la energía fósil no es infinita (la regla del tres). Cuando el déficit de petróleo y gas natural sea más patente (o cuando alguna crisis estratégica nos deje sin suministros) el precio de la energía será progresivamente más elevado. De hecho se puede observar una correlación directa entre el precio del petróleo y los costes de los alimentos que, de naturaleza industrial y no campesina, se producen con pesticidas y fertilizantes derivados del gas y del petróleo; que se han sembrado, regado y cosechado mecánicamente; que han viajado en barco, camión o avión; y que guardamos en frigoríficos que calientan el planeta.

¿Qué  puede hacer Michael y sus monomanías para protegerse ante tal descalabro? Como dicen algunos textos, también los individuos y las familias podemos empezar a introducir una agricultura y alimentación de transición,  que vaya acercándonos progresivamente a una alimentación de bajos o negativos costes energéticos.
Cinco ideas: 
  • Revisar la despensa y la nevera y analizar cuánto petróleo vemos en ella. Cuántos envases y  paquetería observamos, cuántos alimentos kilométricos nos abastecen, cuántos dependen de una cadena de frío, cuanta carne aparece…para tenerlo en cuenta.
  • Revisar la nota de la compra…y nos sorprenderemos que comparado con otros capítulos de nuestros gastos no es este uno de los más sangrantes, de forma que no es mala idea empezar a desviar partidas de nuestro presupuesto del capítulo de lo ‘innecesario’ al capítulo de lo ‘vital’.
  • Repensar los menús en base a la sostenibilidad, es decir, pensar en nuestros hábitos de compra, en nuestra forma de guardar y preparar la comida, incluso del modo de vida que nos lleva a tener o no tiempo para cocinar.
  • Rebuscar cerca de dónde vivimos alguna cooperativa o grupo de consumo que ya están abasteciéndose de productores locales; o localizar mercados de campesinos.
  • Ruralizar la casa, es decir dedicar las macetas, el jardín o la terraza a cultivar una parte de lo que requerimos. O participar de un huerto comunitario en ese terreno abandonado del barrio.
 Esto más o menos, o confiar en un milagro que –Michael lo sabe- no se dará.

¿Qué puedo hacer yo para conservar la biodiversidad?

A pesar de que España es el país con mayor biodiversidad de Europa, pierde alrededor de un 5 % anual de especies autóctonas de ganado y de variedades vegetales locales, destinadas a la producción de alimentos.

Ante estos datos, muchos ciudadanos pueden preguntarse: ¿y qué puedo hacer yo? o ¿cómo puedo contribuir a evitar la disminución en la diversidad de nuestras fuentes de alimentación? Bien, gracias a la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente esta pregunta ya tiene respuesta, y será revelada el próximo martes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Y es que la Fundación, acompañada por la ministra Rosa Aguilar; el naturalista Jordi Sargatall y el chef Darío Barrio, presentará su iniciativa ConSuma Naturalidad.

Este proyecto persigue ofrecer herramientas de información a los ciudadanos para que a través de sus decisiones de consumo, puedan contribuir de manera eficaz a frenar la desaparición de razas autóctonas de ganado y variedades vegetales locales, destinadas a la producción de alimentos en nuestro país, es decir nuestra “biodiversidad productiva”.

Con la boca abierta | Gustavo Duch

Ya tenemos aquí los primeros ajustes estructurales que los gobiernos europeos están imponiendo a su población, con el único interés de salvar el capitalismo y sus grandes beneficiarios (las banca privada, los grupos inversores y las grandes corporaciones).
Y todo hace pensar que en los próximos meses estas políticas antisociales se endurecerán y extenderán. Ya tenemos aquí, también, las primeras movilizaciones generales (en Grecia y España, fundamentalmente) para advertir y denunciar los sistemas económicos y de gobernanza que nos han conducido a este escenario. Y entre los diferentes espacios de resistencia y transformación, ya tenemos aqui –creativa y enérgicamente– la respuesta de los movimientos sociales europeos preocupados por un modelo de agricultura global parte responsable de la crisis.”

Con estas palabras se abre la declaración final del trabajo de más de 400 personas del mundo rural, agrario, ecologista, consumidores y consumidoras, etcétera, reunidas en la ciudad de Krems (Austria) durante el pasado mes de agosto, presentando la soberanía alimentaria como alternativa a la crisis capitalista en la que nos encontramos.

Quienes conocemos la trayectoria de los movimientos en favor de la soberanía alimentaria, liderados por La Vía Campesina, no podemos dejar de sorprendernos al valorar su rápida expansión. En unos 15 años de existencia, hemos visto contagiarse su mensaje por todo el planeta. Su compromiso con un mundo rural vivo lo encontramos presente en los más insospechados rincones campesinos. Ha sido, además, aglutinador de muchas de las preocupaciones que desde otros colectivos no agrarios existían respecto de la alimentación y el uso y cuidado de los bienes que nos ofrece la naturaleza. Nos ha demostrado, a veces contra todo pronóstico y con métodos casi sobrenaturales, una infinita capacidad de coordinación y trabajo conjunto, algo nada sencillo para un colectivo de más de 200 millones de personas, y muchas lenguas y lenguajes. Han estado presentes, y con resultados admirables, en muchos de los momentos más significativos del contrataque neoliberal de estos años poniendo, por ejemplo, contra la espada y la pared a la todopoderosa Organización Mundial del Comercio.

Y aun con esta experiencia, nos quedamos con la boca abierta al observar cómo el paradigma de la soberanía alimentaria se convierte también en uno de los elementos de combate fundamental para enfrentarse a la crisis abierta, y en particular al escenario que se está desplegando por los teatros europeos.

