Edurne Pasaban | Miguel Martín Álvarez

 “Tus catorce ochomiles son inconfundibles, como tú. Seguro que son inútiles, pero por eso resultan más hermosos. ¡Felicidades!”

Reinhold Messner, primer alpinista en completar las catorce cumbres de más de 8.000 metros.

“La naturaleza entera es tu recompensa, y has provocado por un instante que sea a ti mismo a quien bendiga.”

Henry David Thoreau 

Las montañas ejercen un magnetismo y dan lugar a una pasión difícil de describir.
No todo el mundo que entra en contacto con la naturaleza salvaje de la montaña le ocurre lo mismo. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué los amantes de las montañas sentimos esa irresistible atracción y nos sentimos tan nosotros mismos en estos paisajes? Quizá tendrá que ver cómo resultó la primera vez que tomamos contacto, quizá con quién íbamos, quién nos lo mostró, a qué edad, quizá las sensaciones de las que fuimos conscientes en esos momentos… Difícil saberlo. Lo que sí es cierto es que cada uno de nosotros lo puede describir de diferente manera y que este sentimiento, a la vez que genuino, es intransferible. Se siente o no se siente.

Edurne Pasaban (Tolosa, 1973) ha logrado, al alcanzar en mayo de este año la cumbre del Shisha Pangma (8.027 m), la proeza de subir las catorce cumbres del planeta que superan los 8.000 metros y, además, de ser la primera mujer que lo consigue. El nombre en hindi de esta montaña, Gosaithan, significa "El trono de los dioses", término bien certero en su caso, como si resultara el merecido homenaje a Edurne en su último ochomil.

Se inició saliendo al monte con su primo Asier, también presente en su última aventura al acompañarla en la cima. Después de una larga trayectoria en diversas cordilleras a lo largo del mundo, en 2001 comenzó -con la ascensión al Everest- su espectacular cuenta atrás para conseguir subir los catorce ochomiles. Después vendrían dos cimas más en 2002, ¡tres en 2003!, en 2004 el mítico K2, el Nanga Parbat en 2005 y el Broad Peak en 2007, completando dos cumbres más en 2008, una en 2009 y las dos últimas, el Annapurna y el Shisha Pangma, en este 2010.
Un fantástico historial que se resume en unas pocas líneas pero que encierra una voluntad titánica y una fortaleza mental fuera de lo común.

Una pena que el jurado de los Premios Príncipe de Asturias de los Deportes no haya aprovechado la excelente oportunidad de reconocer, hace pocos días, una trayectoria ejemplar en la que la disciplina, la constancia, el esfuerzo, el compañerismo y la épica son una constante en la vida de la montañera vasca.

Edurne Pasaban, mientras tanto, ya ha señalado como su próximo reto montañero el subir a pulmón el Everest, el que fue su primer ochomil y que entonces ascendió con ayuda de oxígeno. Y después, probablemente, pasar página y dedicarse a otras de las múltiples facetas de la vida. Sin olvidar la montaña. Como ella dice: “La verdad que mi vida esta constantemente llena de emociones, y de sensación, quizá por eso me gusta tanto”.

La crueldad | Guillermo Rancés


Es una calumnia el considerar a los animales, en especial a los feroces, el como crueles. Pero para que la crueldad exista es necesaria una intención consciente y morbosa. El diccionario deja muy claro su significado: “Cruel: el que se complace provocando el sufrimiento ajeno”. Los depredadores, cuando atacan a su presa, no tienen intención de hacerla sufrir, obran siguiendo un irresistible impulso instintivo y natural que les empuja a alimentarse, a defender su territorio o a sus crías. Es un impulso de supervivencia. Indudablemente son hechos que tienen un componente sanguinario y en apariencia cruel pero no es así porque el animal solo tiene consciencia de si mismo y de sus instintos. Aquellos seres que se ponen a su alcance son, presas legítimas que la naturaleza le ofrece.

El ser humano es el único que posee capacidad para ser cruel ya que es, consciente de sus actos. Claro que no siempre es cruel, un cazador humano puede obrar por motivaciones que no sea de crueldad, sino simplemente de desafío a su habilidad, a su destreza para cobrar las piezas más rápidas, astutas, o difíciles de alcanzar. Posiblemente se rigen por un impulso atávico que proviene de sus ancestros primitivos.

