La felicidad de la tierra | José Luis Gallego

La vida al aire libre y en pleno contacto con la naturaleza, el aprendizaje continuo a través de la experiencia propia, el encuentro con amigos con los que compartes afición y vocación, y con los que aprendes a valorar principios tan importantes para el desarrollo del ser humano como la solidaridad, la cooperación, el respeto o la reciprocidad… estos son algunos de los alicientes que tienen los campamentos de verano. Pero hay más, muchos más. Para mí el más destacado es la felicidad: la felicidad de la tierra, que probablemente sea la mayor de las felicidades que puede experimentar cualquier naturalista aficionado.

Esa felicidad puede ser el olor de la hierba del campamento tras la lluvia, del aire perfumado por las flores del bosque. El concierto de la oropéndola al amanecer y del ruiseñor al caer la noche, el fulgor de las estrellas en la bóveda celeste… ¿Qué es lo que más te gusta? ¿los pájaros? pues ahí los tienes ¿las flores? Brotan por todas partes ¿los fósiles? Vamos a buscarlos ¿las mariposas? Corramos tras ellas. La felicidad de la tierra es algo que tocamos con la punta de los dedos cuando asistimos a los campamentos de verano.

Personalmente fui muy feliz durante los 6 años en los que participé (primero como acampado y luego como monitor) en los campamentos de verano Félix Rodríguez de la Fuente organizados por Adena/WWF en el Refugio de rapaces de Montejo de la Vega, un paraíso de vida salvaje incluido hoy en el Parque Natural de las Hoces del Riaza (Segovia). La primera vez que asistí fue en el verano de 1981 (¡caramba, de eso hace ya más de 30 años!) y creo firmemente que mi tarea actual como divulgador ambiental parte de la maravillosa experiencia y de la sólida formación como naturalista de campo que adquirí en aquellos campamentos.

La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente tuvo el año pasado el acierto de recuperar aquella maravillosa experiencia volviendo a convocar a los niños de toda España a participar en unos campamentos de verano en los que, además de pasar unas divertidas jornadas de verano al aire libre, en un excelente ambiente de compañerismo y amistad, aprendieron muchas, muchísimas cosas sobre la naturaleza y el medio ambiente. Mi hija Lucía asistió encantada y pudo conocer esa felicidad de la tierra de la que tanto le había hablado y que ella misma pudo experimentar. Lleva desde entonces soñando con volver. Y su sueño se ha hecho por fin realidad.

Porque el Campamento Félix Rodríguez de la Fuente 2012 ¡ya ha echado a andar! y os puedo asegurar que, tanto por el maravilloso lugar elegido (un auténtico paraíso natural en pleno Valle del Palancia) como por las personas que forman parte de su equipo, capitaneadas por mi querida amiga Odile, va a ser el mejor destino para sentir la felicidad de la tierra este verano. Aquí tenéis toda la información sobre esta nueva cita con la naturaleza http://campamentofelix.blogspot.com/ no faltéis, allí nos veremos!
     
En la foto el periodista ambiental José Luis Gallego en los Campamentos de Montejo (agosto de 1981) con un pollo de abejaruco.

Escenas lacustres y otras pescas | Gustavo Duch y Miquel Ortega

Varios porteadores se acercan a los barcos que llegan con pescado a la orilla de San Luis, Senegal. (Javier Bauluz / Piraván)

Acto 1:  El arte de la pesca
No era muy grande ni muy profundo aquel lago de montaña, y en él, exactamente, nadaban mil peces de aleta radiada. Cada año nacían cuatrocientos diez peces bebé y en poco tiempo el lago hubiera estado abarrotado si no fuera porque Artesano, Artesana, Prudencio e Industrio, los pescadores del pueblo, capturaban con sus cañas doscientos peces. Ni uno más ni uno menos. Cada uno de los pescadores vendía cincuenta peces en el pueblo, que podía disfrutar así de ese excelente manjar, y para ellos era un medio suficiente de vida.

Sucedió que un día un forastero le contó a Industrio de las ventajas de los  barcos a motor y las redes,  pues según decía -así era fácil pescar mucho más con menos esfuerzo. Decidió Industrio que valía la pena invertir, pero como no tenía suficiente dinero se dirigió hacia donde el alcalde del pueblo y le dijo: «Sr. Alcalde, si el concejo me ayuda con la compra del barco y las redes, yo podré pescar mucho más y podré vender el pescado más barato. Los dos ganamos, usted tiene contenta a la gente y yo gano más dinero. Incluso si gano suficiente le pagaré a alguien para trabajar a mi cargo, así generaré empleo y jejeje» sonreía «no tendré que levantarme de madrugada a pescar». Al Sr. Alcalde le pareció una buena idea, así que tomo dinero de las arcas públicas y facilitó la compra del barco y las redes, y se olvidó del tema.

