Les llamaban ‘los chiflados’ desde hacía muchas décadas, y más de un siglo. Otros eran ‘los bermellones’, no por sus vinculaciones políticas sino porque en esa familia nacían bastantes bebés pelirrojos; la familia de la plaza eran ‘los sarus’ porque la bisabuela Sara mandaba mucho más que el varón de la casa, rompiendo los cánones patriarcales; Carolina y sus hijos, todos dedicados a la huerta eran ‘los mugres’ por su ropas de trabajo… Y así todas las gentes de aquella comarca asturiana andaban bautizadas antes de nacer.
Según el censo y las estadísticas de la Unión Europea estaban atrasadísimos. Eran pobres ‘per cápita’, en municipios pobres, de regiones desfavorecidas, lo que les calificó para recibir apoyos en forma de proyectos de desarrollo rural, cooperación incluyente y otras brillantes ideas. Pero ni así. ‘Los chiflados’ y el resto de vecinos y vecinas de la comarca parecía que se esforzaban en no despobrecerse. Un manchurrón en los mapas institucionales.
Fue cuando llegaron los vientos modernizadores que se quedaron descolgados del progreso y el desarrollo. Les pareció que aquello de cambiar huevos, acelgas o calabazas por unos papelitos verdes y marrones con números y unas caras desconocidas no tenía ningún sentido. Y más aún, sospecharon que no podía ser bueno, así que decidieron seguir con sus costumbres amonetarias.
La cosecha del hortelano la cambiaba por las gallinas y la leche del ganadero. El dueño de las gallinas cambiaba huevos por aceite en el molino. Los salmones que pescaba el cura le permitían comer carne cuando no alcanzaba con las limosnas ni la dote del obispado. Con la doctora era sencillo, el equivalente a un cerdo anual en carne y embutidos daba derecho a todas las visitas, purgas y consejos que recetaba. Sólo para algunas cosas, como los libros de la escuela, les obligaba a recurrir al uso del dinero. Entonces el tendero del pueblo les pagaba su miel, galletas, empanadas o pimientos en conserva con esos papelitos. ‘Los chiflados’ tan locos eran, que los dineros que no necesitaban pero tenían, los guardaban bajo los colchones. No vieron nunca con buenos ojos eso de las cajas de ahorro y bancos.
Y así, siendo chiflados y pobres de remate, llegaron los tiempos de la globalización alimentaria y el poder financiero. Y como una isla, quedaron rodeados por todas partes de crisis y crisis. La economía sin préstamos no caminaba, las familias sin sueldos poco podían comprar, y el Estado en déficit y quiebra rota nada podía ofrecer. En las ciudades necesitaban del grano producido a miles de kilómetros y el resto de comida la producían –congelada o enlatada- industrias en suspensión de pagos.
En aquella tremenda crisis, donde el paro agarró a más de la mitad de la población, donde los ahorros se esfumaron o perdieron valor y donde los médicos ya no sabían curar sin medicamentos, la vida chiflada… fluyó como siempre, intercambiando verduras, ganado, esfuerzos y saberes, todo de fabricación local, al mismo ritmo natural de siempre.
—–
Las crisis económicas y de los dineros, aunque parezca una contradicción o una chifladura, sólo pueden resolverse con propuestas antieconómicas, como el decrecimiento, el buen vivir o la soberanía alimentaria, que nacen con la recuperación de valores humanos olvidados. Donde existe apatía pongamos entusiasmo; donde manda la competitividad coloquemos la solidaridad; si todo es dominación demos paso a la participación; y pongamos fin al reinado de la productividad para alcanzar fertilidad social. Cambios que nos permitan a su vez enfrentar con garantías las próximas crisis que ya asoman tras las esquinas y, que sí y mucho, nos deben preocupar: la crisis climática y energética.
‘Ya no hay locos’ –decía León Felipe. Ese es el problema, ya no quedan chiflados.
21 dic 2011
10:19
12 dic 2011
11:32
28 nov 2011
9:36
23 nov 2011
9:34
17 nov 2011
12:56
8 nov 2011
10:32
2 nov 2011
10:31
El jefe de la mafia | Vicent Boix
¿Ha escuchado alguna vez la expresión “república bananera”? Seguro que sí. Incluso la habrá utilizado en algún momento para referirse jocosamente a una persona, situación o estado, más propios de un chiste que de la realidad. Ahora bien, lo que tal vez no sepa es que fue un escritor norteamericano, William Sidney Porter (O’Henry) quién en 1904 acuñó dicho término en su libro “Cabbages and kings” (“coles y reyes”).
