S.O.S. para el “turismo interior” | Guadalupe Fernández de la Cuesta

En estas fechas del mes julio el sol cae como una bola de fuego sobre la península. Esta evocación me traslada a los lugares donde el termómetro sufre de vértigo cuando marca un tropel de grados incompatibles con el aliento. Nosotros padecemos el calor en las horas centrales del día. Al atardecer, paseamos en bandolera o colgado del brazo esos jerséis livianos por si acaso hace falta abrigar la fresca. En la noche templada nos entregamos en los brazos de Morfeo sin agobio ni sudores y cuando se levanta el viento del norte, cobijamos el sueño en la calidez de una mantita.
Es posible soñar que algunos de nuestros lectores digitales se encuentren varados en alguna de esas playas prodigiosas del Mediterráneo donde disfrutan de sus días de asueto. Es posible que se encuentren instalados en un magnífico hotel con playa privada, con salas para múltiples actividades dotadas de un buen aire acondicionado. Y que incluso posean un pequeño yate para soñar aventuras marineras. La mayoría de nuestras costas y playas distan mucho de esas imágenes bucólicas. Son las familias del apartamento comprado o alquilado y de hoteles de promoción “primera línea de playa” las que exponen sus cuerpos al sol en ese reducido espacio de arena donde, a duras penas y casi de madrugada, ha sido posible instalar una sombrilla y las toallas. Y ahí quedan, sin más, engrosando esa voluminosa masa de chicha tostada y remojada de vez en cuando en la bañera de mar salada y sudores compartidos. Nuestro maltrecho y degradado litoral no ha dejado de seducir a los auténticos depredadores del ladrillo aún cuando la crisis de la construcción nos ha dejado hechos unos zorros.

“Sol y playa” es el eslogan que desde la época franquista atrae al turismo allende los Pirineos. En el deambular de la posguerra y, sobre todo, desde la diáspora de los años sesenta a Europa en busca de trabajo, los españolitos deseábamos una equidad en el comportamiento social con los ingleses, suecos o alemanes que introducían otras costumbres mucho más relajadas y cosmopolitas en nuestras playas. Los pequeños ahorros llenaron la costa de apartamentos apilados en torres descomunales y esperpénticas como signo de bonanza económica. Veranear en la playa se convirtió en un privilegio y los parajes costeros, engullidos por una marea humana, olvidaron su identidad.

No sé cómo podemos gritar a los cuatro vientos las excelentes ventajas que ofrecemos para asentar un turismo de calidad en nuestras tierras. Sueño que un día cojo de la mano a esa masa despanzurrada al sol playero y cabalgando por entre las nubes los sitúo en el lugar donde yo estoy escribiendo: 25º a la sombra, un circo montañoso vigilando mi silencio, el rumor de un río cercano y un sereno equilibrio exterior que anima a salir en pos de cualquier punto cardinal. Nuestras tierras les hablarían de dinosaurios, de árboles fósiles, de circos glaciares en las sierras de Neila y de Urbión donde se asientan, como recuerdo, sendas lagunas Negras y otras menores; de castros celtas; de vías y puentes romanos; del alfoz de Lara; del arte románico, además del monumental claustro de Silos; de casas solariegas; de cañadas reales; de caminos de la carretería; de fiestas y tradiciones...Y por supuesto, les ofrecemos sol y aire puro que oxigena el ánimo.

¿Hay quién dé más? La crisis económica necesita un cambio de estrategia en el desarrollo rural del interior ¿A qué esperamos?

Los bosques se comen el campo | César-Javier Palacios

España es, junto con China, el país del mundo en donde más ha crecido la masa de bosques en la última década, tanto en extensión como en densidad. Lo hace a un ritmo del 2% anual, hasta ocupar en la actualidad casi una tercera parte de todo el territorio nacional. Y ello a pesar del incremento de los incendios forestales, cada vez más voraces.

