¡Pesca-loca! | Gustavo Duch

En abril del 2011 un equipo científico de EEUU, Australia y China ofrecieron un resultado sorprendente: si alimentas a las truchas arcoíris con piensos compuestos de carne de pollos y huevos, crecen hermosos como si eso fuera su dieta habitual, o mejor. También se calificó de avance, unos años antes, cambiar la ideología vacuna. Si todas ellas siempre quisieron y fueron vegetarianas, se les forzó a alimentarse de subproductos cárnicos. Del vegetarianismo al canibalismo, sin comerlo ni beberlo. Y claro está que se volvieron locas; por no llorar, fue su forma de protestar.

Sin necesidad de animales transgénicos, ni del Dr. Frankestein, podrán pescarse truchas multicolores que cantan al amanecer, incuban sus huevos y aprenden a revolotear. Y les llamaremos las truchas majaretas, cuando sólo querrán escapar de un Planeta de locos.
Las vacas comían vacas y las truchas comerán pollos. Luego nos dirán que los animales se vuelven locos. ¿No será que será que fue el ser humano productivista y sabelotodo quien perdió la cabeza?

En Galicia las asociaciones de pesca artesanal quieren desmentir esta afirmación y trabajan por dignificar a nuestra especie animal. Por eso niegan el progreso que les ofrecen: criar salmones enjaulados en sus rías para vender allende los mares. Al ver llegar el primer barco encargado de instalar las jaulas-balsa, cientos de pequeños navíos, barcas de pesca artesanal y hasta colchonetas inflables y patines de playa zarparon como un ejército de mosquitos a detener al monstruo. Hasta hoy. Son mosquitos perseverantes.
Los salmones cautivos comen y cenan de lunes a domingo. Las mangueras les disparan harinas de pescados de clases inferiores. La aristocracia del mar alimentada con las mejores ventrescas y lomos del proletariado espinoso.

Existen dos líneas de investigación para el abaratamiento de costes, darles soja cual vaquitas en el monte o darles los despojos sangrientos del matadero. Si funcionan, la aristocracia del primer mundo tendremos salmón para comer y para cenar. Y de lunes a domingo, gracias a una larguísima manguera, que va del Sur al Norte.
Las batas blancas del Instituto Nacional de Investigación en Nutrición y Productos del Mar de Noruega son las encargadas de saber qué pasa con salmones engordados con esa soja vegetariana. Y resulta que –tan sana como la pintan- su sangre y sus hígados, se hacen almacenes de grasa que les provoca problemas cardíacos y de diabetes. No es tan raro, como los humanos sin moverse del sofá, son ‘enfermedades del estilo de vida’.
Los escualos, tiburones comestibles, pueden contribuir al progreso de la humanidad. No por sus aletas, no por su carne, ni por protagonizar películas, sino –según el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo- por su hígado, un almacén de cinco kilogramos de aceite convertible en biodiesel. Ante la escasez de petróleo, los más modernos autos funcionarán con gasolina de escualos.
Y gentes escuálidas rondarán por todas partes.

La producción de biodiesel con semillas de colza deja unos residuos que los autos no pueden tragar. Esos aceites en el Centro de Proteína para la Acuicultura, un Centro Noruego de Excelencia afiliado a la Universidad de Ciencias de la Vida de Noruega, los sirven como primer plato a las tilapias, unos peces africanos. Si las tilapias no se mueren de diarreas, que eso es lo que estudian, dicen que el hambre africano desaparecerá.

Vamos que cuanto más combustible quememos, más comestibles produciremos. Gordos y motorizados en un Planeta que arderá.

La voracidad europea | Gustavo Duch


El cálculo me dejó helado y [pienso] es incontestable. El periodista ambiental Jordi Bigues me lo explicó: un árbol de cacao produce cada año un kilogramo de cacao procesado, listo para comer. Si el consumo de cacao al año y por personas en el estado español es de 5kg de media, significa que en Costa d’Ivori o en cualquier otro territorio tropical, tengo cinco árboles plantados a mi nombre. Y yo sin saberlo. Si pensamos en el café, otro cultivo tropical, las personas que tomamos un par de tazas diarias tenemos en usufructo 18 cafetales. Amos de una miniplantación.