Su biografía es muy curiosa. William laboró en un banco hasta que fue acusado de un desfalco. El día antes de su detención huyó de la justicia y sus huesos recalaron en la caribeña Honduras. Allí pasó unos años conociendo las peculiaridades y contradicciones tanto de los nativos como de unos emigrantes -yanquis sobre todo- que en aquellos lejanos parajes buscaban tejer su particular “sueño americano”. Una enfermedad de su esposa le obligaría a regresar premeditadamente a su país donde fue apresado.
La convivencia con criminales de diferente pelaje y su estancia en Honduras, inspiraron una floreciente carrera literaria que inició con “coles y reyes”; en donde brillante y sarcásticamente recrea la vida en el pequeño estado centroamericano. O’Henry fallecería en 1910 sin saber que la influencia de las transnacionales fruteras que inocente, graciosa y ficticiamente plasmó en su libro, con el paso de los años se convertiría en una cruel y triste realidad para los países de la región.
Mientras él estaba encarcelado, en Honduras desembarcó un compatriota suyo, Sam Zemurray, quién se convertiría en magnate bananero por antonomasia y líder intelectual del “republicanismo bananero”. Llegó a controlar cientos de miles de hectáreas de bananos, medios de transporte, de comunicación, y sus tentáculos se expandieron por diferentes sectores productivos de varias naciones. Se acercó sigilosamente a políticos, dictadores y militaroides locales, a los que, dependiendo de las circunstancias engatusó, presionó, traicionó o tuvo en nómina. Dos veces de alió con mercenarios para orquestar sendos golpes de estado y su avaricia por controlar la tierra originó que tres países tuvieran disputas territoriales. Su trayectoria y visión del mundo se podría resumir en una frase que solía repetir: “En Honduras un diputado en más barato que una mula”.
A bote pronto, puede parecer que estos personajes forman parte del pasado exótico de naciones lejanas. Pero con el reciente póker de crisis (financiera, económica, ecológica y alimentaria) la historia parece volver a repetirse, al menos en sus capítulos más estrambóticos y deleznables.
Se sabe que los precios de la comida han aumentado, como sin duda crecerá la demanda de alimentos y agrocombustibles en un mundo que ya soporta a 7000 millones de habitantes. Los fenómenos extremos asociados al cambio climático (inundaciones, sequías, etc.) están alterando los patrones productivos agrícolas lo cual genera más incertidumbre. Y en lugar de buscar luz en este global desaguisado alimentario, algunos lo que han visto es un gran negocio. Ya se ha escrito sobre el reciente fenómeno del acaparamiento de tierras, por el cual inversores y estados han comprado o arrendado grandes superficies de terrenos especialmente en África, con el objetivo de poder controlar la producción futura de alimentos y sobre todo de agrocombustibles. Este acaparamiento ha originado que decenas de miles de personas hayan sido ya expulsadas de sus tierras y despojadas de sus medios tradicionales de subsistencia.
Entre toda esta fauna financiera, hay un personaje más propio de las novelas de O’Henry, pero que además de ser real, aspira sin complejos a suceder a Zemurray. Se trata de Philippe Heilberg, presidente de Jarch Capital, un fondo de inversión neoyorquino que está interesado en arrendar 800.000 hectáreas en Sudán del Sur (el estado más joven del mundo desde que se independizó en julio de 2011).
En su propia web, Jarch Capital reconoce que apuesta por las oportunidades de inversión en países débiles de África que pueden sufrir modificaciones en sus fronteras. Dicho de otra manera, Jarch se acerca cuidadosamente a las zonas en tensión, permanece a la expectativa y cuando finaliza el conflicto intenta penetrar para aprovecharse del nuevo y flagelado escenario político. Así hizo en Sudán del Sur. Primero estableció contacto con Paulino Matip, militar señalado de numerosas atrocidades durante la sempiterna guerra civil. Luego esperó los acontecimientos y ahora tocar recoger los frutos. El militar ya ocupa un cargo relevante en el nuevo estado y trabaja de intermediario y “asesor” para Jarch Capital.