Al principio todo fue aparentemente bien, Industrio pasó de pescar cincuenta a pescar doscientos peces de aleta radiada cada año. Naturalmente se enriqueció; cumplió con su promesa y contrató a un trabajador para no tenerse que levantar por la mañana; y a los pocos meses cambió a un nuevo barco aún mayor. Todos los habitantes del pueblo estaban maravillados con esa modernidad de atrapar peces que les permitía comer mucho y muy barato. Se aficionaron cada vez más a comer pescado y crearon una deliciosa gastronomía: pescado al horno, pescado de aleta radiada con patatas, y mil recetas más.

Acto 2: Todo el pescado (y más) vendido
Poco después algo empezó a ir mal. Artesano, Artesana y Prudencio fueron los primeros en darse cuenta. Dejaron sus cañas en la orilla del lago y se presentaron frente al Alcalde y le dijeron «Sr. Alcalde, algo pasa: cada vez pescamos menos y será porque Industrio pesca demasiado. Si antes pescábamos cincuenta peces cada año ahora, nosotros, apenas pescamos diez, y eso estando de sol a sol con la caña en el lago, ¡lo pasamos tan mal que ahora nuestros hijos lo tienen muy claro: no quieren ser pescadores!”. El Alcalde les escuchó y les prometió, mientras se rascaba la barbilla, que trataría de hacer algo.
Nada hizo hasta que al cabo de unos días apareció Don Industrio, engalanado en un nuevo traje, y le espetó: «Sr. Alcalde tenemos un problema, cada vez tengo un barco mejor, pero cada vez pesco menos, si no me ayuda tendré que despedir a mi trabajador y el pescado será aún más caro». El Sr. Alcalde espantado entonces sí movió los hilos. Una a una visitó a todas las familias del pueblo y les pidió una derrama extra para salvar la economía pesquera del pueblo. Todo lo entregó a Don Industrio para que continuara con su negocio.
Unos meses más tarde la situación era aún peor, Artesana tuvo que dejar de pescar. Además el Secretario del Ayuntamiento en su recuento anual de peces informó a la población que ya no habían mil pececillos de aleta rayada en el lago sino que solo quedaban doscientos, ¡por eso todo iba tan mal!
Ante tal grave situación el Alcalde decidió tomar cartas en el asunto, preparó un bando y en tono solemne anunció: «Vecinos y vecinas del pueblo, la situación es grave: nos estamos quedando sin peces, si esto sigue así Artesano y Prudencio acabarán en el paro al igual que le pasó a Artesana, Don Industrio despedirá a su trabajador y el pescado que logren capturar subirá de precio. Ha llegado la hora de actuar, hemos de reformar radicalmente la forma en que pescamos», y tras respirar profundamente anunció «en breve anunciaré en qué consiste esta reforma, es la hora de una POLÍTICA PESQUERA COMÚN».

Acto 3. La hora de la política
Y así pasaron las cosas en el lago del pueblo, y en todos los lagos, ríos y mares del continente europeo. La Unión Europea, suponemos que preocupada como el Sr. Alcalde, decidió que durante el próximo 2012 se reformaría la política pesquera en vigor, que parecía nos llevaba por mal camino. Después de muchos días de despachos, reuniones y audiencias con personas de todos los pelajes: sabios universitarios, expertos ictiólogos, Don Industrio y su camarilla, responsables de entidades ecologistas y (pocas veces) representantes de la pesca artesanal, el trece de julio de 2011, la UE explicó la orientación que tomaría la nueva propuesta:  «A partir de ahora nadie podrá pescar en el lago o en los mares si no tiene derecho a una cuota de pesca. Hemos decidido otorgar las cuotas de pesca a quienes ahora están en activo, y repartirlas en proporción a las capturas actuales».