¿A qué es debido este aumento en dos países tan diferentes como China y España? Ambos territorios tienen el mismo mal común, el abandono del mundo rural. La industrialización ha llevado a inmensas proporciones de la población humana a áreas urbanas. Y a la vez, el aumento de la productividad de las explotaciones agroganaderas ha reducido la necesidad de erradicar bosques para incrementar la superficie cultivada o destinada al pastoreo. Las gentes se van y avanza el bosque, recuperando el árbol los terrenos perdidos nada menos que al comienzo del Neolítico, hace ahora más de 7.000 años.

El drama social del éxodo rural ha permitido que el bosque, literalmente, se esté empezando a comer el campo, en su sentido amplio de paisaje cultural. No sólo se han beneficiado los árboles. Junto a ellos, la gran mayoría de las especies de aves forestales ha aumentado sus áreas de distribución, especialmente los pájaros carpinteros (pico picapinos, pico menor o pito negro), el mosquitero común o el siempre inquieto trepador azul.

Su éxito estriba en que los bosques también están siendo gestionados mejor, permitiendo la presencia de árboles viejos; ofreciendo un hábitat más maduro, de mejor calidad y, por ello, biológicamente mucho más diverso. Paralelamente, los procesos de dispersión, colonización y expansión de las aves se han visto favorecidos por el aumento de la superficie forestal y de su conectividad, al reducir el tradicional aislamiento de muchos bosques que durante siglos fueron auténticas islas biológicas en un mar de deforestación.

No hay mal que por bien no venga, dirán algunos. Están equivocados. El aumento de los bosques no mejorará la biodiversidad, sino todo lo contrario, la empobrecerá. La homogeneidad nunca es buena, y en la naturaleza mucho menos. Variedad. Ésa es la clave.

Más que nunca, necesitamos mantener los paisajes agrícolas y ganaderos, las praderas de alta montaña, las pseudoestepas cerealistas, las huertas, los viñedos. En primer lugar porque son nuestros paisajes, nuestros orígenes, nuestros referentes espaciales y ecológicos, nuestra historia. En segundo lugar porque es riqueza. Tanto para el medio ambiente como para ese puñado de valientes que aún se aferra a vivir en el campo sabedores de que en los pueblos está la verdadera calidad de vida; también el servicio que nos hacen a los urbanitas, necesitados de esos refugios rurales, de esos paisajes cuya existencia tanto necesitamos.
Un paseo por el hayedo escuchando el tamborileo del pito negro es maravilloso, pero no lo es menos ver entre tomillos a las soberbias avutardas. Ya lo dice la abuela: “En la variedad está el gusto”.

Benditos veraneantes | César-Javier Palacios

Cual Ave Fénix renaciendo de sus cenizas, miles de pequeños pueblos y aldeas españolas recuperan estos días el pulso aletargado por el invierno.

Hace ahora 40 años, mi abuela Emilia aguantaba las lágrimas mientras cerraba la puerta de su casa en Huidobro (Burgos) camino de Bilbao. Ella y su marido eran los últimos habitantes que quedaban en el pueblo, más de cien cuando era niña. En enero se les murió la yegua en la cuadra durante una terrible tormenta de nieve. Debieron pedir ayuda a los parientes de Nocedo para arrastrarla días después hasta el muladar. En unas pocas horas, el inmenso cadáver fue devorado por buitres y lobos. No quiso ser la siguiente y se fue sin mirar atrás, sabiendo que nunca más volvería a ver la Peña Lugero, ni el hayedo protector, ni el duro páramo donde con tanto esfuerzo plantaban robustas patatas, ni la fuente, ni la preciosa iglesia románica de san Clemente. Desde entonces, todos los días, sigue soñando con su pueblo, a pesar de que su casa de piedra lleva ya muchos años hundida y con ella sus últimos recuerdos materiales.