Heilberg ha reconocido en los medios que olisqueó el dinero tras el desmembramiento de la Unión Soviética, y se dijo a sí mismo que la próxima vez estaría dentro. Ya se alió con personajes de dudosas credenciales en Etiopía, Nigeria y Somalia. Pero no se avergüenza. Se ve así mismo como un visionario y sin titubear afirmó en una revista que “Esto es África (…) Todo es una gran mafia. Yo soy como un jefe de la mafia.”.
Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor del libro El parque de las hamacas.
Su biografía es muy curiosa. William laboró en un banco hasta que fue acusado de un desfalco. El día antes de su detención huyó de la justicia y sus huesos recalaron en la caribeña Honduras. Allí pasó unos años conociendo las peculiaridades y contradicciones tanto de los nativos como de unos emigrantes -yanquis sobre todo- que en aquellos lejanos parajes buscaban tejer su particular “sueño americano”. Una enfermedad de su esposa le obligaría a regresar premeditadamente a su país donde fue apresado.
La convivencia con criminales de diferente pelaje y su estancia en Honduras, inspiraron una floreciente carrera literaria que inició con “coles y reyes”; en donde brillante y sarcásticamente recrea la vida en el pequeño estado centroamericano. O’Henry fallecería en 1910 sin saber que la influencia de las transnacionales fruteras que inocente, graciosa y ficticiamente plasmó en su libro, con el paso de los años se convertiría en una cruel y triste realidad para los países de la región.
Mientras él estaba encarcelado, en Honduras desembarcó un compatriota suyo, Sam Zemurray, quién se convertiría en magnate bananero por antonomasia y líder intelectual del “republicanismo bananero”. Llegó a controlar cientos de miles de hectáreas de bananos, medios de transporte, de comunicación, y sus tentáculos se expandieron por diferentes sectores productivos de varias naciones. Se acercó sigilosamente a políticos, dictadores y militaroides locales, a los que, dependiendo de las circunstancias engatusó, presionó, traicionó o tuvo en nómina. Dos veces de alió con mercenarios para orquestar sendos golpes de estado y su avaricia por controlar la tierra originó que tres países tuvieran disputas territoriales. Su trayectoria y visión del mundo se podría resumir en una frase que solía repetir: “En Honduras un diputado en más barato que una mula”.
A bote pronto, puede parecer que estos personajes forman parte del pasado exótico de naciones lejanas. Pero con el reciente póker de crisis (financiera, económica, ecológica y alimentaria) la historia parece volver a repetirse, al menos en sus capítulos más estrambóticos y deleznables.
Se sabe que los precios de la comida han aumentado, como sin duda crecerá la demanda de alimentos y agrocombustibles en un mundo que ya soporta a 7000 millones de habitantes. Los fenómenos extremos asociados al cambio climático (inundaciones, sequías, etc.) están alterando los patrones productivos agrícolas lo cual genera más incertidumbre. Y en lugar de buscar luz en este global desaguisado alimentario, algunos lo que han visto es un gran negocio. Ya se ha escrito sobre el reciente fenómeno del acaparamiento de tierras, por el cual inversores y estados han comprado o arrendado grandes superficies de terrenos especialmente en África, con el objetivo de poder controlar la producción futura de alimentos y sobre todo de agrocombustibles. Este acaparamiento ha originado que decenas de miles de personas hayan sido ya expulsadas de sus tierras y despojadas de sus medios tradicionales de subsistencia.
Entre toda esta fauna financiera, hay un personaje más propio de las novelas de O’Henry, pero que además de ser real, aspira sin complejos a suceder a Zemurray. Se trata de Philippe Heilberg, presidente de Jarch Capital, un fondo de inversión neoyorquino que está interesado en arrendar 800.000 hectáreas en Sudán del Sur (el estado más joven del mundo desde que se independizó en julio de 2011).
En su propia web, Jarch Capital reconoce que apuesta por las oportunidades de inversión en países débiles de África que pueden sufrir modificaciones en sus fronteras. Dicho de otra manera, Jarch se acerca cuidadosamente a las zonas en tensión, permanece a la expectativa y cuando finaliza el conflicto intenta penetrar para aprovecharse del nuevo y flagelado escenario político. Así hizo en Sudán del Sur. Primero estableció contacto con Paulino Matip, militar señalado de numerosas atrocidades durante la sempiterna guerra civil. Luego esperó los acontecimientos y ahora tocar recoger los frutos. El militar ya ocupa un cargo relevante en el nuevo estado y trabaja de intermediario y “asesor” para Jarch Capital.
