Se desvanece el verano | Guadalupe Fernández de la Cuesta

De pronto se han consumido las fechas en el calendario con la misma indiferencia que damos al transcurso de las aguas por los cauces de los ríos o al viento que altera la quietud de la veleta. No sabemos en qué momento los helechos han humillado sus testas ocres y anuncian el otoño; cuándo el color morado de de las flores del tardío (los “espanta pastores”) tiñe de ausencias el paisaje; cómo se han ido enterrando tantos matices del verde intenso de los prados entre derrumbes y rastrojeras; en qué lugar y hora descubrimos nuestras sombras alargadas si hace nada, en ese mismo contexto ellas lamían nuestros pies… El sol enciende la madrugada con nuevas mordeduras en la línea del horizonte y arrastra hasta el ocaso el declive de su viaje. Caen las horas del reloj vencidas por el silencio de los anocheceres más tempranos: nuevos acordes del tiempo en el armónico deambular de la vida.

Los niños entretienen las últimas fechas del verano en los preparativos del cole: algunos finalizan remisos aquellas tareas escolares inacabadas y otros van consumiendo los juegos con ese tinte nostálgico de los finales de los cuentos. Los pueblos, en estas fechas, se van quedando vacíos de gentes y aguardan soledades y sueños de esperanza para las próximas vacaciones. Los mayores inician ahora toda suerte de buenas intenciones: no caer en excesos de comidas y bebidas, equilibrar el sueño, ordenar los asuntos pendientes y crear hábitos saludables.

El aprendizaje no se detiene con la edad. Al menos si uno se resiste a crear compartimentos estancos en nuestro cerebro donde nada fluye excepto nuestras propias convicciones. No es menos cierto que nuestra mente padece el envejecimiento de las neuronas y la memoria anda alicaída, pero aún con estos deterioros podemos levantar los anclajes de un comportamiento tozudo y mover la voluntad para la reflexión y la actitud positiva. Confieso que los niños han construido en buena medida, ya en la madurez, mi aprendizaje social y emocional. Ellos traducen el mundo afectivo que les rodea en sucesivos cambios de conducta según la solidez y estabilidad de la familia, del colegio, de los amigos…

Cuando su contexto familiar es de absoluto abandono no es difícil intuir que aquellos niños pequeños que en su etapa escolar comparten actitudes y hábitos con sus compañeros de clase, con un nivel de aprendizaje acorde con los contenidos del curso, puedan alcanzar las puertas de la delincuencia en las edades adolescentes Y abandonados están los niños “de la llave” que abren sus casas vacías sin una mano que los acaricie y ayude en sus tareas; los que duermen en “camas calientes” por el trabajo nocturno de su cuidador, sea el padre o la madre o algún pariente; los que por su aspecto sufren del racismo no explícito pero sí tolerado por la sociedad benévola; los que son excluidos de otros “coles” por razones de categoría social…

Cuando delante de mí caminan hacia hogares inexistentes los niños de la marginalidad pienso en las gentes que podrían adoptarlos y suplir sus carencias afectivas ¿Lo conseguirían, tal vez, una pareja no convencional? Sólo importa que los cuiden, los protejan y los quieran. Y mucho ¿Es que acaso esos niños han vivido la identidad de un padre y una madre? Nos debe preocupar, sobre todo las vidas de los menores que ya pisan la realidad. Creo que para cerrar cárceles hay que abrir los afectos. Pues eso.

Especies por descubrir ya están en jaulas | Rosa M. Tristán

Aún los científicos no sabían de su existencia. No tenía nombre, no se había investigado su comportamiento, nada se sabía de su población, pero el pequeño primate africano bautizado ya como lesura (Cercopithecus lomamiensis), llevaba mucho tiempo tras los barrotes de una jaula, en República Dominicada del Congo. Allí fue encontrado por una pareja de investigadores norteamericanos, John y Terese Hart, en una ciudad del norte del país.

El hallazgo fue hecho en 2007 y después de aquello, los Hart localizaron otros ejemplares en la poco explorada selva congoleña. Son, según publican en la revista científica PLoS ONE, unos monos muy sociables, que suelen caminar por el suelo de la densa floresta y que se muestran tímidos ante los extraños.

A estas alturas, descubrir un nuevo ser vivo, de estas dimensiones (miden entre 40 y 60 centímetros) es un acontecimiento para la ciencia. Lo penoso es que, como en anteriores descubrimientos, al mismo tiempo que se ha anunciado su existencia, los Hart, que trabajan en la Fundación Lukuru de Congo y en el Museo Peabody de Estados Unidos, han alertado de que están en riesgo de extinguirse. En este caso, no porque su ecosistema se esté degradando, sino porque los campesinos los cazan para comer.

Los Hart han pedido al Gobierno del país que en la región del río Lomami, donde habitan, se cree un parque nacional, aunque no parece probable. De hecho, mantener los que tienen les sería difícil sin ayuda exterior, y está es cada vez más escasa.