¿Cómo llega la soberanía alimentaria a catalizar luchas anticrisis?

La soberanía alimentaria, en primer lugar, ha tenido la virtud de identificar con claridad quién es el responsable de la situación de crisis que se vive en el medio rural desde ya hace demasiado tiempo: un sistema agroindustrial diseñado para lo opuesto a su obligación. En lugar de centrarse en la producción de alimentos sanos, justos y buenos para los pueblos, se dedica a todo aquello que pueda generar beneficios económicos, como los monocultivos de agrocombustibles, piensos para animales o plantaciones papeleras. Todo verde, pero incomestible. Así, como resultado, tenemos (y padecemos) por un lado una masiva desaparición de fincas agrarias y de las personas que con ellas tenían su medio de vida (sólo en España en los años noventa se contabilizaban de promedio el cierre de tres fincas por cada hora).

En segundo lugar, ha sabido interpretar este modelo agroindustrial como un reflejo exacto del sistema capitalista de crecimiento infinito, que, como dice la declaración,no reconoce la limitación de los recursos como el agua y la tierra y la energía; es responsable de drásticas pérdidas en la biodiversidad; contribuye al cambio climático; somete a miles de personas en trabajos sin el reconocimiento de los derechos más elementales; y se aleja de una relación armoniosa con la naturaleza. Explotar y tratar la tierra de esta forma es la causa fundamental de la pobreza rural en el planeta y del hambre en más de mil millones de seres humanos (como estamos percibiendo estos días con la crisis alimentaria en el cuerno de África), mientras que se crea un superávit de algo parecido a alimentos que en una elevada cantidad se acaban desperdiciando o bien se exportan subvencionados a mercados dentro y fuera de Europa compitiendo brutalmente con las producciones locales.

Y en tercer lugar, todo su análisis se complementa desde siempre con un trabajo colectivo, participativo y democrático, y con un proceso de creación de verdaderas y genuinas alianzas. Lo cual es muy valorado en este momento donde crecen las reivindicaciones frente al déficit de soberanía democrática (o popular) por el que vamos transitando.

De hecho, cambiar nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos es un primer paso hacia un cambio más amplio en nuestras sociedades. Producir y consumir soberanamente alimentos son elementos capitales para luchar contra esta crisis, pues permitiría sentar las bases de una nueva economía relocalizada y campesinizada, dando lugar a un robusto sector primario.

La soberanía alimentaria a partir del encuentro de Krems añade a sus vocaciones la de ser marco para movimientos y organizaciones de países de la Europa del este. En el encuentro hemos podido observar cómo para poblaciones que han pasado de modelos de planificación autoritaria a sistemas de la ley del más fuerte, la exigencia por recuperar espacios de participación en políticas públicas sociales y solidarias que demanda la soberanía alimentaria se corresponde en buena medida con sus empeños. Sus poblaciones en muchos casos mantienen aún una buena proporción de campesinado, pero con la desaparición del Estado, las políticas neoliberales, eldumping interno europeo y el aterrizaje de muchas multinacionales que llevan ahí sus producciones más conflictivas, su futuro se hará cada vez más difícil, como ha pasado ya en muchos otros lugares.

Veamos pues, con la confianza renovada, cómo en los próximos meses los movimientos europeos, y todo el tejido asociativo y redes que han ido conformando en estos tiempos, serán capaces de europeizar una lucha a favor de una alimentación anticrisis.

Civilizaciones | Gustavo Duch



La jornada se iniciaba plácidamente con la salida del Sol.  Para las gentes del campo; para las gallinas, conejos y vacas; y para las niñas y niños, que entonces salían a jugar. Y finalizaba cuando el astro desordenado y tímido decidía retirarse, a veces antes, a veces después.

El Sol era el alimento básico –junto con la tierra abonada- de los vegetales, que a su vez daban de comer a las personas. Y a las mulas y a los caballos que ayudaban en las tareas agrícolas.

El Sol evaporaba el agua que después sería lluvia; y deshelaba glaciares que serían riego. La energía nutritiva y motora era gratis, común e infinita.

Como el Sol, en el campo predominaba el amarillo del trigo o el maíz, con diferentes matices según la estación o el clima, matices que algunas personas sabían interpretar.

Los rayos de Sol calentaban los cuerpos y las almas humanas; y cuando se necesitaba una sobredosis, los abrazos ejercían la misma función

Quizás porque el Sol es redondo, quizás porque da vueltas sin parar, la vida giraba sobre sí misma y siempre volvía a empezar, sorprendiendo en su monotonía. Una civilización Sol-tenible y Sol-idaria, de personas de sangre caliente y corazón solar.
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La jornada se inicia con el sobresalto de una alarma. No se mira el cielo sino la agenda y la televisión. Las gallinas ponen huevos sin cesar y los niños y niñas se acuestan de madrugada al agotarse la batería del ordenador.

El petróleo cría los vegetales bajo plásticos que les previene de la inSolación. Sus producciones dan de comer primero a los coches y aviones; después a las personas. No hay animales Soleándose en el campo, sólo friéndose en naves industriales.

La energía se compra en barriles. Y es motivo de guerras y muchas dependencias que se ignoran y disfrazan para adormilar las conciencias

Como el petróleo, en el campo predomina el negro del humo y el gris de los polígonos. Las tecnologías , engreídas, creen poder prescindir del Sol.

Los cuerpos se calientan con prendas térmicas mientras las almas agonizan heladas de frio. Las caricias y abrazos se anuncian en los periódicos.

De sólo mirar hacia delante, y nunca hacía arriba ni hacia abajo, la vida camina muy rápido precipitándose al vacío.

Una civilización que abandona al Sol es una civilización inSolente.