Heilberg ha reconocido en los medios que olisqueó el dinero tras el desmembramiento de la Unión Soviética, y se dijo a sí mismo que la próxima vez estaría dentro. Ya se alió con personajes de dudosas credenciales en Etiopía, Nigeria y Somalia. Pero no se avergüenza. Se ve así mismo como un visionario y sin titubear afirmó en una revista que “Esto es África (…) Todo es una gran mafia. Yo soy como un jefe de la mafia.”.
Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor del libro El parque de las hamacas.
¿Alguien sabe dónde encontrar otro planeta Tierra? | Vicent Boix
Ya lo avanzaron las novelas y las películas de ciencia ficción. Repelentes extraterrestres con cuerpos desproporcionados que, gracias a un desarrollo tecnológico superior al del humano, invadían el planeta doblegando a los seres vivos con el único objetivo de expoliar los recursos y poder subsistir. La realidad, en verdad no dista tanto de la ficción, aunque los invasores no son precisamente grotescos siderales cobijados en grandes OVNI’s que viajan por constelaciones a la velocidad de la luz. De hecho, no hay ni que salir de la Tierra. Cierta élite de seres humanos, desde hace siglos invade y aplasta a otros más indefensos con el propósito “marciano” de robar sus recursos naturales y perpetuar su nivel de vida.
Es más cómodo mirar a otro lado, despreocuparse y pensar que la humanidad, con su raciocinio innato, acabará encontrando la solución a los problemas ambientales. Pero lo cierto es que la Tierra ya hubiera colapsado, si todas las personas del planeta consumieran recursos al ritmo que lo hacen los países con ingresos más altos. Esto aún no ha sucedido de forma irreversible y grave, porque el aparente equilibro ambiental se sustenta en un injusto desequilibrio social: una minoría económicamente más avanzada consume los recursos de la mayoría.
Esta es la conclusión tras ojear informes de la Global Footprint Network, organización que desde hace años se encarga de medir el impacto del ser humano en el medio ambiente. Lo hace elaborando un indicador denominado “huella ecológica”, que se expresa como la superficie necesaria para producir los recursos naturales consumidos por una persona. Aún tratándose de un indicador limitado, proporciona datos bastante elocuentes sobre la realidad ecológica a nivel nacional, regional o mundial.
Según un estudio publicado en 2010, la “huella ecológica” global era de 2,7 hectáreas por habitante. Por el contrario, la “biocapacidad” (recursos reales disponibles en el planeta por superficie y ciudadano) fue calculada en 1,8 hectáreas por persona. Es decir, de media, el ser humano está consumiendo una hectárea más de recursos de los realmente disponibles, lo que se traduce en una sobre explotación del planeta que puede tener consecuencias drásticas.
Lo curioso y triste a la vez, es que el 15% de la población, situada en naciones con ingresos altos, en conjunto consume 6,1 hectáreas por habitante cuando su “biocapacidad” es de la mitad. Si este patrón se repitiera a nivel mundial, sería perentorio conquistar otro planeta idéntico a la Tierra para poder expoliar sus recursos y mantener el ritmo de vida occidental. Por el contrario, la “huella ecológica” del 85% restante es prácticamente idéntica a su “biocapacidad”, o sea, la gran mayoría del planeta vive sostenible y respetuosamente con el medio ambiente. Sólo un 15% desequilibra la balanza, que mínimamente equilibra gracias al consumo de recursos ajenos.
La “huella ecológica” de un ciudadano de un país con ingresos medios o bajos es de 2 hectáreas, que resulta ser cuatro veces menor que la de estadounidense, cinco veces más pequeña que la de un qatarí y dos veces y media inferior a la de un ciudadano español, que necesitaría tres “españas” y media para poder satisfacer sus necesidades.
Según el Global Footprint Network, el pasado 27 de septiembre el planeta entró en déficit ecológico. Los recursos disponibles para este año fueron agotados en menos de 9 meses y los que se consuman hasta final de año son recursos que el planeta no puede producir, contaminantes que no puede absorber, etc.