Acto 4. Peces y multiplicaciones
Llegó el Alcalde de su viaje a Bruselas y en el casino del pueblo expuso la decisión de la UE. Tras unos segundos de un silencio aterrador arrecieron las protestas: ―¿Si los peces son de todos y todas, por qué les regalamos el derecho a pescar durante quince años a unos pocos? ¿Si mi hijo algún día quiere convertirse en pescador o Artesana decide volver al lago, deberán pagar por la cuota, es ¡injusto!? ― decían unos. ― ¿Si hay tanto paro en nuestro pueblo por qué le damos tanta cuota a quién sólo da un puesto de trabajo y consume un 95% del recurso?― decían los de más allá. ― Si un año va mal Artesano y Prudencio no tendrán otro remedio que vender su cuota a Industrio -que tiene más dinero- y todo el pescado quedará en manos de un único pescador ¿no es eso peligroso? ― advertían otros.
Prudencio, Artesano y Artesana, que eran de poco hablar en público, no entendían como de un día a otro habían pasado de pescadores a convertirse en operadores de un mercado de cuotas altamente especulativo, así que pidieron ayuda a los vecinos. Conjuntamente hicieron su propia propuesta para la nueva Política Pesquera Común. «Que sea Don Industrio  y sus secuaces quienes se adapten a los nuevos tiempos. Los derechos de pesca deben ser regulados y no comercializados, y deben tener más derechos de pesca quienes da más trabajo, generan menos impactos ambientales negativos en el lago y consumen menos gasolina”. Muchos entendieron que esa propuesta era realmente mejor, se juntaron y fueron a protestar a su Alcalde, al gobierno estatal y a sus Parlamentarios Europeos.
La propuesta de la pesca artesanal está en las mesas de los Gobierno Nacionales y el Parlamento Europeo. Los tentáculos de la gran industria pesquera también. Y el tiempo no espera.

Gustavo Duch, coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’
Miquel Ortega, coordinador Político en España de OCEAN 2012

Seguratas de la alimentación - Gustavo Duch

Tenemos un sistema imponente de ‘seguratas de la alimentación’: varias agencias internacionales, así como miles de funcionarios y técnicos trabajando para garantizar la salubridad alimentaria (o seguridad alimentaria). Es por su presencia y vigilancia las veinticuatro horas al día -incluido festivos- más el tremendo costo que todo ello supone, que cuando en Barcelona ingerimos un muslo de pollo criado, engordado, sacrificado, y despiezado en… Brasil, por poner un ejemplo, tal bocado no nos producirá [en ese momento] ningún grave malestar.

No deja de ser paradójico que algo tan natural y sano como es comer o alimentarse, que sólo debería ser fuente de salud, sea tratado a la defensiva y con desconfianza. La premisa pareciera que es: cualquier alimento es sospechoso de criminal hasta que no se demuestre lo contrario.

Problemas

En Europa observamos como la alimentación mayoritaria que llega a la ciudadanía ha sido producida bajo sistemas de agricultura y ganadería industrial o intensiva. Una forma de producir alimentos en serie, muy rápida y de baja calidad nutritiva que podemos afirmar ha acabado con millones de puestos de trabajo en el medio rural, en tareas agrícolas, de transformación o complementarias. Una agricultura que genera graves problemas.

• Hay muchas producciones excedentarias que los estómagos europeos ya no pueden consumir, y que son exportadas a terceros países, llegando a sus mercados a precios incluso inferiores al precio de coste (o de elaboración) que ese mismo producto tiene para el campesino o campesina local.
• El modelo intensivo europeo al estar especializado en algunos sectores no dispone de según qué alimentos. Pero estos llegan igualmente a nuestras despensas comprados baratos en países del Sur. Y la ganadería a la que Europa no renuncia, requiere alimentación (soja y maíz) que llega de Sudamérica. En ambos caso millones de hectáreas de países con hambre están dedicadas a alimentar países con tasas de sobrepeso y otros desequilibrios nutricionales más que alarmantes.
• Una agricultura hecha a base de petróleo, contra el reloj y con muchos inversionistas esperando tajada, se convierte en una actividad que tiene muy poco respeto en sus interacciones con la naturaleza.

Riesgos

Este modelo, lo hemos visto y lo veremos en próximas ocasiones, es un modelo ‘asustoso’. Las multiples y (cada vez más) frecuentes alarmas alimentarias tienen todas un efecto final muy patológico: taquicardia.

Miedo y corazones acelerados que en demasiadas ocasiones se convierte en muchas camas de hospitales ocupadas porque las vacas están locas, los cerdos resfriados o los piensos contaminados. Y en todas ellas con un patrón causal común: el interés económico de las corporaciones que controlan la cadena alimentaria las lleva, codiciosas, a trabajar al límite de lo legal, al límite del riesgo. Como si viviéramos en un parque de aventuras permanente parece que asumimos encantados esta alimentación del Dragon Kan. No hay vértigo.

Rechazo

Son bastantes los motivos para rechazar la agricultura industrial: injusticias sociales, elevados costes ecológicos, insuficiente calidad nutritiva, enfermedades crónicas derivadas de la mala alimentación y un susto detrás del otro.
Pero tenemos otro motivo mucho más importante y definitivo: existe una alternativa probadamente posible, capaz de alimentar a todo el planeta: la Soberanía Alimentaria.