 En un sistema de comercio perfecto y solidario, con los niveles de consumo equilibrados a las posibilidades de la naturaleza, quizás este uso de tierras ajenas podría ser un simple intercambio beneficiario para consumidor y productor. Pero no es así. Detrás del cacao o del café hay muchas horas de trabajo infantil y salarios de miseria, de seres expulsados de sus tierras y de tierras agotadas de tanto exigirles. Por lo que conocer este dato para productos que sólo algunos países por su clima pueden producir es revelador. Pero ahora que sabemos que la comida que nos llega a nuestras mesas, la madera con la que se fabrican los muebles y desde luego los agrocombustibles con los que pretenden asegurar el llenado de los depósitos de los autos vienen de muy lejos ¿qué pasa si contabilizamos cuantas vacas, cerdos, gallinas, frutales, maizales, pinos, palmas africanas, etc. tenemos en nuestras nóminas agroalimentarias?

Bien, el cálculo ya está hecho. Partiendo del indicador conocido como huella ecológica, que representa «el espacio de Planeta que cada población ‘usa’ para generar los recursos necesarios y para asimilar los residuos producidos» (es decir, una medida que enfrenta consumo y sostenibilidad) aparece ahora un nuevo indicador, la huella del uso de tierra, que se centra en calcular la superficie que requiere una persona o un país para disponer de los productos agrícolas y forestales que utiliza. Igual que la huella ecológica, esta medida nos alerta del sobreuso general al que estamos sometiendo a la tierra; visualiza la injusticia del hambre en países productores de alimentos; y añade, como veremos, un valor de dependencia: con estos cálculos podemos interpretar la actual vulnerabilidad alimentaria a la que ha llegado Europa.

El cálculo de nuestro uso de alimentos, madera o energía es fácil si lo medimos en la cantidad de tierra necesaria para su producción. La superficie, las hectáreas de tierra, es un parámetro que nos permite sumar la tierra dedicada a los cultivos de tomates o pepinos de nuestras ensaladas foráneas –con altas probabilidades que sean tierras propiedad del Rey de Marruecos-; las hectáreas necesarias de soja para el engorde de nuestro platos carnívoros –cien por cien provenientes del latifundismo oligarca sudamericano- o las hectáreas de palma africana –seguramente plantadas en Indonesia o Colombia dejando en el camino graves episodios de violencia- que crecen y explotan para fabricar el llamado biocombustible. Sólo quedan fuera de estos cálculos, lógicamente, los productos marinos, que mediante otras informaciones sabemos que en el caso de Europa provienen en un 70% aproximadamente de mares ajenos.

Como era de esperar los estudios emitidos por la organización Amigos de la Tierra de la huella del uso de la tierra indican que los EEUU están en primer lugar de consumo, con 900 millones de hectáreas para la alimentación de su población. Europa somos los segundos, consumiendo 640 millones de hectáreas de tierra, es decir, Europa utiliza el equivalente a 1,5 veces su propia superficie, convirtiéndonos en el continente más dependiente de la ‘importación’ de tierras. Somos, de hecho, la población que más tierra tomamos prestada (a veces bajo tratados comerciales, a veces por la fuerza de las armas) de otros continentes: un 60% de la ‘tierra consumida en Europa’ es importada.

Los factores que nos han llevado a esta situación son fáciles de descubrir. En primer lugar, unas medidas políticas europeas encaminadas precisamente a esto que ahora detectamos, a comprar la comida fuera despoblando nuestro medio rural; en segundo lugar, el excesivo consumo de carne que se ha ido imponiendo progresivamente desde la agroindustria a la población, que lleva a la necesidad de importar millones de toneladas de cereales y leguminosas para engordar ganado; y en tercer lugar, los criterios políticos de favorecer el agrocombustible como fuente energética.

Muchas consecuencias tiene este modelo alimentario de tierras conquistadas, aunque hoy debemos señalar dos que pueden pasar desapercibidas. Una, Europa es vulnerable alimentariamente hablando. Es decir, no somos para nada autosuficientes y una mala cosecha de soja en Argentina, por ejemplo, puede significar falta de leche, carne o huevos en nuestros supermercados. O una especulación con el valor del maíz en la bolsa de Chicago, como le gusta hacer a Goldman Sachs, por ejemplo, representaría en nuestras balanzas comerciales un incremento en el coste de las importaciones.