A pesar de ello, ninguna autoridad política está interesada en poner límites a un modelo de crecimiento cimentado en la desigualdad y en la destrucción del medio ambiente. El asunto tiene mala pinta, a no ser que la NASA se espabilé y pueda construir naves espaciales que permitan la conquista de otros planetas como la Tierra. O eso, o levantar el pie del acelerador.
Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles Léopold Mayer” de la Universitat Politècnica de València. Autor del libro El parque de las hamacas.
Es más cómodo mirar a otro lado, despreocuparse y pensar que la humanidad, con su raciocinio innato, acabará encontrando la solución a los problemas ambientales. Pero lo cierto es que la Tierra ya hubiera colapsado, si todas las personas del planeta consumieran recursos al ritmo que lo hacen los países con ingresos más altos. Esto aún no ha sucedido de forma irreversible y grave, porque el aparente equilibro ambiental se sustenta en un injusto desequilibrio social: una minoría económicamente más avanzada consume los recursos de la mayoría.
Esta es la conclusión tras ojear informes de la Global Footprint Network, organización que desde hace años se encarga de medir el impacto del ser humano en el medio ambiente. Lo hace elaborando un indicador denominado “huella ecológica”, que se expresa como la superficie necesaria para producir los recursos naturales consumidos por una persona. Aún tratándose de un indicador limitado, proporciona datos bastante elocuentes sobre la realidad ecológica a nivel nacional, regional o mundial.
Según un estudio publicado en 2010, la “huella ecológica” global era de 2,7 hectáreas por habitante. Por el contrario, la “biocapacidad” (recursos reales disponibles en el planeta por superficie y ciudadano) fue calculada en 1,8 hectáreas por persona. Es decir, de media, el ser humano está consumiendo una hectárea más de recursos de los realmente disponibles, lo que se traduce en una sobre explotación del planeta que puede tener consecuencias drásticas.
Lo curioso y triste a la vez, es que el 15% de la población, situada en naciones con ingresos altos, en conjunto consume 6,1 hectáreas por habitante cuando su “biocapacidad” es de la mitad. Si este patrón se repitiera a nivel mundial, sería perentorio conquistar otro planeta idéntico a la Tierra para poder expoliar sus recursos y mantener el ritmo de vida occidental. Por el contrario, la “huella ecológica” del 85% restante es prácticamente idéntica a su “biocapacidad”, o sea, la gran mayoría del planeta vive sostenible y respetuosamente con el medio ambiente. Sólo un 15% desequilibra la balanza, que mínimamente equilibra gracias al consumo de recursos ajenos.
La “huella ecológica” de un ciudadano de un país con ingresos medios o bajos es de 2 hectáreas, que resulta ser cuatro veces menor que la de estadounidense, cinco veces más pequeña que la de un qatarí y dos veces y media inferior a la de un ciudadano español, que necesitaría tres “españas” y media para poder satisfacer sus necesidades.
Según el Global Footprint Network, el pasado 27 de septiembre el planeta entró en déficit ecológico. Los recursos disponibles para este año fueron agotados en menos de 9 meses y los que se consuman hasta final de año son recursos que el planeta no puede producir, contaminantes que no puede absorber, etc.
A pesar de ello, ninguna autoridad política está interesada en poner límites a un modelo de crecimiento cimentado en la desigualdad y en la destrucción del medio ambiente. El asunto tiene mala pinta, a no ser que la NASA se espabilé y pueda construir naves espaciales que permitan la conquista de otros planetas como la Tierra. O eso, o levantar el pie del acelerador.
Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles Léopold Mayer” de la Universitat Politècnica de València. Autor del libro El parque de las hamacas.
Muertes globales | Gustavo Duch
Frente a la pantalla del ordenador, mientras toma su primer café, estudia los índices bursátiles. Las deudas soberanas europeas son poco fiables, la bolsa sigue en caída libre y el petróleo es demasiado inestable, han habido hallazgos inesperados. ¿Dónde invertir? Las curvas de los granos básicos están, a su gusto, demasiado planas.
