La alimentación, cuando existe, debe ser fuente de nutrición y salud: de vida. Pero en la medida que avanza un modelo único, global e industrializado para producir, transformar y consumir alimentos, aparecen una serie de síntomas que alertan de todo lo contrario. Son síntomas patognomónicos, es decir, manifestaciones percibidas por el paciente y que un buen médico sabe reconocer, que aseguran que el sujeto padece un trastorno clásico de la alimentación de nuestros días. A saber:
Sofocones: cuando la temperatura de nuestro cuerpo supera sus valores normales, cuando empezamos a transpirar, jadear y sacar la lengua. Cuando la ropa nos sobra y buscamos las sombras de los árboles, cuando el abanico nos acompaña a todas partes, cuando en toda España en Octubre vamos en manga corta, ¿estamos ante problemas hormonales o sufrimos una epidemia de fiebres tifoideas? Pues no, estos síntomas, corresponden si duda alguna a un calentamiento del Planeta que compromete (y esto sí es una crisis en mayúsculas) la posibilidad de la vida, afectando inicialmente a las poblaciones del Sur. Como viene insistiendo La Vía Campesina a partir de los estudios de la organización GRAIN (recientemente galardonada con el Premio Noble Alternativo 2011) al menos un 50% de las emisiones de gases CO2 con efecto invernadero provienen del sistema alimentario global: cultivamos con petróleo, transportamos y conservamos en base a petróleo, para finalmente comer plásticos con sabor a petróleo.
Taquicardias: cuando estando tranquilamente en tu puesto de trabajo, frente a la televisión o paseando por el campo, irrumpe en tu vida un buen susto, el corazón y sus palpitaciones se disparan. Te llevas la mano al pecho y respiras hondo, podría ser un principio de ataque de ansiedad. ¿Has comido tú en los últimos días pepinos de esos que acaban de salir por las noticias? ¿Has estado tú los últimos días en ese restaurante sospechoso? Las periódicas alarmas alimentarias es lo que tienen, que nos aseguran un sobresalto tras otro. Cuando conoces con más detalle el cómo se ha llegado a una de estas crisis, a la aceleración cardíaca se le suma un brote de irritaciones en todo el cuerpo como consecuencia directa de la indignación que te causa. Y más cuando sabemos que todos estos riesgos alimentarios podrían minimizarse si cambiáramos a un modelo de alimentación local, a pequeña escala y agroecológico.
Debilidad: cuando las digestiones son muy pesadas y te sientes débil para ponerte en marcha, actuar o ser, puedes creer que tu organismo está caduco o enfermo. Pero no, en realidad es que ningún organismo humano está preparado para alimentarse con tantos kilos de carne, y toneladas de azúcar y grasas. Es la dieta ‘moderna’. Dicen que se produce mucha carne porque la población consumidora así lo exige. No es cierto, nos pasan la pelota de la responsabilidad. Se consume mucha carne porque detrás de este consumo hay muchas ganancias a repartir: las corporaciones de piensos y sojas, las corporaciones de la genética animal, las integradoras de engorde, las grandes superficies, etc. La población consumidora se debilita en su obesidad, y el mundo rural se debilita con la desaparición de miles y miles de familias que gestionaban pequeñas fincas agroganaderas.
Flaqueza del cuerpo y del espíritu. Así se encuentras millones de seres humanos a los que les han robado el derecho a la alimentación: han sido expulsados de las tierras, o les dejan las parcelas más inapropiadas; se les impide el acceso al mar donde pueden pescar; se condenan endeudados por la compra de semillas transgénicas y sus pesticidas correspondientes; etc. En barracones sembrados por las periferias de las urbes o en campamentos de refugiados no pueden cultivar su alimentación, son simplemente, receptores de limosnas.
Y un llanto permanente se diagnostica en toda la parroquia que espera la atención del oftalmólogo. Podría tratarse de una conjuntivitis alérgica pero hay poco polen esta primavera. De hecho, y por eso tanta pena, hay pocos árboles en el planeta. La agricultura intensiva se ha encargado de su sacrificio para ganar tierras que serán monocultivos de cereales para los animales o para los automóviles. Y la poca vegetación que se mantiene está contaminada por herbicidas en el suelo y muchos humos en la atmósfera. Por eso lloramos, por la Madre herida.
Por Gustavo Duch y Jerónimo Aguado
27 oct 2011
10:34
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