Cuando a partir de 1960 un terrible abandono se adueñó del campo, el éxodo rural se vio como único camino posible. Un camino de no retorno. En general lo fue, aunque no tan radical como muchos se temieron. La ciudad puede tener cosas buenas, la principal el trabajo, pero nunca logrará ofrecer la tranquilidad que da un pueblo. Eso se llama calidad de vida y, como saben todos los que tienen pueblo, es algo que no se paga con dinero. Además ahí tenemos nuestras raíces, nos sentimos alguien, “el hijo de la…”, el nieto del…” En la gran urbe apenas somos una pieza más del gran engranaje productivo, de la gran rutina, del gran anonimato colectivo. Por eso volvemos al campo siempre que podemos, al pueblo, a la naturaleza. Para sentirnos mejor.

Las viejas casonas familiares vuelven a estar habitadas en verano. Estacionalmente, es verdad, pero al menos están temporalmente vivas. Cuidadas y restauradas con mimo. En muchos de Los pueblos del silencio de los que escribió mi amigo Elías Rubio un estupendo libro pueden oírse desde ahora y hasta San Miguel las risas de algún niño, los murmullos monocordes de la partida de brisca a la sombra del moral, una música lejana, la azada abriendo surcos en la huerta, el crotoreo de la cigüeña. Los más ancianos vuelven de la residencia donde han pasado los fríos y se encuentran allí con sus nietos. Son días de pueblo. De las peores travesuras y de los mejores galanteos. Llegan los veraneantes, benditos veraneantes. Sed bienvenidos.

Repoblemos los pueblos | César-Javier Palacios

Si las nuevas tecnologías nos permiten trabajar desde casa en cualquier lugar del mundo ¿por qué se están quedando vacíos nuestros pueblos? Todos los que cambian el campo por la ciudad señalan las mismas razones: en el pueblo no hay futuro. Lo encontrarán o no en las grandes urbes, pero lo que está claro es que para quien no hay futuro ahora mismo es para el pueblo, cada vez más convertido en un lugar lúdico y cada vez menos considerado un hogar próspero.
Pescueza, una pequeña población de Cáceres, ha ocupado estos días el interés de los medios de comunicación gracias a una iniciativa realmente interesante. No se resigna a desaparecer por falta de vecindario, de niños, de escuelas, de atractivo. Por eso llevan años tratando de ayudar a esas personas que, hartas de la vida urbana, quieran cambiar la ciudad por el pueblo. Buscan pobladores con espíritu emprendedor, gentes que estén dispuestas a vivir en zonas rurales desarrollando su propio negocio. Pero no les regalan casa y trabajo. Se lo tienen que buscar ellos. A cambio el pueblo les ofrece vivienda a precios económicos, asesoramiento, tranquilidad y, especialmente, calidad de vida. Ganan todos.
El apoyo de Telecinco y de Mercedes Milá, a través del proyecto “El poder de la gente” les ha dado repercusión nacional. Los propios habitantes de la pequeña localidad cacereña son los protagonistas de un espontáneo anuncio, que se emitirá en todas las franjas horarias de la cadena televisiva, y donde se muestra con orgullo el resultado obtenido en apenas tres años: tener nuevos vecinos.
“Es una realidad que en Pescueza ahora hay niños, antes no existían”, le comenta un pescozano a Mercedes Milá. “Queremos que venga la gente”, le dice otro, momentos antes de que la presentadora resuma la filosofía de la iniciativa: “Yo sí doy mi apoyo a esta iniciativa de Pescueza, porque hay nuevas oportunidades, nueva vida en los pueblos. Porque esto va en serio”.
El proyecto de Pescueza no es único. La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente (FFRF) ha desarrollado dentro del programa RuNa un plan denominado RuN@Emprende, destinado precisamente a promover y fomentar la incorporación de nuevos emprendedores en la Red de Espacios Naturales Protegidos del territorio español. Se trata de alentar el desarrollo de actividades económicas sostenibles, en unas áreas de especial valor ecológico y ambiental.
Y es que cada vez más alcaldes de municipios rurales españoles se están dando cuenta de que el futuro no está en asfaltar más calles o hacer parques. El futuro está en no extinguirse, en luchar para que los jóvenes no se vayan y tratar de que otros emprendedores se instalen junto a ellos. Así los pueblos volverán a tener vida, vecinos y porvenir.


