Javier sabía todo sobre los pájaros. De lejos, un puntito en el viento era un halcón cortejando a una halcona. Un sonido en el bosque, como cuando una rama se quiebra, eran dos chochines jugando al tú la llevas. Cuando culminaba una cima catalana, Javier sacaba de su mochila una flauta y con sus notas tocaba cuentos de cóndores sudamericanos a los pájaros de allí. Cuando subió los Andes, a los pájaros autóctonos les habló del Oriol y elPitroig de los Pirineos. Y de tanto cantarles historias avícolas y tanta mediación intercultural, aprendió su idioma.
Javier y sus sabidurías de ornitólogo daban conferencias, charlas y talleres. Según él -cuando nadie decía eso- había que tomar en serio a los pájaros, pues le contaban que el clima estaba cambiando, que estaba caprichoso. Que llovía sin nubes y que los rayos del Sol abrasaban más de lo normal. Que los aires estaban sucios, que se respiraba mal, y que los médicos diagnosticaban muchos asmas en patos y muchas alergias en palomas por tanta suciedad volátil de esas chimeneas. El agua de los ríos, las garzas y los correlimos la escupían –le decían- porque sabía a detergente y a nitratos. Y cada vez el problema inmobiliario era más acuciante por tantos árboles talados y tantas selvas quemadas.
Cada año, en los finales del invierno, Javier era el primero en ver llegar las golondrinas. «Cuando veas las primeras bandadas de golondrinas- decía- tienes que revolcarte con la barriga en el suelo y tendrás un año de fortuna y sin dolores de vientre». Y él lo hacía siempre cada año, estuviera donde estuviera, estuviera con quien estuviera.
Pero ese año de estaciones cambiadas las golondrinas no llegaron y Javier no pudo retozar en la tierra, rebozarse con ella, ser parte de ella. Y le entró una tristeza impropia. Pasó, según el calendario, la primavera falsa. Y fue cuando llegó un verano mentiroso, que Javier y su amada subieron tres montaña y dos colinas para observar el nacimiento de un bebe quebrantahuesos. Y fue cuando una tormenta de nieve imprevista y brutal los cubrió por completo. A los dos.
Por eso, desde entonces, si ustedes se fijan bien, verán que quien anuncia la primavera, son siempre dos golondrinas juguetonas y felices, que pían. -¡Vuelvan a la tierra!
30 mar 2011
9:51
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