Niño urbano | Guillermo Rancés


Aun hay “niños urbanos”. Me refiero a los que no saben nada del campo y no es porque no hayan estado en él sino porque, cuando les han llevado, solo han podido corretear y nadie les haya dicho lo que campo y naturaleza suponen para todos. Sus padres suelen ser urbanitas, descendientes de abuelos urbanitas cuya idea sobre el campo quizás se parezca a la que “definió”, con sardónico gracejo, mi buen amigo y cronista montañés Felipe Mazarrasa: “el campo es esa cosa verde, llena de vacas, “panojos” y mosquitos, colocada fuera de las ciudades”.

Poco a poco la mentalidad social y cultural ha ido cambiando pero el despiste continúa. Pero hay infinidad padres urbanitas, motivados por el cambio de actitud de la sociedad y de la información que están interesándose por la naturaleza silvestre. Pienso que a esos padres les gustaría que sus hijos pudiesen conocer y disfrutar más del campo pero lógicamente no saben como hacerlo. Como creo que todo en la vida es juego, haré alguna sugerencia que quizás  ayuden a esos padres, tal y como a mi me ayudaron, a despertar la curiosidad y el interés entre mis hijos.

Lo primero para empezar, es elegir lugares llamativos, frondosos y variados ya entrada la primavera o en el verano. He aquí un primer juego sencillo para un grupo de niños (as) pequeños (as). Proponerles  que se internen entre los árboles y arbustos y que traigan el mayor número posible de hojas de formas diferentes. Se premiará al que mas variedades consiga. Este juego estimulara sus facultades de observación al darse cuenta de la variedad de plantas de cualquier bosque.

Otro juego que propongo: Se mete en alguna pequeña caja de hojalata monedas cromos y algún pequeño objeto, será el “tesoro”. Se cierra bien la caja, se  la lleva al interior de un bosque y allí se  entierra al pie de un árbol que marca para reconocerle. Entre todos los participantes se dibuja un plano del lugar del enterramiento. Uno o dos  meses  después se va a buscar con el plano el lugar y el árbol y se recupera la caja… si se encuentra claro. A realizar el plano ayudarán todos. Mi experiencia me ha hecho ver que el juego ilusiona a los participantes, en especial la búsqueda pero también les divierte, tanto el preparar el “tesoro” como el ir a enterrarlo.

Un ejercicio que se puede hacer en cualquier época cuando se haga senderismo: acostumbrarles a mirar, de vez en cuando, hacia atrás para tomar referencias del camino que han recorrido y luego, al regreso, hacerlo por el mismo camino con ayuda de los puntos de referencia memorizados.

El niño cuando deja de ser urbano es más feliz, se da cuenta de las alegrías que supone el saber orientarse, el mirar, el conocer. Espero que ya no  haya padres como aquel que me contó que, yendo en su coche por un camino de tierra con su hijo pequeño, se les cruzó una gallina y el niño le dijo:
- Papa ten cuidado con “eso”.

1 comentario:

Ibán Martín dijo...

Personalmente me resulta triste la vida de tantas personas que solo conciben la vida urbana. Reconozco que estoy totalmente adaptado a la ciudad porque he nacido y crecido en ella, pero muy a menudo necesito salir al mundo rural.
Por eso estoy de acuerdo en que es vital, y más para los/as niños/as, tener un contacto muy continuo con la naturaleza. Pero un contacto más profundo de lo que supone un simple domingo de campo para pasear y hacer barbacoas. Un tiempo donde se pueda tomar contacto con las personas y la vida del mundo rural. Un tiempo de integración. Ya que a mi entender al mismo se conseguiría despertar el espíritu de respeto que asegure la superviviencia del mundo rural frente al acoso de los urbanitas.

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