Retales | Guadalupe Fernández de la Cuesta


Tengo ante mí la pantalla del ordenador limpia de letras que puedan hilar un mensaje coherente. Temo al vacío de ideas medianamente lustrosas por un profundo respeto a la categoría y erudición de los lectores. Traduzco mal los sentimientos en un día soleado de este veranillo de San Miguel donde la sierra exhibe, voluptuosa y obscena, todo un escenario de matices surrealistas.

Una raya divide las sombras profundas de los valles y las cumbres doradas que perforan un azul intenso y transparente. Los hilos de sol tejen en los troncos de los pinos un tapiz de cobre y oro. Los endrinos y zarzas pespuntean de negro los barrancos con sus ramas cargados de frutos. Entretenemos el tiempo en elegir los más lucidos, unos, las endrinas, para elaborar el “pacharán” y las otras, las moras, para degustarlas una a una con una pausada entrega a su sabor agridulce, o para hacer mermelada. En esta sinfonía de colores los rosales silvestres alargan sus ramas esqueléticas sembradas de escaramujos rojos y el otoño remata de latón los chopos y las bardas de los prados.

En el fondo de empinadas laderas donde esperan las lluvias los setales aún raquíticos el río dibuja rumores de agua. El sosiego se alza majestuoso y una bendita paz llena el alma. Me he cruzado con una ardilla muerta en medio de la carretera y no desvela heridas. Tiene los ojos diminutos abiertos y su cola inmensa barre el asfalto. No sé los mecanismos que activan el mundo de las emociones pero cuando la he depositado en el borde un sentimiento de tristeza me ha anudado la garganta.

    Cae la tarde y los ciervos inician sus conquistas amorosas en una lucha encelada y temeraria. Rompe el silencio una berrea desenfrenada y lujuriosa. Los hombres mayores ríen maliciosos tanta desfachatez y alboroto por montar a una hembra. Y sienten la envidia de sus años de juventud cuando, entonces, el deseo no guardaba mesura. Todo un lamento al tiempo perdido cuando el pecado del sexo era omnipresente. Ajenos a la expectativa que despiertan, los ciervos escriben en la sierra su cita sonora con la genética.

    Una vida sin sobresaltos sólo puede existir en una sociedad de ángeles. La realidad es terca y te hace descender con brusquedad de estos idílicos encuentros con la naturaleza. Al arte de vivir se cosen como un añadido: el dolor y la desesperanza; el desapego a la solidaridad; la impunidad de las injusticias; la falta de honradez y los múltiples desencuentros malintencionados o imprudentes que nos van quebrando el paso.

    Oigo el soniquete del informativo en la televisión como un canto monocorde: día de la huelga general; piquetes informativos; seguimiento de los trabajadores; porcentajes, estadísticas… Me gustaría saber quienes han optado por ir o no ir al trabajo sin la presión del miedo al despido, o a la confrontación con las patrullas de los que informan violentando su voluntad, o a la falta de transporte. Envidio el silencio y la reflexión en las decisiones libres.

    “Habrá un día en que todos/ al levantar la vista/ veremos una tierra/ que ponga libertad. / Hermano, aquí mi mano/ será tuya mi frente/ y tu gesto de siempre/ caerá sin levantar/ huracanes de miedo/ ante la libertad. / Sonarán las campanas/ desde los campanarios/ y los campos desiertos/ volverán a granar/ unas espigas altas/ dispuestas para el pan/” José Antonio Labordeta, profesor, músico y político honesto. (In memoriam)

2 comentarios:

Trueno dijo...

maravillosa la brama!! todo un espectáculo de la naturaleza!!

yo lo fui a ver dos días en la Vall d'Aran!!

http://www.youtube.com/watch?v=frz1IxWzCnA

Anónimo dijo...

un espectaculo a no perderse !!!!

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