Hoy en día todavía existen tribus que viven de la caza. Los bosquimanos por ejemplo le piden perdón a la pieza que abaten. Ahí no existe crueldad como tampoco en el cazador deportivo, pero sí en aquellos que matan por matar que no tienen medida para hacerlo, que se recrean en la muerte como si fuera un espectáculo, que no solo no sienten ningún remordimiento sino por el contrario alardean de ello con complacencia. Quizás estos crueles personajes se justifiquen diciendo que hacen esto con seres inferiores pero es posible que, si el crimen no estuviera penalizado, serían capaces de sentirse complacidos haciéndole lo mismo a un ser humano.

Malos tiempos para el lobo | César-Javier Palacios


Dices lobo y piensas automáticamente en Félix Rodríguez de la Fuente. Ves al hermoso cánido salvaje corriendo hacia un ocaso encendido mientras suenan poderosos los timbales de “El Hombre y la Tierra”. Sueñas con verlo alguna vez en el campo, confiado en que esté ahora más cuidado que antes, cuando era perseguido con saña, con venenos y fuego. Extinguirlo era entonces el lema. Pero llegó el naturalista y nos cambió la mentalidad a todos. Había que protegerlo, aunque recordad sus palabras: “Que el lobo viva donde pueda y donde deba vivir, para que en las noches españolas no dejen de escucharse sus hermosos aullidos”.

Es verdad. No existe nada más mágico, más espectacular, que escuchar los aullidos del lobo rompiendo el silencio de la noche. Y sin embargo, qué difícil es oírlo.

¿Está ahora más protegido el lobo que en los tiempos de Félix? Aparentemente sí, pero en la práctica no. La razón es sencilla, el hombre del campo lo sigue odiando. Y las administraciones no tienen muy claro cómo gestionar esta especie, siempre en su posición imposible de querer dar gusto a todos sin dejar conforme a nadie.

Castilla y León, la región natal del llorado naturalista, el primer lugar donde tuvo la oportunidad de fondear en el misterio de los ambarinos ojos del bello animal, es donde más lobos hay de Europa y donde peor se les trata. Este año se han reducido allí hasta un 13% los grupos reproductores con respecto al año pasado. La razón es clara. Paralelamente a su hundimiento poblacional se ha triplicado el furtivismo, los lazos y en especial el uso de los venenos.

En Valladolid la población lobuna ha descendido un 35% por culpa principalmente del furtivismo, pues por cada lobo cazado legalmente mueren 14 ilegalmente. Su supuesta expansión, más que un aumento, está producida por una huída, pues las densidades son cada vez menores. Y sus exigencias alimenticias cada vez más bajas, como en Palencia, donde el 80% de su dieta proviene de carroñas y basuras.

Todos los daños que los lobos provocan al año a la ganadería española tiene un coste inferior a construir 250 metros de autovía, 100 veces menos que las muertes de ovejas por reacción a las vacunas.
Cuenta la leyenda que una vez la luna se enredó en un árbol y un lobo se puso a jugar con ella, arrancándola de su eterna soledad. Pero el animal se fue y la luna, indignada, le robó su sombra. De ahí que le aúlle al astro por las noches pidiéndole que se la devuelva. O acabará como Peter Pan, corriendo detrás de ella en busca de un futuro sin odios, venenos ni escopetas.
---
Foto: Lobos abatidos en una cacería ilegal en Castilla y León (ASCEL)

Con el trigo no se juega | Gustavo Duch


Con la experiencia de la crisis alimentaria de 2007-2008 resulta -digámoslo así- llamativa la información que se ofrece de la actual subida de precios de los cereales, en especial del trigo. De aquella crisis aprendimos que los factores que llevaron al incremento de precios no eran solo el aumento del consumo en India y China, sino, y más importantes, el tirón producido por el boom de los agrocombustibles y la especulación financiera trasladada de los fondos hipotecarios a los mercados de futuros de cereales.

El inicio de lo que puede ser una nueva crisis (que como dice el Banco Mundial, constituye un riesgo adicional a la crisis prevaleciente) se achaca ahora a la sequía en Rusia. ¿Sólo? ¿Seguro? Pues no. Las cosechas mundiales de los últimos dos años fueron excelentes, y los almacenes de grano disponen de unas reservas equivalentes -según la FAO- al 28% del consumo mundial del grano. Y las previsiones para este 2010 apuntan a la tercera cosecha más grande registrada en la historia. A pesar de ello, a mediados de agosto, el valor del grano en el mercado internacional se había elevado en torno al 50% respecto a junio.

Si pasean por las sucursales bancarias de su barrio o buscan información de fondos de inversión, tendrán a la vista el factor clave en este actual incremento en los precios del trigo: otra vez la acción especulativa con las cosechas de alimentos. Un derecho humano que se decide en la ruleta de la Bolsa.