Toma el teléfono y en segundos las agencias de prensa ofrecen nuevos titulares: graves sequías en países asiáticos; un informe de una agencia internacional alerta de un próximo déficit de alimentos en un Planeta de 7.000 millones de personas; se constata un importante aumento del consumo de carne; en Europa se estudia incrementar el uso de agrocombustibles…
Se anuda la corbata para salir al despacho a pocas calles de la central de Bolsa en Chicago, y de reojo vuelve a mirar la pantalla. Sonríe, la curva de los precios del grano apunta ya claramente hacia arriba.
La misma gráfica está ya en las computadoras de todo el Planeta. Se disparan las operaciones (y las operaciones conllevan disparos). Fondos de inversión de Goldman Sachs compran tierras agrícolas en Indonesia, Camboya y Uruguay; Cargill y ADM deciden retener grano en sus almacenes, pues en breve su precio se doblará; y en Argentina los terratenientes como José Ciccioli quieren agrandar sus propiedades donde cultivar soja… y dan instrucciones.
Ya es la hora de comer, toda la familia está en su rancho de Santiago del Estero (Argentina). Crisitian Ferreyra, éste pasado 16 de noviembre, ha invitado a tres compañeros del movimiento campesino que les aglutina (MOCASE-Vía Campesina). Les preocupa el avance de los inmensos monocultivos de soja que a tantos campesinos y campesinas de la zona están expulsando violentamente de sus tierras; y cuestionan el papel del gobernador Zamora y del poder judicial que todo lo permite.
Sin darles tiempo a reaccionar dos sicarios al servicio de los empresarios sojeros derrumban la puerta e increpan a Crisitian ― ¿Quién te crees que sos? Cristian no duda ― Somos los dueños de esta tierra, aquí vivimos, ¿ustedes quiénes se creen?
Dos balas globalizadas, dos disparos capitalistas, acaban con los veinticuatro años de Cristian.
Algunos diarios lo desmienten pero la especulación le asesinó.
Toma el teléfono y en segundos las agencias de prensa ofrecen nuevos titulares: graves sequías en países asiáticos; un informe de una agencia internacional alerta de un próximo déficit de alimentos en un Planeta de 7.000 millones de personas; se constata un importante aumento del consumo de carne; en Europa se estudia incrementar el uso de agrocombustibles…
Se anuda la corbata para salir al despacho a pocas calles de la central de Bolsa en Chicago, y de reojo vuelve a mirar la pantalla. Sonríe, la curva de los precios del grano apunta ya claramente hacia arriba.
La misma gráfica está ya en las computadoras de todo el Planeta. Se disparan las operaciones (y las operaciones conllevan disparos). Fondos de inversión de Goldman Sachs compran tierras agrícolas en Indonesia, Camboya y Uruguay; Cargill y ADM deciden retener grano en sus almacenes, pues en breve su precio se doblará; y en Argentina los terratenientes como José Ciccioli quieren agrandar sus propiedades donde cultivar soja… y dan instrucciones.
Ya es la hora de comer, toda la familia está en su rancho de Santiago del Estero (Argentina). Crisitian Ferreyra, éste pasado 16 de noviembre, ha invitado a tres compañeros del movimiento campesino que les aglutina (MOCASE-Vía Campesina). Les preocupa el avance de los inmensos monocultivos de soja que a tantos campesinos y campesinas de la zona están expulsando violentamente de sus tierras; y cuestionan el papel del gobernador Zamora y del poder judicial que todo lo permite.
Sin darles tiempo a reaccionar dos sicarios al servicio de los empresarios sojeros derrumban la puerta e increpan a Crisitian ― ¿Quién te crees que sos? Cristian no duda ― Somos los dueños de esta tierra, aquí vivimos, ¿ustedes quiénes se creen?
Dos balas globalizadas, dos disparos capitalistas, acaban con los veinticuatro años de Cristian.
Algunos diarios lo desmienten pero la especulación le asesinó.
Costas de vida y muerta | Gustavo Duch
Nos recibe en su despacho, un pequeño bar-restaurante de Camelle, rincón gallego y marinero en la Costa da Morte. Las paredes se adornan con unas pocas fotografías del puerto en los años cincuenta y de aquél petrolero que en frente se partió. Despacho profesional, porque esa es su profesión, marinero de las profundidades.