Es hora de emprender… ¡es hora de aprender! - María de la Cita

 Seguramente que muchas veces has hecho esta reflexión: “No puedo más con el ritmo de vida de la ciudad. Lo dejaría todo ahora mismo y me iría a un pueblo a vivir una vida más tranquila y que me llene más”.  Sin embargo, la respuesta es casi automática, ¿verdad? Nos solemos decir: “Pero ¿de qué voy a vivir yo en un pueblo?”

Solemos tener la percepción de que en las zonas rurales, crear actividad económica y/o productiva, es tremendamente complicado. Sin embargo, la realidad es bien distinta y las oportunidades de creación de negocio y empleo en áreas rurales aumentan a pasos agigantados, lo que en estos tiempos de crisis supone una enorme ventaja para esas zonas, normalmente, olvidadas por la población urbanita.

Entonces, ¿qué necesitamos para que esa idea que nos motiva tanto se haga realidad? Sólo dos cosas: una idea para crear un nuevo negocio y una motivación especial, ya que pasas  convertirte en un “emprendedor” y necesitas ver las cosas desde otro punto de vista: ya no tienes la comodidad de tu oficina, tienes que arriesgar y comenzar desde cero para llegar a convertirte en lo que quieres ser. Pero claro, empezar una nueva vida, un nuevo trabajo, un nuevo negocio y una nueva visión de las cosas, no es nada fácil y podemos ver cómo un abismo se abre bajo nuestros pies… empieza el vértigo y puede que eso derive en el desánimo y finalmente, en el abandono de nuestra idea.

Ahí es donde aparece la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente: con su programa Run@Emprende da a conocer a los “nuevos emprendedores rurales” las oportunidades de negocio que existen en los pueblos de Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía, de una manera profunda y específica, contando siempre con la realidad de cada una de las comarcas en las que trabaja con este proyecto.

Pero esta formación, que empieza identificando las oportunidades de negocio, no acaba ahí: la Fundación desarrolla un programa formativo gratuito en 8 provincias españolas, de 50 horas de duración y en modalidad semipresencial en la que muestra el procedimiento a seguir para crear una empresa, mantenerla y aprovechar las características específicas de cada zona para mejorar los ingresos de la misma.

El programa en cuestión, está dirigido a todas aquellas personas cuya motivación sea la que señalábamos al principio: dirigirse al medio rural y crear en él un nuevo negocio y empleo sostenible con el medio ambiente. En definitiva, no importa la edad, ni los conocimientos previos, ni la experiencia profesional: lo importante son las ganas de aprender y por supuesto las ganas de emprender.

Para más información sobre los cursos, puedes dirigirte a la web: www.runaemprende.com o al correo electrónico runaemprende.contenidos@felixrodriguezdelafuente.com

Para abrir boca, te señalamos las provincias y las fechas en las que se desarrolla esta formación, para que no dudes en apuntarte a la convocatoria que más te convenga.

Curso: “Realidad y oportunidades de emprendimiento en la áreas rurales”
-    Guadalajara: 9 a 24 de julio.
-    Cáceres: 16 a 31 de julio.
-    Cuenca: 6 a 21 de agosto.
-    Mérida (Badajoz): 13 a 28 de agosto.
-    Toledo: 3 a 18 de septiembre.
-    Aracena (Huelva): 10 a 25 de septiembre.
-    Sevilla: 1 a 16 de octubre.
-    Jaén: 29 de octubre a 13 de noviembre.

¡Al rico transgénico! | Miguel Martín Álvarez

Alababa Javier Sampedro los beneficios de los transgénicos en un artículo -EL PAÍS del 4 de julio- en el que daba la bienvenida al primer animal transgénico que llegará a nuestros platos, un salmón que crece el doble de rápido debido a la incorporación de dos piezas genéticas de otros seres vivos y que ya tiene su nombre comercial: salmón AquAdvantage, de los laboratorios AquaBounty Technologies.

