Sobreexplotación | Miguel Martín Álvarez

¿Qué número máximo de seres humanos podría albergar la Tierra de manera que cada individuo tuviera la oportunidad de disfrutar de calidad de vida? ¿Qué grado actual de sobreexplotación soportan los mares y océanos del planeta? ¿Hasta qué punto es razonable que sigan creciendo indefinidamente las ciudades? ¿Se puede estudiar cuál es el balance beneficio-perjuicio de la cada vez más extensa red de infraestructuras viarias? ¿Podemos asegurar que nos encontramos inmersos en lo que sería la sexta extinción masiva de especies? Ninguna de estas preguntas es fácil de responder a la luz de la ciencia, pero todas tienen un denominador común.

Por un lado no es fácil obtener datos, por ejemplo, del número de especies en peligro o extintas. La mayoría de los mamíferos son asequibles a esta investigación. Bien, pero los mamíferos constituyen una parte ínfima del total de la biodiversidad terrestre y no son un pilar básico de su estructura. ¿Y las millones de especies fundamentales para la vida en la Tierra que suman hongos, nematodos, insectos, moluscos, bacterias, algas… cómo podemos valorar su estado actual? A día de hoy los biólogos conocen una mínima parte del número, la diversidad y el complejo entramado de relaciones (mutualismo, parasitismo, dependencia, etc.) de las especies que viven en la Tierra. Se estima que compartimos el planeta con unas 7 millones de especies, aunque otros estudios hablan de más de 15 millones (sin contar los microorganismos). Las que han descrito los taxónomos no llegan a 2 millones.

Si hablamos de los océanos también nos perderemos en nuestra ignorancia. ¿Qué sabemos de buena parte de los organismos bentónicos o de los que viven en las profundidades oceánicas? La mayoría de los organismos conocidos del mar viven como máximo a unos pocos cientos de metros de profundidad. Pero la profundidad media en los océanos es de unos 4 km.

Sin embargo, sí podemos asegurar que la sobreexplotación de las especies comerciales –y las asociadas no comestibles que caen en las mismas redes- es un problema acuciante. Los barcos tienen que faenar cada vez más lejos y a más profundidad porque los bancos de pesca habituales están esquilmados. Actualmente se cree que la acuicultura puede ser el remedio al problema. Pero no, lo agrava. Estas factorías necesitan generalmente utilizar pienso hecho de pescado para poder alimentar a la especie comercial. Y la ecuación es fácil: la mayoría de estas especies –como el salmón- consumen más kilos de pescado que los que producen.

Da la impresión que los seres humanos nos hemos especializado en obtener escasos beneficios a costes muy altos. Las leyes del mercado nos dicen. Pero es una fórmula que no encaja en la naturaleza. Cualquier organismo en la Tierra lo sabe. Si lo que obtengo me supone menos energía que la que utilizo para adquirirlo no tengo posibilidades de sobrevivir. 

En nuestro fuero interno sabemos que estamos haciendo muy mal las cosas. Cualquier investigador en un laboratorio sabe que la población de un cultivo muere si alcanza niveles de crecimiento exponenciales. La falta de alimento y los metabolitos de deshecho acaban con la población. La sobreexplotación de la Tierra es un hecho. Cuantificarla no es tarea fácil, sin embargo contamos con las suficientes variables que nos sugieren claramente que hay que realizar un cambio radical de rumbo. Cuanto antes.

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