La larga lista de la compra | Gustavo Duch

Dicen que apenas usamos dos segundos antes de decidir qué producto seleccionamos en una estantería del colmado, y que en muy escasas ocasiones manejamos más de cuatro o cinco criterios. Los más usuales son el precio, el aspecto general, la cantidad que contiene el paquete y la fiabilidad, es decir, que estemos seguros de que lo que compramos será similar a lo de otras ocasiones. Todo en dos segundos.

Entonces, ¿qué espacio resta para la compra responsable, en la que incluimos además una diversidad de criterios sociales y ambientales? Por ejemplo, ¿se garantizan los derechos laborales de todas las personas en la cadena de producción? ¿Se elabora el producto teniendo en cuenta las mejores prácticas ambientales posibles? ¿Se favorece una justa redistribución de la riqueza entre todos los actores?

Supongamos que queremos comprar un poco de pescado. Veamos unas recomendaciones para una compra responsable.
  1. Algunos caladeros están altamente sobreexplotados y lo mejor sería que no se pescara en ellos durante un tiempo para favorecer su recuperación. También debemos ser prudentes con especies sobreexplotadas como el atún rojo, el bacalao de profundidad o diversos tipos de tiburones. Sería adecuado entonces llevar a la compra las listas del WWF o Greenpeace con esta información.
  2. Debemos controlar no comprar pescados de tamaño insuficiente, algo un tanto complicado dado que el tamaño mínimo cambia ligeramente según la pesquería (por ejemplo, en el Cantábrico y el noreste el bacalao debe ser superior a los 35 centímetros, las doradas a 19, la merluza europea a 27, los boquerones a 12…). Pero se puede solucionar si llevamos con nosotros una regla y un listado de tamaños mínimos para salvar a los pezqueñines.
  3. En teoría, las pescaderías deben señalar la procedencia del pescado (lamentablemente, hay que decir que en muy pocas ocasiones lo cumplen), lo que es también un factor importante en nuestra elección¿. ¡No querrá usted comprar un pescado obtenido del Sáhara ocupado o que haya contribuido a desastres ecológicos, como la perca en el lago Victoria!
  4. Tampoco queremos ser cómplices en nuestra compra de las compañías transnacionales que no garantizan los derechos laborales de sus trabajadores, como sucede, por ejemplo, en el sector salmonero de Chile. Esta vez la solución es un poco más complicada, porque pasa por preguntar amablemente al pescadero -suponiendo que lo sepa- quién ha realizado la pesca, o exigir a asociaciones de consumidores y usuarios que presionen para que esta información sea obligatoria. Pero no parece una solución a corto plazo.
  5. En el etiquetado debemos fijarnos en el método de producción/captura utilizado, ya que en ocasiones -como es el caso de la dorada- el pescado puede ser de piscicultura o de pesca extractiva, con diferentes impactos ecológicos a valorar. Y más difícil aún: para algunos pescados existen diversos métodos de captura alternativos, con desiguales implicaciones en el ecosistema marino, desde las más perjudiciales, como las redes de arrastre o de enmalle, a las mucho más ecológicas artes pasivas.
Difícil, difícil ¿Todo apunta a que tendremos que ir a la pescadería con una mochila cargada de documentos, reglas, lupa, paciencia… y quizá volveremos a casa con muy poco. Por eso algunas organizaciones promueven la certificación de la pesca, desplazando así todas estas revisiones a organismos externos. La certificación más conocida es la Marine Stewardship Council (MSC), aunque no está exenta de polémicas. Otra fórmula es optar por comprar principalmente pesca de proximidad (de especies quizá con más espinas pero igualmente gustosas y más baratas), con la confianza de que no son especies sobrepescadas ya que la cercanía entre el recurso pesquero y el pescador lleva a este a actuar responsablemente para mantener su medio de vida.

Pero -y esto es muy propio de nuestro sistema económico- ¿no caemos los consumidores en la trampa de responsabilizarnos y culparnos en exceso de aspectos que pertenecen a las esferas políticas? La única manera de garantizar una compra responsable es que todos los productos pesqueros a disposición del público sean gestionados responsablemente antes de llegar al punto de venta. O lo que es lo mismo, que la mayor parte del peso de la mochila sea gestionado a través de una buena legislación de pesca y la voluntad de cumplirla, dejando al consumidor o consumidora solo el margen de escoger entre lo bueno y lo excelente. Necesitamos ante todo modificar las políticas actuales y, consecuentemente, que las buenas prácticas monopolicen el mercado. Así podríamos ir fácilmente con la mochila vacía a comprar y volver con la cesta llena.