Si recorres su cuerpo doblado como los eucaliptus de los montes que visten el cabo donde nació (nunca fue más lejos que A Coruña), observas muñones donde deberían existir sólo articulaciones. Delatan la dureza de la compresión/descompresión propia y repetida del oficio de buzo recolector de erizos de mar. Al levantarse para acompañarnos hasta la costa, el bastón que le ayuda, explica sin necesidad de ver, que los pies y rodillas estarán seguro en las mismas condiciones.
Paco con 57 años y tanta artrosis sigue activo. ―Me gustaría llegar a la edad de la jubilación para tener una pensión digna, ―nos explica. Aunque ―puntualiza― tengo un buen trabajo y soy rico pues dispongo en usufructo del Sol que sale para mí sin falta.
Alcanzamos el dique nuevo que un político clientelista ‘les construyó’. Paco quiere que conozcamos a su amigo Man (‘el Alemán’). Un pequeño y muy delgado ser que durante más de cuarenta años allí habitó, en una caseta frente al mar, sin nada excepto un taparrabos, millones de olas y rocas con las que hizo un jardín de ranas inmóviles, cangrejos gigantes de piedra o montañas cubistas, en ofrenda a la mujer amada.
Paco señala una roca teñida de negro y nos recuerda que en estos días se cumplen nueve años del chapapote, del Prestige, de las gaviotas muertas, de los hilitos de plastilina y de una crisis que Mariano Rajoy ―ese que dice nos sacará de la crisis, no supo resolver. Y las crisis ecológicas ―esas nos afectan ahora y después.
Man decidió morirse el día de los Inocentes del 2002, pocos días después del gran vómito petrolero del Prestige. ―Sus esculturas ―dice Paco― adoptaron un color negro muerte que él, inocente, no imaginó jamás.
Si recorres su cuerpo doblado como los eucaliptus de los montes que visten el cabo donde nació (nunca fue más lejos que A Coruña), observas muñones donde deberían existir sólo articulaciones. Delatan la dureza de la compresión/descompresión propia y repetida del oficio de buzo recolector de erizos de mar. Al levantarse para acompañarnos hasta la costa, el bastón que le ayuda, explica sin necesidad de ver, que los pies y rodillas estarán seguro en las mismas condiciones.
Paco con 57 años y tanta artrosis sigue activo. ―Me gustaría llegar a la edad de la jubilación para tener una pensión digna, ―nos explica. Aunque ―puntualiza― tengo un buen trabajo y soy rico pues dispongo en usufructo del Sol que sale para mí sin falta.
Alcanzamos el dique nuevo que un político clientelista ‘les construyó’. Paco quiere que conozcamos a su amigo Man (‘el Alemán’). Un pequeño y muy delgado ser que durante más de cuarenta años allí habitó, en una caseta frente al mar, sin nada excepto un taparrabos, millones de olas y rocas con las que hizo un jardín de ranas inmóviles, cangrejos gigantes de piedra o montañas cubistas, en ofrenda a la mujer amada.
Paco señala una roca teñida de negro y nos recuerda que en estos días se cumplen nueve años del chapapote, del Prestige, de las gaviotas muertas, de los hilitos de plastilina y de una crisis que Mariano Rajoy ―ese que dice nos sacará de la crisis, no supo resolver. Y las crisis ecológicas ―esas nos afectan ahora y después.
Man decidió morirse el día de los Inocentes del 2002, pocos días después del gran vómito petrolero del Prestige. ―Sus esculturas ―dice Paco― adoptaron un color negro muerte que él, inocente, no imaginó jamás.
Mundo rural, ¿cuarto mundo? | Marta Michelena
En los artículos anteriores hemos analizado las medidas que se adoptan desde la Política Agraria Común, reafirmando la necesidad de su existencia para proteger un sector clave para el ser humano, la alimentación.
La PAC se mantiene como uno de los pilares claves en la construcción de la Europa común; pero ¿conocemos macroeconómicamente cuál es la situación del mundo rural Europeo? Recientemente la UE ha publicado el informe Poverty in rural areas of the UE (Pobreza en las zonas rurales de la UE) del que presentamos los datos más significativos:
La PAC se mantiene como uno de los pilares claves en la construcción de la Europa común; pero ¿conocemos macroeconómicamente cuál es la situación del mundo rural Europeo? Recientemente la UE ha publicado el informe Poverty in rural areas of the UE (Pobreza en las zonas rurales de la UE) del que presentamos los datos más significativos:
- En Europa, hay más de 80 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza de un total de 740 millones de personas, lo que significa que 1 de cada 9 personas en Europa es pobre. Y si rascamos un poquito más, encontraremos que una tercera parte pertenecen al mundo rural.
