Cuidado, lleva una revolución | Gustavo Duch

Desde muchos lugares del planeta están llegando informaciones coincidentes en una misma dirección: parece que se están moviendo piezas para generar un cambio muy drástico en el modelo agrícola actual. Si eso prospera muchas cosas se alterarán, se desorganizarán, pudiendo ser el principio de una revolución en este terreno, mucho más trascendental que aquella llamada ‘revolución verde’. Así que todas aquellas personas que estemos preocupadas por el planeta y su supervivencia –que es la nuestra-, tendremos que estar atentas. Se ruega levanten las antenas y circulen la información que puedan recibir. Más que nunca hemos de saber qué se trama.

Las primeras noticias a las que yo he tenido acceso hablan de una agricultura que produce más comida por hectárea que la agricultura industrial, que tanto nos está alimentado. ¿Será posible aumentar esos índices? Si así fuera, tendríamos un asombroso efecto: podría significar mayor autosuficiencia y mejores ingresos para las familias, pueblos y países que practiquen esta renovada agricultura, lo que llevaría a la ruina o la casi desaparición de las corporaciones de la alimentación. Las pocas y grandes empresas que se han mantenido en los primeros puestos de venta (y control) de las semillas, genética animal, fertilizantes, pesticidas… no podrán competir contra un agricultura que –dicen- es funcional con semillas autóctonas y tradicionales, recuperando y revalorizando razas autóctonas más fuertes y rústicas, que no utiliza química para sus labores y, ¡magia potagia! no depende del petróleo.

Se ha filtrado también que detrás de esta agricultura están las y los pequeños campesinos. Que son ellas y ellos los impulsores, pero como bichos raros que son, no tienen problema alguno en compartir, enseñar y ceder su saber. Es decir, puede ser [y será], el fin de una hegemonía que tiene sedes y poltronas en las universidades, en las escuelas técnicas o en los institutos de investigación.

Algunas prestigiosas organizaciones especializadas en analizar los impactos de la agricultura, pesca, ganadería…en fin, todo el sistema alimentario actual, -de escondidas o disimulando- han analizado esta forma de producir y distribuir alimentos, llegando a dos conclusiones, de nuevo, colosales. Por un lado han corroborado que  «mientras el modelo alimentario global actual es responsable de más de la mitad de emisiones de CO2 que asfixian la atmósfera», ésta otra se maneja con métodos y procesos capaces de almacenar más CO2 del que emiten. Vamos, una agricultura, que abre las ventanas y enfría el planeta además de ser mucho más adaptable a los venideros cambios climáticos.

Y por otro, han podido estudiar que al igual que la agricultura industrial o convencional con sus excesos químicos, hormonales y artimañas varías, tiene efectos preocupantes sobre la salud de quienes trabajan con ella y de quienes nos alimentamos de ella, esta agricultura revolucionaría sólo es rica en calidad, frescura y salubridad.

¿Será por todo esto que quieren ocultarla, desprestigiarla y boicotearla? La agroecología, que así se la conoce, sabe de virtudes muy poco apreciadas por el paladar capitalista: reduce el consumo de agroquímicos, conserva y difunde material genético y depende del saber campesino. Nada con lo que enriquecer bolsillos.

Ya lo saben, que corra la voz, y estemos preparados. Nos incumbe.

La mordida | Gustavo Duch

Eran los años de la posguerra, del hambre y el trapicheo. Pero eran sus años de infancia, no tenía otros y no podía escoger.

En el pueblo el futuro tenía un color muy apagado y como tantas otras familias marcharon hacia la capital, publicitada como el progreso y el desarrollo. Allí tampoco estaban fáciles las cosas, y aunque pareciera imposible, la vida se las ingenió para complicarse un poco más. No sólo faltaba el trabajo sino que faltaba la familia a la que acudir o el huerto que cultivar.

