Entonces, ¿qué espacio resta para la compra responsable, en la que incluimos además una diversidad de criterios sociales y ambientales? Por ejemplo, ¿se garantizan los derechos laborales de todas las personas en la cadena de producción? ¿Se elabora el producto teniendo en cuenta las mejores prácticas ambientales posibles? ¿Se favorece una justa redistribución de la riqueza entre todos los actores?
Supongamos que queremos comprar un poco de pescado. Veamos unas recomendaciones para una compra responsable.
- Algunos caladeros están altamente sobreexplotados y lo mejor sería que no se pescara en ellos durante un tiempo para favorecer su recuperación. También debemos ser prudentes con especies sobreexplotadas como el atún rojo, el bacalao de profundidad o diversos tipos de tiburones. Sería adecuado entonces llevar a la compra las listas del WWF o Greenpeace con esta información.
- Debemos controlar no comprar pescados de tamaño insuficiente, algo un tanto complicado dado que el tamaño mínimo cambia ligeramente según la pesquería (por ejemplo, en el Cantábrico y el noreste el bacalao debe ser superior a los 35 centímetros, las doradas a 19, la merluza europea a 27, los boquerones a 12…). Pero se puede solucionar si llevamos con nosotros una regla y un listado de tamaños mínimos para salvar a los pezqueñines.
- En teoría, las pescaderías deben señalar la procedencia del pescado (lamentablemente, hay que decir que en muy pocas ocasiones lo cumplen), lo que es también un factor importante en nuestra elección¿. ¡No querrá usted comprar un pescado obtenido del Sáhara ocupado o que haya contribuido a desastres ecológicos, como la perca en el lago Victoria!
- Tampoco queremos ser cómplices en nuestra compra de las compañías transnacionales que no garantizan los derechos laborales de sus trabajadores, como sucede, por ejemplo, en el sector salmonero de Chile. Esta vez la solución es un poco más complicada, porque pasa por preguntar amablemente al pescadero -suponiendo que lo sepa- quién ha realizado la pesca, o exigir a asociaciones de consumidores y usuarios que presionen para que esta información sea obligatoria. Pero no parece una solución a corto plazo.
- En el etiquetado debemos fijarnos en el método de producción/captura utilizado, ya que en ocasiones -como es el caso de la dorada- el pescado puede ser de piscicultura o de pesca extractiva, con diferentes impactos ecológicos a valorar. Y más difícil aún: para algunos pescados existen diversos métodos de captura alternativos, con desiguales implicaciones en el ecosistema marino, desde las más perjudiciales, como las redes de arrastre o de enmalle, a las mucho más ecológicas artes pasivas.
Pero -y esto es muy propio de nuestro sistema económico- ¿no caemos los consumidores en la trampa de responsabilizarnos y culparnos en exceso de aspectos que pertenecen a las esferas políticas? La única manera de garantizar una compra responsable es que todos los productos pesqueros a disposición del público sean gestionados responsablemente antes de llegar al punto de venta. O lo que es lo mismo, que la mayor parte del peso de la mochila sea gestionado a través de una buena legislación de pesca y la voluntad de cumplirla, dejando al consumidor o consumidora solo el margen de escoger entre lo bueno y lo excelente. Necesitamos ante todo modificar las políticas actuales y, consecuentemente, que las buenas prácticas monopolicen el mercado. Así podríamos ir fácilmente con la mochila vacía a comprar y volver con la cesta llena.
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