- Aunque en números absolutos el mayor número de personas pobres se encuentra en zonas densamente pobladas, es en las zonas rurales donde se da la mayor proporción en comparación con otras zonas..
- Las mujeres son las que mayores índices de pobreza sufren en las zonas rurales. Es lo que se conoce como feminización de la pobreza.
- Por franjas de edad la pobreza en el mundo rural, 25’7 millones de personas, un 20% es gente joven, un 59% son personas entre 15 y 64 años, y el 21% restante es población mayor a los 65 años.
- El mundo rural también destaca negativamente por ser donde menos oportunidades profesionales se presentan para la juventud.
- Desde 1990 el empleo agrícola en la Europa de los Quince ha experimentado, de forma prácticamente universal, una tendencia a la baja, con una reducción promedio del 2-3% cada año, lo que significa una reducción de la mano de obra agrícola de 340.000 personas al año o, lo que es lo mismo, más de 40 personas campesinas menos por hora año tras año.
- Según la UE, en la mayor parte de las zonas rurales, el sector primario proporciona menos del 10 % del empleo total. Sin embargo, otras zonas rurales —en particular las de los países de Europa Central y Oriental (PECO) (Bulgaria, Eslovenia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumanía), así como en la parte meridional de la Europa de los Quince (España, Grecia y Portugal) — dan empleo en el sector primario a más del 25 % de la población activa.
- En países como Rumania, Bulgaria o Eslovenia se ha incrementado la mano de obra en el campo y se ha expandido la agricultura de subsistencia, que actúa como amortiguador social. Un pobre en una ciudad, puede llegar a pasar hambre. Un pobre, en el campo, nunca pasará hambre – si las tierras le pertenecen-.
- Los principales elementos que caracterizan la pobreza en las zonas rurales según la UE, son la emigración y el envejecimiento de la población, unido a una tasa de natalidad reducida; la dependencia económica ligada a la agricultura y por tanto bajos niveles de ingresos (datos de Alemania hablan de ingresos alrededor de los 850€ mensuales por activo agrario; y un 60% del campesinado, pos su situación, recibe apoyo social) y trabajo estacionario; y las malas infraestructuras.
- España es, de los 15 países que primero entraron en la UE, el que bate récords en porcentajes de población en riesgo de pobreza en las zonas rurales: lo bate con las mujeres, lo bate con los jóvenes y lo bate con la población de edad avanzada, juntamente con Grecia.
Profesiones | Gustavo Duch
Cuando sólo era un tierno brote verde pensaba y repensaba que le gustaría ser de mayor, por eso era tan preguntón con sus parientes mayores. – ¿Cómo te fue con tu vida? ¿Cuéntame otra vez aquella aventura? ¿De verdad que fue así? Coleccionaba en su diario todas esas andanzas para después confeccionar una lista con las cosas que le gustaría ser y las que no.
Cosas que me gustaría ser:
Cosas que no me gustaría ser:
Cosas que me gustaría ser:
- Ser frutero y que los niños y niñas me trepen y me sisen mis manzanas, mangos o aguacates.
- Ser la sombra de reuniones clandestinas donde se piensen revoluciones.
- Ceder mi tronco para que garabateen en él corazones de amor eterno.
- Ser las ramas de muchos nidos.
- Ser las ramas de la cabaña de Tarzán.
- Ser, en cada amanecer, el abrazo de borrachines solitarios.
- Ser apartamento de ardillas y pájaros picapinos.
Cosas que no me gustaría ser:
- Ser el árbol que da la rama donde anudan la soga del ahorcado.
- Ser cortado joven para agonizar lentamente emperifollado con bolas de colores, guirnaldas y una estrella navideña en mi copa.
- Ser centenario, pasando cien años de soledad, huérfano en un monocampo de maíz.
- Ser olivo palestino sitiado y prisionero, lejos de mis cuidadores campesinos.
- Ser talado, tritutarado y reducido a celulosa, que procesada como papel será vendido a miles de kilómetros de mi bosque.
- Si me gustarán los viajes largos…en lugar de raíces tendría alas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)