La biodiversidad necesita muchas banderas | César-Javier Palacios

Contaminación, incendios, despoblación, erosión, sequía, cambio climático, urbanismo salvaje, sobreexplotación, especies invasoras, crisis. Con la que está cayendo, la biodiversidad se enfrenta a la extinción masiva más rápida en la historia de la Tierra, una destrucción general y acelerada de especies que amenaza con superar las cinco mayores extinciones del pasado geológico.

La culpa, ya lo saben, la tenemos nosotros, la supuesta especie elegida. El impacto humano en el planeta es análogo al impacto de la colisión de un gran cometa del Cretáceo, suceso que provocó hace sesenta y cinco millones de años la extinción de todos los dinosaurios.

Solo el 10% de las especies del mundo sobrevivieron a la tercera extinción masiva, la producida al final del Período Pérmico, hace 245 millones de años. ¿Cuántas desaparecerán ahora? Millones, pues el ritmo es ahora frenético.

Por suerte somos conscientes de ello. No será la solución al problema, es verdad, pero como explican los médicos, cuando el enfermo asume su enfermedad está dando el primer paso hacia su curación.

Hay un problema añadido. El mundo natural es muy grande ¿Por dónde empezamos a proteger? Inconscientemente, nuestra mente necesita retos concretos para ponerse en marcha, pues nos resulta imposible trabajar en la defensa de grandes ideas generalistas cercanas a la entelequia.

Hasta hace poco la protección de la naturaleza se centró en la defensa del hábitat, en la protección de espacios naturales convertidos en garantes de la biodiversidad. Desgraciadamente, hemos comprobado que esta política no es suficiente. La creación de espacios naturales aislados rodeados de hábitats degradados no garantiza la preservación de las especies. Sin contacto entre ellos, esos islotes van degradándose
poco a poco.

Aunque sea más bien un recurso psicológico, las nuevas políticas ambientales apuestan por la protección de las especies paraguas o bandera. Aquellas a las que protegiendo activamente, permiten la protección de forma indirecta de muchas otras especies que componen la comunidad de su hábitat. Y es así cómo protegiendo el oso o el lince se protege el bosque e incluso al hombre y la cultura agroganadera y forestal
surgida a su sombra.

Algunos científicos defienden que el “efecto paraguas” supone una vía sencilla para gestionar comunidades ecológicas complejas. Otros lo rechazan por simplificar excesivamente los problemas y, sobre todo, por la rápida manipulación con la que es utilizado por los políticos, tan amigos de los éxitos rápidos a golpe de nota de prensa. Pero no por ello debemos excluirlo. Es más. Deberíamos fomentar su existencia enarbolando miles de esas banderas de biodiversidad. Aunque hay un problema. Hace falta mucha educación ambiental. O seguiremos pensando equivocadamente que el león es el rey de la selva, mientras la sabana africana se queda
sin leones y sin gacelas.

La tragedia de los olmos | César-Javier Palacios

“De los parques, las olmedas son las buenas arboledas”, aseguraba el poeta Antonio Machado. Desgraciadamente, resulta prácticamente imposible hoy en día encontrar tan frescas sombras. El “olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido” hace muchas primaveras que no reverdece. Desde que en 1980 apareció una terrible enfermedad en Europa, la grafiosis, millones de estos maravillosos árboles han muerto (25 millones sólo en el Reino Unido), algunos con más de cinco siglos en sus ramas, queridos por todos, como el negrillón de Boñar o el legendario de Rascafría.

“Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa”, repetía el hermoso olmo de San Vicente de Ávila, compañero inseparable de la basílica románica a la que escoltaba. Sombra en la muralla, árbol de la palabra, confidente de los abulenses, de sus alegrías y tristezas susurradas a media voz a la salida de misa, su protección legal no logró el indulto. La enfermedad también acabó con él, asfixiado por el hongo asesino, hace dos años.

Menos de un diez por ciento de los olmos españoles ha sobrevivido a la implacable peste, pero en su mayor parte son sólo los ejemplares más jóvenes, los de corteza delgada y porte arbustivo. Despiadada con los viejos venerables, apenas ha dejado alguno con vida, como el famoso “El Pantalones” del Real Jardín Botánico de Madrid. Porque esta enfermedad perversa se la contagia un escarabajo barrenador de la
madera (Scolytus sp.), vehículo de un hongo llamado Ceratocystis ulmi que rápidamente le tapona los vasos conductores de savia, ahogándolo. Primero marchita y amarillea sus hojas más altas, pero al final logra matarlo en pocos meses. Respeta a los jóvenes, pero aniquila con insidia a los adultos, condenando a la especie arbórea a convertirse en arbustiva.

