El día amanece engalanado con jirones de nieblas bajas que visten de tul los barrancos asomados a los arroyos. Se presiente un día espléndido y hay que aprovechar. El paseo es despacioso y con ganas de enamorarse del paisaje. Surge la caricia de un viento fresco que no daña y la mirada se turba ante esa danza sensual de nubes que rompen al sol y salpican las cumbres de coágulos amarillos. Nuestros pasos se acomodan al silencio del paisaje y mudamos las palabras para espabilar los sentidos, por si acaso. Es posible que se produzca esa aparición mágica de algún ciervo encelado que lo trae en un sinvivir. Ya nos pasó otra vez ¿te acuerdas? Vimos a una manada de cinco ciervas cruzar veloces el camino, muy próximas a nuestros pasos, sin saber ellas que nos habían paralizado el aliento. Fue una ráfaga de gloria. Y una imagen para el recuerdo.
Levanta la niebla y el camino se dibuja diáfano por entre los matorros. Se escucha el rumor del río y nos envuelve una claridad lechosa en un abrazo cándido, inmaculado. De pronto, unos berridos de ciervos con el celo de la mañana rompen el silencio. No paran. Cómo están hoy, nos decimos con cierta sorna, ya veremos cuando llegue la noche. Escrutamos los claros y no se dejan ver. Lástima. Volveremos sobre nuestros pasos al atardecer para observar la escena de sus conquistas amorosas.
Ahora sí. Cuando el sol dibuja su bocado de despedida vemos en los linderos del pinar a dos ciervos separados uno de otro que agitan nerviosos su cornamenta. Y nos imaginamos su historia de rivales en el amor. Seguro que estarán marcando su territorialidad con su orín, escarbando el suelo porque cualquier método es válido para sembrar su ADN. Con sus berridos atraerán a las hembras hasta formar su harén. Y se retarán, claro, contra los intrusos, altivos ellos, majestuosos, con las astas levantadas al claro de la luna proclamando a los cuatro vientos su naturaleza de macho poderoso, hercúleo, imponente. Es ahora cuando surgirá la lucha con pundonor, cumpliendo las reglas de un combate limpio entre ciervos enamorados.
Entrechocarán sus astas y aún no se darán por vencidos hasta que al final, exhaustos y casi desfallecidos, uno de ellos erguirá su cabeza para proclamar su victoria sobre otros menos dotados. Así los vemos nosotros, o así los imaginamos cuando asoman y desparecen por entre los troncos de los pinos.
Desde nuestra atalaya escuchamos el acorde melódico de una berrea que aturde y embelesa. Son, en mi imaginación, las trompas, trombones y la tuba de una orquesta sinfónica interpretando, por ejemplo, “La Cabalgata de las Walquirias” de Richard Wagner ante un auditorio absorto y emocionado. Desde nuestro anfiteatro intuimos al vencedor en la fanfarria final con el canto victorioso del bajo. Un berrido triunfal para las hembras receptoras y sumisas. A veces, en los amaneceres, el vuelo de algún buitre levanta acta de despedida de algún ciervo apasionado que rinde a la Naturaleza su ciclo vital. Nacerán otros cervatillos en la primavera, en medio de toda prudencia y discreción, cuando los grandes machos vaguen sin defensas por la sierra.
La Naturaleza está de moda. Aplaudo aquellas iniciativas, como la de la Casa del Parque de las lagunas glaciares de Neila, que programan actividades para un encuentro real con la “berrea” de los ciervos. Y nos quedan muchas tareas sin hacer para el desarrollo de un turismo rural sostenible. Pues eso: que ya sonó la campana.
7 oct 2011
9:10
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Impresionante verlos y escucharlos en mitad de la noche con un manto de estrellas cobijandote lo más.................... He vivido la experiencia en el Parque Natural de la Sierra de Andujar por segundo año y es la ostiaaaaaaaaaaa
¡Qué hermoso! Me encantaría ver la berrea algún día, sobre todo después de leer esta maravillosa crónica. ¡Felicidades!
www.pnta.es, La berrea en Fuentes Carrionas, Palencia.
Publicar un comentario