Dos, detrás de este modelo de agricultura globalizada y de consumo excesivo está el acaparamiento de tierras que desde hace una década se está extendiendo como una plaga por los países más pobres. Los cálculos indican que una superficie equivalente a la mitad de la tierra fértil disponible en Europa ya ha sido adquirida (a precios de risa, si es que hay precio) por capital extranjero en los mejores lugares de países africanos o sudamericanos. Hoy, el acaparamiento de tierras fértiles en países agrícolas del Sur, es seguramente el mayor responsable de nueva población hambrienta, despojada de su medio de vida.

Para detener dependencia y hambre la ecuación es sencilla: cuidemos a nuestra agricultura local, consumamos con medida lo que las y los pequeños productores locales producen en cada temporada. Todo está conectado.

Las “estrategias de superación” del hambre | Vicent Boix

En un reciente informe del Banco Mundial, se mencionan las denominadas “estrategias de superación” para combatir el hambre. Estas mal llamadas “estrategias” no son más que sacrificios que, de manera obligatoria ante una situación de crisis alimentaria, deben realizar las personas para saciar mínimamente sus necesidades nutricionales. Para dar más luz sobre este controvertido tema, el propio organismo indica que “Los mecanismos de superación no son universales, pero normalmente involucran respuestas comunes entre las familias y los países. En primera instancia, la respuesta implica alguna forma de ajuste en el consumo (comer alimentos más baratos y reducir el tamaño y la frecuencia de las comidas) y conductas de normalización del consumo (pedir dinero prestado, comprar alimentos a crédito, vender activos y buscar más empleo)…”.

En principio se podría creer que el Banco Mundial únicamente informa sobre algunas actuaciones desesperadas que aplica la gente en momentos de emergencia. Pero realmente esta corporación llega a justificarlas y las ve como una herramienta más para paliar el hambre, aseverando que “Las estrategias de superación pueden atenuar algunos de estos riesgos, con opciones que generen impactos muy positivos en el bienestar…”.

El organismo multilateral acepta estas conductas, aunque no tiene más remedio que confesar la realidad y reconocer que, el menor consumo de alimentos y la incapacidad de costear una dieta equilibrada conducen a una ingesta menor de micronutrientes. Asimismo confiesa que los niños, las embarazadas y los enfermos crónicos requieren una alimentación más nutritiva y variada, y por tanto disponen de menos mecanismos de superación. Sin embargo el Banco Mundial, milagrosamente complementa sus “estrategias de superación” con la caridad de los estados nacionales: “…las intervenciones públicas deben considerar las conductas de superación, complementar sus efectos positivos y mitigar sus deficiencias. Por ejemplo, los programas de alimentación escolar pueden reducir el incentivo de los padres de sacar a sus hijos de la escuela para que trabajen, al igual que las transferencias en efectivo condicionadas. Gracias a estas remesas puede no ser necesario saltarse comidas y con programas nutricionales bien focalizados, se logra reducir la insuficiencia de micronutrientes debido a la falta de comidas.”.

En definitiva, algunas de las posibles soluciones propuestas por el Banco Mundial ante las actuales crisis alimentarias, pasan por una reducción en la ingesta de comida, el préstamo de dinero para comprarla y la caridad a través de la ayuda alimentaria como complemento a las “estrategias de superación”. Pocas cosas pueden añadirse a semejante declaración de principios. Los especuladores que sigan incrementando sus réditos en los mercados de futuros, los acaparadores que perpetúen la colonización de los países empobrecidos y las multinacionales del agronegocio que mantengan el control sobre la cadena alimentaria. Que sigan siendo las personas y las naciones las que se sacrifiquen siempre. Los otros que mantengan sus lucrativos negocios.


Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor del libro
El parque de las hamacas. Artículo de la serie “Crisis Agroalimentaria”, ver más aquí

Perico, el pollo de búho real | Fernanda Serrano

Queridos amigos y compañeros de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, dejadme que os cuente una historia "felixiana" que ha comenzado este fin de semana en las estepas de la meseta de Ocaña.