Cada verano me ocurre lo mismo. En las orillas de las carreteras o junto a los ríos descubro espesas manchas de olmo sanas, lustrosas, rebrotadas hace cuatro o cinco años de las raíces de antiguos ejemplares cuyos esqueletos continúan todavía fantasmagóricamente en pie. Y me digo: “Por fin el olmo ha vencido a la enfermedad, ha logrado inmunizarse”. Vana ilusión. Llegan los calores y ahí está de nuevo la rama marchita, señal inequívoca de la presencia del mal persistente. Antes de agosto las oscuras arboledas vuelven a desnudarse, a morir. Ni fumigación ni poda. No existe remedio contra la grafiosis.

Hoy he vuelto a ver los álamos cantores en la ribera del Duero, un siglo después de la llegada del poeta a Soria, y sus rumores evocaban soledad. Ya no quedan olmos vivos junto a ellos para darles conversación. Apenas sus esqueletos, tan raquíticos como la excepcional cultura etnobotánica forjada a su sombra, olvidada y desdeñada. Habría que proteger como un excepcional tesoro los últimos grandes olmos que aún nos quedan con vida en España, pero me temo que no hay interés por ellos. Si sobreviven será mérito de ellos. Y si mueren, seremos muy pocos los que los echaremos en falta, apenas un puñado de entusiastas de la naturaleza y de Machado.

Biodiversidad en tiempos de cambio global II | Miguel Martín Álvarez

Volvamos sobre las ideas, reflexiones y jugosas anécdotas que David Attenborough expuso con motivo del premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2009 en el auditorio de La Laboral de Gijón. En esta segunda parte entenderemos su emoción al observar la naturaleza, nos hará repensar el consumismo y reflexionar sobre el cambio climático. Tres breves pinceladas más sobre el pensamiento de este magnífico naturalista y divulgador de la ciencia.

“Es difícil elegir una escena que me haya emocionado particularmente después de 50 años de trabajo. Recuerdo una vez que, en las montañas de Nueva Guinea, estábamos buscando una especie concreta de ave del paraíso que jamás había sido filmada en los bailes nupciales que realizaba en el suelo. Según las crónicas, era espectacular. En un desfiladero colocamos en las laderas cámaras a un lado y a otro. Después de varias semanas, el macho apareció en un claro del suelo del bosque en un momento en el que asomaba el sol y, de pronto, comenzó la danza ritual. Nosotros nos comunicábamos a través de unos micros que llevábamos enganchados en el pecho. Cuando vimos que teníamos el plano se hizo el silencio. Fue tal la belleza y el asombro que se convirtió en uno de los momentos más memorables de mi carrera. Después gritamos ¡lo conseguimos! El operador de sonido me dijo poco después que, aunque había un silencio absoluto, él supo cuándo apareció el ave del paraíso porque oyó a través de sus auriculares el golpeteo del latido de mi corazón, que se aceleraba por momentos”.

Para Attenborough hablar sobre ‘Biodiversidad en tiempos de cambio global’ es hablar también de las pequeñas aportaciones que cada uno de nosotros puede hacer para que el legado de una Tierra diversa y rebosante de vida se pueda extender por todo el planeta y, además, perdure en el tiempo.

“Creo sinceramente que todos nosotros en nuestra vida privada podemos aportar algo para un cambio a nivel global. Pero un solo cambio de una sola persona, o de unas cuantas personas, no puede hacer nada. Tengan en cuenta que todo lo que tomamos de la naturaleza tiene un coste. Nuestros viajes, nuestra ropa, nuestros ordenadores… todo implica un coste para el medio natural. Así que, cuanta menos electricidad, menos alimentos, menos productos exijamos, mejor para la naturaleza. Y cuantos más seamos, más posibilidad de cambio”.

Su posición y su visión privilegiada le dotan de unas reflexiones agudas e incisivas. Sin espacio para el doble sentido. Attenborough no sólo busca enseñar al público las maravillas del planeta en que vivimos, también entiende que el compromiso con la conservación de la naturaleza es inherente a su trabajo.

“La única manera para que el daño a la naturaleza por el cambio climático se minimice es que haya un acuerdo global para limitar drásticamente las emisiones de CO2 a la atmósfera. Hay que exigirles ese acuerdo a los políticos. Y no es fácil hacerlo, porque el número de años que pasan en el poder no es suficiente para que una toma de decisiones como ésta, con repercusiones positivas sólo a largo plazo, tenga beneficios en su propia legislatura. Sin embargo, ya hemos visto que los costes sociales y medioambientales de no adoptar medidas llegan enseguida. Un gran acuerdo sería un gran logro para todos. El mundo no se salva en un día, pero sí se pueden hacer grandes progresos”.