Se buscaron mil maneras de salir adelante hasta que atinaron con una que les permitió buenos años de trabajo: fueron comercializadores de proteína animal, de calidad y barata. Gracias a sus contactos se hacían traer huevos del pueblo, que de uno en uno, o de docena en docena, vendían en los barrios más humildes de la ciudad. Con la ayuda de Nano, el burro que tiraba del carro; y del carro que cargaba vendedor y huevos.

El día que el padre enfermó le pidió que se encargara  del negocio, que no era complicado, que tu deja que Nano te lleve, que él sabe de esto, que dónde se pare allí será que tienes que bajar a entregar los huevos y cobrar. Que no tendrás problema -fue todo lo que le explicó.

Así, de la noche a la mañana dejó la infancia para convertirse en empresario de la agroindustria. Con un burro como maestro y un carro como tecnología.

Todo parecía salir como le habían indicado. En los subes y bajas del barrio de el Polvorín, Nano ejercía perfectamente su papel. Frente a las puertas donde el burro se detenía, siempre salía una señora o un señor interesado en su mercancía. Eran ventas concertadas y aseguradas.

Frente a una casa -que también hacia las veces del comercio para el barrio- el burro se paró, y apareció el dueño interesado en 10 docenas de huevos. Rápidamente se cerró el trato. Pero Nano no arrancó su marcha habitual.  Tozudo y emburrado no quería moverse, mientras en el dintel del comercio-vivienda, el comprador de huevos no podía dejar de sonreír.

-Tu socio espera su ‘margen comercial’ -dijo mostrando una zanahoria en su mano. Eran tiempos de ‘mordidas’, de estraperlo alimenticio. Pero todo ha cambiado, y ahora, las mordidas son a gran escala, son especuladores profesionales, que de las zanahorias hacen oro. Por cada uno de sus mordiscos, miles de seres humanos se quedan sin comer.

Tal como lo cuento | Gustavo Duch

Me dicen desde las asociaciones de pesca artesanal de Galicia que las multinacionales de la salmonicultura quieren desembarcar frente a sus rías. ¿Empresas que llevan salmones a la escuela? ¿Instituciones que investigan el comportamiento de estos peces saltarines que remontan ríos? No, es sólo un palabrejo para confundir de lo que es una barbaridad ecológica y social. Y yo, aunque estas asociaciones y cofradías se lo saben todo, les cuento el cuento de lo que podría pasar. Sólo porque ya ha pasado.

-Mientras los gobernantes os discursean los beneficios de esta nueva industria, puestos de trabajo que se crearán….ya habrán otorgado permisos, licencias y quizás subvenciones para que todo vaya viento en popa. Primero llegarán los barcos que instalarán, frente a las mejores rías, sus mazmorras portátiles. Y en un plis-plas estarán repletas de salmones alevines, prisioneros de un falso progreso.

Tal vez,  unos años las cosas marchen bien para las empresas que venderán salmones a toda Europa y por qué no, a un Japón recuperado. Y los políticos os refregarán por la cara el fatalismo exhibido en vuestras manifestaciones.

Pero en ese tiempo la contaminación de los excrementos salmoniles, de los antibióticos y otros productos con que remediarán sus enfermedades, liberados en el mar, provocarán problemas a actividades sostenibles como la pesca artesanal y  la recolección de las y los mariscadores. Serán tantos los salmones cosechados que se instalarán –porque la necesidad de un buen negocio apremia- plantas de elaboración de harinas de pescado, cerca de playas y enclaves naturales.

Ocurre que tantos salmones apilados es el escenario perfecto para la replicación de virus (¿cómo llamaremos a la gripe del salmón?) o de parásitos como el piojo de mar, provocando muchas defunciones por pulmonía o prurito. Para que en paz descansen, sepan, que se instalarán en sus paísajes, humeantes incineradoras de salmones, donde darles el último adiós.

Y tengan por seguro que bien si es por ‘causas naturales’ o por ‘crisis coyunturales’, cuando llegue la caída de las ventas del salmón, las empresas le echaran cuento, y el gobierno de turno propondrá a ustedes todos los esfuerzos fiscales posibles, para «salvaguardar una emblemática industria gallega». Que entonces vivirá del cuento.

Así, tal como lo cuento