Javier Sampedro, que es un excelente divulgador de la ciencia al que siempre es un placer leer por lo claro que expone los temas científicos, hablaba en el artículo sobre el engorro que supone el que las agencias europeas de seguridad alimentaria tengan que explicitar, en las etiquetas del producto en venta, que se trata de un alimento transgénico. Aducía para ello que el hecho de que un ser vivo lleve alguna pieza genética externa no implica que esta modificación esté presente en lo que uno se lleve a la boca. Y exponía el ejemplo de la carne de salmón. Ni la hormona de crecimiento ni el interruptor genético que la activa a bajas temperaturas están presentes en el resultado final que vemos en el plato. Por ello, la empresa creadora del salmón, en un alarde de cinismo, explica que el etiquetado informativo resultaría, en definitiva, “engañoso”.

En principio, resulta un tanto chocante que algunas empresas alimentarias se den tanta prisa en etiquetar a un producto como ‘bio’ o como ‘eco’, aun sabiendo que esa denominación conduce a equívocos y científicamente nada representa, a la vez que se muestran tan reacias para informar sobre la modificación genética que pueda existir en sus productos. Si son tan saludables, ¿no sería estupendo declararlo a los cuatro vientos? Explica Sampedro que esta actitud en buena parte se debe tanto a las campañas intoxicantes de “los ecologistas”, como a la ignorancia de la gente y el miedo popular a lo que no se entiende.

Para los que hemos estudiado algo de genética, que una serie de átomos perfectamente ordenados y orientados consigan transmitir información no deja de ser nunca algo fascinante y complejo de entender. Leyendo a Steven Pinker en su espléndido libro Cómo funciona la mente hace que sea aún más consciente de tal complejidad. No tiene ningún sentido apelar al desconocimiento o al miedo a lo que no se entiende para explicar el rechazo de la sociedad a los transgénicos. También es muy complejo de entender para el común de los mortales el electromagnetismo y no por ello la gente rechaza los teléfonos móviles o los ordenadores. Y, por último, decir que los ecologistas han realizado unas eficaces campañas confundiendo a la opinión pública es síntoma de que no sobran las explicaciones convincentes. ¡Qué bien que existan los ecologistas para echarles la culpa! Al menos ellos han planteado abiertamente a la sociedad la necesidad de reflexionar sobre un tema que nos concierne a todos.

El debate sobre los organismos transgénicos es bastante más que un asunto meramente científico. Toca de lleno la libertad de elección, el derecho a la discrepancia, el poder de las empresas multinacionales sobre la vida, el derecho al sano escepticismo por mucho que se nos hable desde sagrados púlpitos, el debate sobre la relación actual entre ciencia y empresa, y en definitiva, la libertad de elegir otro futuro diferente al que nos tratan de imponer.

El mejor enemigo de las palomas | César-Javier Palacios

Ya no nos gustan. Durante cientos, miles de años, las palomas fueron símbolo de paz, de armonía, incluso de amor. Su llegada al Arca de Noé con una ramita de olivo significó la reconciliación de la humanidad con una naturaleza destructora. La huella de sus delicados dedos dentro de un círculo puso fin a muchas guerras. Pero eso era antes. Ahora nos molestan e incluso las odiamos. Son demasiadas, decimos. Ensucian. Sus ácidos excrementos destruyen el patrimonio arquitectónico. Son portadoras de enfermedades. Hacen ruido. “Ratas con alas”, las llamamos para justificar nuestro rechazo creciente. Y las exterminamos.

Es verdad que sus poblaciones urbanas se han disparado en las últimas décadas, pero la culpa es nuestra y sólo nuestra. Somos nosotros quienes las damos de comer en los parques, ajenos a los problemas que esta acción puede ocasionar. Y luego rechazamos por salvaje sus cacerías municipales con redes, porque lo son, pues todas las aves capturadas acabarán siendo sacrificadas.