Pluralizar y crear empleo | Gustavo Duch

En España superamos los cinco millones de parados, una cifra inaceptable que tiene mucho que ver con la crisis actual. Pero también en este problema de desempleo debemos mirar al campo, tanto en el análisis como en las propuestas. Pues resulta que en Europa nos encontramos con un despoblamiento de las zonas rurales muy grave, y la agricultura o sector primario hace mucho que dejó de ser la base de la economía. Según el último censo publicado por el EUROSTAT esta realidad es demasiado evidente: ¡en solamente ocho años, la Unión Europea ha perdido 3 millones de explotaciones! Es decir, aproximadamente, cada minuto ha supuesto la desaparición de una unidad agrícola y los puestos de trabajo que eso significa.

Y todo ello fruto de aplicar políticas productivistas que ya es hora de desterrar. La Política Agraria Común que ahora se está revisando ha sido responsable de ello, subvencionando durante mucho tiempo a las grandes unidades agrícolas, favoreciendo la intensificación y dejando que los precios los marque el libre mercado. Un modelo dirigido a ser ‘potencias industriales’ que pensó que la agricultura también debería acomodarse a tal principio, y se acabó con la economía rural y miles de puestos de trabajo.

Pero proveer de alimentos a la población, y a la vez cuidar bosques y paisajes, es un trabajo de lo más necesario, de hecho: es imprescindible. Y esa es la propuesta, porque hay espacio, posibilidades y mucho futuro: ruralizar la economía y recampesinizar el Planeta, obteniendo en el proceso muchos, pero muchos, puestos de trabajo dignos y rentables.

Aunque ni las condiciones de suelo, clima e historia son comparables vale la pena recordar (como explican Albert Berry y Liisa L. North, Profesores en la Universidad de York en Toronto) «lo que hicieron los taiwaneses, los japoneses y los coreanos después de la Segunda Guerra Mundial cuando expropiaron las unidades agrarias de más de tres hectáreas y ejecutaron reformas agrarias radicales que formaron la base de la seguridad alimentaria de familias, para el crecimiento y la diversificación económica posterior a nivel nacional». Con una cantidad de tierra suficiente como medio de vida para una familia (en Taiwán fue un poco más de una hectárea), con políticas fuertes de apoyo a este minifundio –aquí siempre despreciado- y servicios públicos apropiados, en los tres países la productividad agrícola creció, las condiciones de vida en el campo se mejoraron rápidamente, y lo más importante, el empleo agrario aumentó considerablemente. «Los tres países asiáticos mencionados –continúan explicando- no son los únicos cuyas experiencias han demostrado la relación positiva entre desarrollo rural equitativo (basado en la pequeña y mediana agricultura) y el desarrollo económico nacional.

En términos históricos podemos mencionar Dinamarca, Finlandia o Noruega. (…) Las comparaciones latinoamericanas también nos prestan lecciones. Llama la atención el abismo que existe entre, por un lado, las buenas condiciones de vida y la historia de paz social y política en la Meseta Central de Costa Rica, caracterizada por sus pequeñas y medianas propiedades cafeteras, y por otro lado, la miseria, represión política y  violencia que predominan en las zonas de plantaciones grandes de café en los países vecinos como El Salvador y Guatemala».

Pensar e invertir en recuperar la pequeña agricultura, no es un paso atrás, sino que es la base de una economía sostenible y equitativa, que además nos alimenta. Sólo necesitamos atrevimiento (y poco presupuesto) para poner en marcha medidas de redistribución de la tierra frente a los grandes latifundios o monocultivos; ofrecer facilidades para acceder a tierras productivas; apoyar la desintensificación de tantas unidades agrarias sobredimensionadas; o evitar, cuando llega la jubilación de las y los actuales propietarios, el cese de actividades con la incorporación de jóvenes…
Dichas medidas deberían venir acompañadas con políticas claras de protección de esta agricultura (promocionando los circuitos cortos de comercialización; políticas de precios remunerativos; aranceles en frontera; etc.) y añadir lógicamente apoyos básicos de capacitación, asesoría técnica o irrigación, pero siempre con claridad, sin fisuras, en favor de una agricultura basada en principios agroecológicos. Porque ya no hay dudas –tampoco científicas- de las bondades de esta forma de practicar la producción de alimentos. El Instituto Rodale, después de 30 años de investigación comparativa entre campos de cultivos convencionales y agroecológicos concluye que estos últimos son (además de no perjudiciales para el medio ambiente ni para la salud de la población consumidora) más viables económica y energéticamente.

Si queremos salir de esta crisis y generar puestos de trabajo productivos en los países industrializados; si queremos combatir la situación de pobreza y hambre en muchos países del Sur; y si pretendemos dejar un futuro sostenible a nuestra descendencia, habrá que replantearse la estructura socioeconómica en la que estamos, donde la ruralidad ha quedado trágicamente marginada en el fondo de una pirámide invertida que lógicamente se tambalea.