“¡Moreno! ¡Andando va!
Víctor atiende bien el recado. Atado a una cuerda que rodea su cintura de pocos años cuelga un bote de hojalata lleno de “moreno” que se ha recogido en la fragua del Pedro el Mugroso. Él debe depositar con mucho cuidado un pellizquito de ese polvo negro en cada picada del pellejo. De este modo las ovejas no quedan expuestas a la gusanera. (…) Como en un desfile van apareciendo las ovejas desde el legadero hasta los pies de los esquiladores.
Tres hombres son los encargados de legar las reses: las cuatro patas bien atadas con trozos de cuerdas de redes deshechas. La lana menuda de los añinos mulle el suelo donde permanecen las ovejas indefensas. Una sombra de cejas pobladas cubre la mirada roja de sangre de un esquilador menguado. Sus manos grasientas y sucias remueven la lana para comprobar su calidad. Durante toda la noche el ganado ha permanecido bien apretado en el bache contiguo al portal grande para favorecer el corte. (…) Y al esquilador le crece la vanidad por ser el más rápido y el mejor. Una competencia difusa ocupa sus manos y apenas distrae su atención en el vellón que va creciendo como una nube. Los dedos se lanzan como látigos y dejan en la atmósfera el “tris tras” enfurecido de las tijeras que muerden la lana. Un dolor creciente trepa desde los riñones hasta la misma frente empapada de un sudor largo que ciega la vista. No puede más. Vacía la llara en la boca y remueve el trago. De un manotazo se limpia el sudor mientras que el vellonero a sus pies enrolla, el brazo como eje, la lana que dio abrigo a la última oveja que, sin contener los temblores de su piel desnuda, apenas logra mantenerse sobre las patas recién desatadas.
(…) El amo está exultante. Es el último día de esquileo y se van, hasta el próximo año, los esquiladores de Villavelayo. Ha finalizado la pela de los rebaños de la sierra y por esa razón hoy se celebra una comida especial. Los sacones de lana están llenos, convenientemente cosidos y marcados con almagre para no confundir ni la categoría, ni al dueño. Sólo queda la tarde y recoger toda la borra. (…) Como un trofeo viajará la lana hasta los puertos del Cantábrico. Por el contrario, los desvalidos animales, desorientados y temblorosos, sembrarán de blanco reciente los pastos de los agostaderos, valles jugosos acunados por la magia de la sierra. Las montañas próximas elevarán hasta la cumbre la gratitud de los rebaños y los pastores, porque este suelo es su propio hogar aunque las noches los cobije bajo las estrellas.”
(…) Se oyen lejanos los zumbos de los carneros. El rebaño está recogido en una finca próxima a la Casona de donde traen caliente la pez. Los pastores presentan al mayoral el vacío derecho de los animales y allí, con mano certera y sobre la blancura de la piel recién esquilada, se escriben las letras del amo de un sólo golpe. Unas pequeñas lágrimas caen de los perfiles de la pez líquida. (…) Es verdad que algunos corderos tiemblan, pero no se sabe si es de frío o es la transparencia de los latidos del corazón. En el próximo amanecer toda la cabaña subirá a los puertos. Los pastores, por tener menos trabajo, podrán pasar algunos días en sus casas y los hijos encontrarán a su padre, las mujeres al marido y los muchachos, la juventud perdida”
(Del libro “Sombra de majadas” Guadalupe Fernández de la Cuesta)
Cuando existe la prisa por vivir podemos recuperar la historia en la memoria colectiva. Como en otros pueblos de la zona, en ocasiones señaladas, este sábado en Neila recordamos lo que fuimos. ¡Qué menos!
5 jul 2010
8:31
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