Pero hay un método mucho más eficiente y ecológico de control de las poblaciones de palomas, tórtolas, cotorras o estorninos. Lo inventó Félix Rodríguez de la Fuente y consiste en soltar halcones peregrinos, sus tradicionales enemigos naturales. No sólo utilizar pájaros de cetrería, sino propiciar la instalación en las ciudades de parejas silvestres de esta extraordinaria rapaz. La técnica se llama “Hacking”, un método de introducción a la naturaleza de aves criadas en cautividad, a través de nidos artificiales y sin tener contacto con el criador. Aprovechando la filopatría de la especie, tendencia a criar en las mismas zonas donde nacieron, cuando los halcones alcancen la madurez sexual instalarán los nidos en las ciudades donde su instinto les asegura que nacieron ellas y, por lo tanto, son buenos para sacar adelante a una familia.

Así se está empezando a hacer en Madrid, Barcelona, Valencia o Guadalajara. Y los resultados son espectaculares. Nuestros nuevos vecinos hacen magníficamente bien su trabajo. Mantienen a raya a todas esas aves que tanto nos disgustan ahora, y encima nos deleitan con vuelos vertiginosos por entre los edificios. Pero además refuerzan la biodiversidad biológica de las ciudades, ayudando a la recuperación de una especie en peligro de extinción.

¿Se puede pedir más? Pues sí, sólo una cosa: dejar de alimentar a las palomas en los parques. O no habrá halcones suficientes para controlar su número y seguiremos necesitando a palomeros con redes para tratar de remediar nuestro mal dirigido amor a los animales.

Rebaños trashumantes: El esquileo | Guadalupe Fernández de la Cuesta

“¡Moreno! ¡Andando va!
Víctor atiende bien el recado. Atado a una cuerda que rodea su cintura de pocos años cuelga un bote de hojalata lleno de “moreno” que se ha recogido en la fragua del Pedro el Mugroso. Él debe depositar con mucho cuidado un pellizquito de ese polvo negro en cada picada del pellejo. De este modo las ovejas no quedan expuestas a la gusanera. (…) Como en un desfile van apareciendo las ovejas desde el legadero hasta los pies de los esquiladores.

Tres hombres son los encargados de legar las reses: las cuatro patas bien atadas con trozos de cuerdas de redes deshechas. La lana menuda de los añinos mulle el suelo donde permanecen las ovejas indefensas. Una sombra de cejas pobladas cubre la mirada roja de sangre de un esquilador menguado. Sus manos grasientas y sucias remueven la lana para comprobar su calidad. Durante toda la noche el ganado ha permanecido bien apretado en el bache contiguo al portal grande para favorecer el corte. (…) Y al esquilador le crece la vanidad por ser el más rápido y el mejor. Una competencia difusa ocupa sus manos y apenas distrae su atención en el vellón que va creciendo como una nube. Los dedos se lanzan como látigos y dejan en la atmósfera el “tris tras” enfurecido de las tijeras que muerden la lana. Un dolor creciente trepa desde los riñones hasta la misma frente empapada de un sudor largo que ciega la vista. No puede más. Vacía la llara en la boca y remueve el trago. De un manotazo se limpia el sudor mientras que el vellonero a sus pies enrolla, el brazo como eje, la lana que dio abrigo a la última oveja que, sin contener los temblores de su piel desnuda, apenas logra mantenerse sobre las patas recién desatadas.

(…) El amo está exultante. Es el último día de esquileo y se van, hasta el próximo año, los esquiladores de Villavelayo. Ha finalizado la pela de los rebaños de la sierra y por esa razón hoy se celebra una comida especial. Los sacones de lana están llenos, convenientemente cosidos y marcados con almagre para no confundir ni la categoría, ni al dueño. Sólo queda la tarde y recoger toda la borra. (…) Como un trofeo viajará la lana hasta los puertos del Cantábrico. Por el contrario, los desvalidos animales, desorientados y temblorosos, sembrarán de blanco reciente los pastos de los agostaderos, valles jugosos acunados por la magia de la sierra. Las montañas próximas elevarán hasta la cumbre la gratitud de los rebaños y los pastores, porque este suelo es su propio hogar aunque las noches los cobije bajo las estrellas.”