La hemos querido titular "Perico, el pollo de búho real que equivocó la fecha para reclamar su libertad".

Como todos los fines de semana, desde que tenemos noción de nuestra joven vida, hemos ido al campo, una vez más, a pasar unos días en la austera y sorprendente meseta de Ocaña, en la estepa castellana.

Como siempre, y con el fin de supervisar el estado de los cultivos, tomar decisiones respecto a las labores y cuidados y gestionar, en definitiva, nuestra empresa agrícola. Y como siempre también, dar largos paseos diarios para encontrarnos con nuestros amigos de siempre: las avutardas que, terminando sus paradas nupciales, empiezan a esconderse en el tupido cereal para incubar sus grandes y verdes huevos, los sisones que ya han aparecido, en un número considerable, para formar nuevas familias, el zorro que como siempre señorea en los bosquetes de encinas, las rapaces, culebreras, azores y águilas sobrevolando la llanura en busca de algún gazapo o algún mamífero pequeño, los buitres que de vez en cuando sobrevuelan los cipreses de casa y, como siempre, a visitar a la búha real, okupa de un antiguo nido de azores en lo alto de una gran encina singular. La búha que lleva varias semanas incubando los huevos de su futura pollada.

Y esta es la historia: al llegar al nido nos encontramos un pollo de búho real agazapado en la base del tronco de la gran encina. Suerte que enganchamos a los perros a tiempo para que no le hicieran daño. Y allí estaba Perico, pollo de búho, hinchado el plumón, pero sin pluma adulta y sin poder volar, grandotototo, abierto el pico, chascando y con las patas por delante mostrando sus intimidatorias garras, para darnos miedo. Mucha pluma para tan poco cuerpo. Asustado y con sus enormes ojos naranjas sin perder la vista en lo que ocurría a su alrededor. No sabemos que ocurrió, si Perico cayó al suelo empujado por sus hermanos, si perdió pié en la ansiosa espera de la comida que su madre le debía traer o si simplemente equivocó la fecha para ser libre. Allí estaba mirándonos y regalándonos esa caída de ojos coqueta de las repaces nocturnas.

Y reaccionamos, llamamos a Ernesto, el agente de medio ambiente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha destacado en esta zona, y Perico búho nidofilo, pasó a ser búho cajófobo, y en su caja verde y en la maleta del todo terreno de Ernesto partió a su nueva aventura de vida.

Llegó Toledo y después viajó al centro de fauna de Sevilleja, en el occidente castellano manchego, en la provincia de Toledo en la frontera con las tierras extremeñas. Nos dice Ernesto que cuando comience a volar lo normal es que lo traigan de nuevo a la zona donde nació y lo pongan en libertad. Y ese es nuestro deseo y nuestra esperanza, que algún día veamos volar un búho real en la meseta de Ocaña y pensemos que es Perico que por fin ha dado con el momento preciso para ser libre.

Te seguiremos la pista Perico, porque sabemos que hoy tienes una nueva oportunidad para vivir. Buen viaje y buena suerte.

Al día siguiente fuimos a ver a la buha y vimos a otros dos de sus pollos en el nido, no se ha quedado sola.

Los juegos del hambre | Gustavo Duch


Por el trabajo de organizaciones como GRAIN hemos sabido, pues se ha difundido ampliamente, del último y más chic bocado de la glotonería de la agroindustria y el capital financiero: la compra de millones de hectáreas de tierra fértil en países del Sur para dedicarla a productos de exportación como los agrocombustibles. En países ya desnudados por tantos atropellos acumulados.

Este fenómeno de acaparamiento de tierras, presenta ahora su cara más dramática. Como denuncia la organización Human Rights Watch, recientemente el Gobierno de Etiopía ha obligado a 70,000 indígenas de la región de Gambella a dejar sus tierras, que han sido adquiridas para destinarlas a dichos cultivos comerciales. 70.000 almas reasentadas en lugares carentes de agua, e imposible acceso a alimentos y sanidad.

Son los nuevos campos de concentración del casino financiero. Es el hambre del s.XXI, es un hambre ‘made in Goldman Sachs’, ajena a sequías o malas cosechas pues nada hay que cosechar.