(…) Se oyen lejanos los zumbos de los carneros. El rebaño está recogido en una finca próxima a la Casona de donde traen caliente la pez. Los pastores presentan al mayoral el vacío derecho de los animales y allí, con mano certera y sobre la blancura de la piel recién esquilada, se escriben las letras del amo de un sólo golpe. Unas pequeñas lágrimas caen de los perfiles de la pez líquida. (…) Es verdad que algunos corderos tiemblan, pero no se sabe si es de frío o es la transparencia de los latidos del corazón. En el próximo amanecer toda la cabaña subirá a los puertos. Los pastores, por tener menos trabajo, podrán pasar algunos días en sus casas y los hijos encontrarán a su padre, las mujeres al marido y los muchachos, la juventud perdida”
(Del libro “Sombra de majadas” Guadalupe Fernández de la Cuesta)

Cuando existe la prisa por vivir podemos recuperar la historia en la memoria colectiva. Como en otros pueblos de la zona, en ocasiones señaladas, este sábado en Neila recordamos lo que fuimos.  ¡Qué menos!

Con las gafas de la Soberanía Alimentaria | Gustavo Duch

El desarrollo surge del crecimiento económico. Los transgénicos llegan para erradicar el hambre en el mundo. Los atuneros españoles en Somalia requieren de todo nuestro apoyo. La pequeña agricultura española vive sin trabajar gracias a los subsidios públicos. Las grandes superficies nos facilitan las compras además de ofrecernos precios muy ventajosos. El cambio climático lo resolveremos con mejor tecnología.
La internacionalización de las empresas españolas las convierte en agentes de desarrollo y crean riqueza allí donde desembarcan. Los países africanos no son capaces de aprovechar sus recursos naturales. La acuicultura ofrece una alternativa al agotamiento de los recursos pesqueros. La seguridad alimentaria de nuestro país se garantiza con las producciones del Sur. La agricultura ecológica es poco productiva y costosa. Los agrocombustibles no son responsables del aumento de los alimentos. La reforma agraria es una lucha obsoleta, del pasado…. Que no, que no me lo trago.

Informaciones como estas, que nos encontramos a diario presentadas como verdades absolutas, sin rendijas, tienen todas un propósito: consolidar una racionalidad que justifique el expolio y dominio que un centro global hace de las periferias y de la Madre Naturaleza, para poder seguir reproduciendo una forma de vida capitalista. Por eso me gusta recomendar, aprendiendo la fórmula propuesta por los movimientos feministas, que analicemos las cuestiones relacionadas con la agricultura colocándonos las gafas de la Soberanía Alimentaria.

Si la Soberanía Alimentaria se entiende como «el derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y la producción de alimentos, garantizando, a través de una producción en armonía con la Madre Tierra, local y culturalmente apropiada, el acceso de los pueblos a alimentos suficientes, variados y nutritivos», vemos con sus gafas, un paisaje diferente:

Somalia tiene derecho y prioridad en el acceso a los recursos pesqueros de su región; la revolución verde con su química, y ahora con los transgénicos, se apropia del conocimiento común y colectivo de las mentes campesinas; las corporaciones en el trono del Sistema Agrario Global sólo entienden de beneficios económicos y nada saben del acto de cultivar y proveer alimentos; el cambio climático es un antiguo problema (con mucha responsabilidad en la agricultura industrial) que no lo puede resolver nuevas tecnologías; el acceso a la tierra es la base de las desigualdades en el campo (acentuado hoy día con la especulación que sobre la tierra cultivable se está dando); la internacionalización de las empresas es en realidad una deslocalización en busca de rebajar sus costes laborales y al encuentro de medidas medioambientales más permisivas; la agricultura campesina o ecológica, la agroecología, es capaz de alimentar al Planeta a la vez que lo enfría; la acuicultura está diseñada casi exclusivamente para disponer de productos interesantes para la exportación, es decir, de nuevo para nutrir al saciado centro global…

Que sí, que con estas gafas, descubrimos un cúmulo de atropellos e injusticias a la vez que nos presentan opciones posibles para reinventar, recuperando sabidurías pasadas, un nuevo modelo de alimentación.