Goldman Sachs: el negocio de hambrear | Gustavo Duch


Goldman Sachs y sus fondos de inversiones están hasta en la sopa. Literalmente.

Desde hace poco sabemos que sus legiones de ejecutivos goldmanitas controlan a cara descubierta gobiernos, ministerios, bancos centrales y otras instituciones públicas en Europa y Estados Unidos. Pero con antifaz y en la sombra, ¿desde cuándo lo están haciendo?

Los encontramos en su salsa cuando hablamos de petróleo, vivienda o cría de puercos. No sería extraño que estén presentes en negocios tan suculentos como el armamentístico.

En el Estado español, almorzamos con Goldman Sachs. Como ha denunciado el investigador Carles Soler,Goldman & Sachs es propietaria de una de las grandes multinacionales de la restauración colectiva (ISS Facility Services), que en el Estado español sirve 22 millones de comidas anuales.

En restaurantes de escuelas, hospitales o de residencias de la tercera edad, te alimentan para el buen provecho del mismo banco de inversiones responsable del hambre del siglo XXI. Porque Goldman Sachs no ha descuidado para nada el sector agrícola como fuente, no de comida, sino de beneficios económicos.

En 1991, los cerebros de Goldman Sachs repletos de ideas jugosas para las gentes de la bolsa, crearon un instrumento financiero que permite a cualquier pájaro invertir sus riquezas en productos básicos como el trigo, arroz o café. De lo que se come se cría, y criaron toneladas de beneficios.

Tantas apuestas sobre la ruleta de los mercados de los granos básicos son las responsables de la subida de precios de éstos, y por tanto, responsables de que millones de personas no puedan adquirir sus alimentos necesarios.

Desde el año 2000 hasta ahora, sin otras burbujas que inflar, el precio de los alimentos básicos prácticamente se ha triplicado en paralelo al incremento de los activos financieros en estos exquisitos platos financieros.

Para Goldman Sachs, invertir en panes y peces esperando su mágica multiplicación, les representa al año beneficios de 5 mil millones de dólares. Mucho dinero que en pocos años daría para reparar el hambre global, pero claro, ese no es su propósito, ese no es su negocio, es todo lo contrario. Fabrican hambre, son hambreadores.

Un nuevo negocio, también hambreador, ha salido al escenario. Comprar las mejores tierras fértiles para exigirles (hasta su agotamiento) la producción de biomasa –la energía que moverá el mundo y resolverá buena parte de los problemas ecológicos del Planeta. Dicen, pero es pura farsa.

Y, efectivamente, algunos personajes hechos en Goldman Sachs ya están en él. Como Joakim Helenius, y su fondo de inversiones Trigon Agri Fund, que se sepa lleva acumuladas sobre 170 mil hectáreas de tierras cultivables en la región de tierras negras en Rusia y Ucrania. O Neil Crowder que con el fondo Chayton Capital ha arrendado para los próximos 14 años 20 mil hectáreas en Zambia.

Abanderando la lucha contra el hambre, más hambre. Abanderando la lucha contra el cambio climático, más hambre.

Cosechar más, comer menos | Gustavo Duch



En cuestión de comer, poco o mucho, una cosa está clara; cada vez todo es más homogéneo. Hemos perdido sabores y saberes paralelamente al desarrollo de una agricultura intensificada centrada en muy pocos cultivos. Lo que ahora llamamos así, agricultura intensificada, es el resultado de la llamada revolución verde que en los años 60 –y con financiación de la Fundación Rockefeller– introdujo cultivos por casi todo el mundo en base a semillas mejoradasque crecían rápido en suelos tratados con fertilizantes minerales.

África quedó excluida de este modelo agrícola hasta que, primero en 2003 con el Programa Detallado para el Desarrollo de la Agricultura Africana, después en 2006 con la Declaración de Abuja en el marco de la Cumbre de África sobre fertilizantes, y finalmente ese mismo año con la creación del AGRA (Alianza para una Revolución Verde en África) por parte de la Fundación Rockefeller (otra vez) y la Fundación Bill y Melinda Gates, llega la hora –dicen que verde y revolucionaria– para el continente.

El primer país africano en involucrarse es Ruanda. Como mandan los cánones del régimen de Kagame (uno de los principales actores de desestabilización y promotores de violencia en la región de los grandes lagos, que ha sabido silenciar sus crímenes contra la humanidad liquidando la oposición en el interior del país, y en el exterior con un gran despliegue mediático y con importantes alianzas occidentales) instaura en 2007 un nuevo régimen agrícola sin ningún tipo de debate o consulta con la población. Queda bautizado como Programa de Intensificación de Cultivos (CIP) y pretende transformar la agricultura de autosuficiencia en una agricultura comercial orientada hacia el mercado, en base a la especialización de cultivos por regiones; la propagación de monocultivos; las semillas comerciales, los fertilizantes minerales y los pesticidas químicos.

La consigna de la revolución atravesó todo el país, tanto si se quería como si no. Se decidió qué y cómo se cultivaría en cada región en un despacho de Kigali con un mapa y un marcador. Las autoridades locales fueron presionadas para alcanzar records en cada cosecha, y en la siguiente. Se forzó a las y los campesinos a agruparse en sociedades bajo control de las autoridades administrativas. Y se prohibieron prácticas habituales como la siembra de cultivos diversificados –que alimentan mejor, pero se venden peor. Una revolución que dictaminó el monocultivo infinito y obligatorio. En Gitamara, un agricultor cuenta que las autoridades nos exigieron volvernos productores de maíz con semillas comerciales, mientras que las mujeres querían seguir cultivando camote, col y otras legumbres en los humedales. Como ellas no cedieron, las autoridades terminaron enviando a los militares para destruir nuestros campos.

Los resultados han sido los esperados, y a corto plazo pueden parecer positivos en un país con problemas de hambruna. Según las estadísticas nacionales, desde el inicio del CIP y con un presupuesto anual de 22.8 millones de dólares, la producción agrícola creció 14 por ciento al año, triplicándose las cosechas de maíz, trigo y mandioca. Un aumento proporcional a unas inversiones nunca vistas en ese país. Pero como destaca la organización GRAIN, recientemente premiada con el Nobel Alternativo, tras el innegable aumento en la producción nacional se esconden otros aspectos mucho menos positivos para la población ruandesa y para la campesina en particular.

Impactos negativos porque esta agricultura intensificada e impuesta atenta contra la soberanía de la persona productora a la hora de decidir y definir su agricultura y sus formas de practicarla, y que hace a todo el país muy vulnerable y dependiente de pocos cultivos y su valor comercial. Las semillas híbridas utilizadas para el milagro de la productividad no pueden volver a sembrarse después de la cosecha y su precio es 30 por ciento más caro que las semillas locales; los fertilizantes minerales son imprescindibles, cuando su precio está en constante escalada. En varios años la pérdida de variedades de cada cultivo (biodiversidad) será como vaciar el baúl de las soluciones ante cambios climáticos, erosión, etcétera; y, como sabemos por experiencia, esta agricultura de trabajos forzados acaba con la fertilidad de la tierra. Monocultivos por todas partes provocan una disminución en la disponibilidad de productos locales, y la alimentación de las familias ahora dedicadas en exclusiva a un único cultivo, pasa a depender totalmente de los vaivenes comerciales (el precio medio anual de los productos alimenticios básicos en Ruanda subió 24 por ciento entre 2006 y 2008, cuando la tasa de inflación media en este periodo era de 9.8 por ciento).
Hay que hacer una denuncia con mayúsculas: 80 por ciento de las inversiones del CIP se han dedicado a la compra de abonos químicos de multinacionales especializadas. Esa es su verdadera revolución: favorecer a las grandes corporaciones y servirles un nuevo mercado. Mientras en el centro Gako Organic Farming de Kabuga, cerca de Kigali, Richard Munyerango explica sus resultados:

–Con la agricultura orgánica, podemos producir alimentos sanos y diversos en cantidades suficientes, y protegemos los suelos. No dependemos de los costosos fertilizantes, los elaboramos con los residuos de la cría de ganado y de las cosechas. Usando técnicas como el compost y las asociaciones de cultivos, incluso las familias muy pobres pueden mejorar su autonomía alimentaria de manera sustentable y recobrar su dignidad de personas campesinas.

Efectivamente, en la lucha contra la pobreza necesitamos revoluciones, pero de mentalidades.