Así que el lesula es ya otro ‘agujero’ abierto en la crisis de la biodiversidad planetaria . Es un boquete tan reciente que ni siquiera ha podido incluirse aún en la ‘lista roja’ que 8.000 investigadores han retocado en el Congreso de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, en la República de Corea.

Los expertos han elaborado un tenebroso ránking con las 100 especies más amenazadas de la Tierra, entre las que hay algunas tan hermosas como el camaleón de Tarzán, el perezoso pigmeo o el rinoceronte de Sumatra. Pero también hay otras menos fotogénicas: pequeñas flores, hongos o unas mariposas grisáceas llamadas ‘Actinote zikani’, que quizás pronto dejen de existir después de millones de años.

El profesor Jonathan Baillie, director de conservación de la Sociedad Zoológica de Londres, denunciaba en este foro cómo los donantes e incluso los movimientos conservacionistas “se inclinan cada vez más a un enfoque sobre qué puede hacer la naturaleza por nosotros; y la especies y hábitats silvestres se valoran, también cada vez más, según los servicios que ofrecen a las personas, por lo que es más difícil proteger a las que están más amenazadas. ¿Acaso no tienen derecho a vivir? ¿Tenemos derecho a condenarlas a la extinción”, se preguntaba.

El paleontólogo Juan Luis Arsuaga, en la misma línea, me comentaba el otro día en una entrevista que la especie humana es “egoísta y mezquina” y que está envuelta en un “consumismo sin sentido”, que conlleva una destrucción brutal con un fin económico.

En Corea, la conclusión del foro de la UICN es que, al margen de que tengan o no rendimiento económico, todas las especies que nos acompañan a los humanos en la biosfera son únicas, insustituibles. Parece evidente que el lesula nunca despertará el interés que los turistas hoy tienen por ver lo gorilas de montaña, pero ese no puede ser el factor determinante que acabe condenándoles a la extinción.

En unos tiempos donde casi todo se ‘monetariza’ no está de más recordar que el mayor beneficio para nuestra especie será conservar lo que tenemos, lo sepamos o no, protegiendo su casa. Es deprimente que los nuevos seres vivos sean descubiertos en una jaula.

Buenos puestos de trabajo | Gustavo Duch

Mónica es antropóloga, y ha trabajado en los últimos años en sostenibilidad y ecología política para diferentes organizaciones internacionales. Su compañero Olivier, estudió ingeniería agraria y lleva en su mochila muchas experiencias en agricultura ecológica. Ambos han investigado y publicado sobre la especulación financiera con la alimentación, sobre agrocombustibles y otros temas geopolíticos de calado.

Dos ‘cracs’ que desde marzo de este año son arrendatarios de una finca agrícola, que les da derecho al uso de la vivienda y manejar un poco más de una hectárea de huerta. En estos meses que han pasado han hecho un duro trabajo y ya están cosechando decenas de kilos de diferentes variedades de tomates, calabazas, patatas, berenjenas, judías, pimientos y unos pocos melones. Cuando te muestran su campo orgullosos te dicen sin pestañear ─ ¡vamos a vivir de esta tierra!

Desde su finca se divisa no muy lejos un complejo enorme de polígonos encabezados por el letrero enorme de una gran superficie, se ven pasar aviones y se oyen cerca el retumbo de los trenes. Están en El Prat del Llobregat, dentro del Parc Agrari del Baix Llobregat, unos terrenos que sabemos han sido históricamente muy disputados. En el pasado por el potencial que significaba disponer de tierras agrícolas muy cerca de una capital con un número importante de población como la de Barcelona; posteriormente por los intereses del desarrollo industrial en Catalunya; después por avaricias especulativas con el boom de la construcción o de alguna infraestructura de servicios y comunicaciones; y durante los últimos largos meses de este año 2012, por el anhelo de un magnate estadounidense de los casinos (y por una parte de nuestra clase política) que la soñaban cubiertas de maquinas tragaperras.

Los argumentos contra tal complejo han sido muy difundidos y claramente han tenido que ver con el desenlace de este ‘primer acto’ que indica la no construcción de Eurovegas en Catalunya. Pero, ¿cuánto tardarán en llegar nuevas especulaciones sobre las mejores tierras agrícolas de Barcelona? Por ello es momento de retomar y analizar lo que el Parc Agrari puede aportar a mayores o en un futuro inmediato.

Y la iniciativa de esta pareja de jóvenes es una muestra a tener en cuenta. La agricultura, el sector que aunque primario de la economía parece olvidado -y así van las cosas-  sigue siendo una muy buena opción para generar puestos de trabajo. Estamos hablando de medios de vida o puestos de trabajo dignos, con futuro, con el disfrute de estar en contacto con la naturaleza; y sí, un trabajo duro (como casi todos) pero que con nuevas y viejas tecnologías aplicadas, ya no tanto. Cultivar y producir alimentos significa potenciar una economía productiva real y necesaria, quizás no muy lucrativa, pero estable y segura que repercute positivamente también sobre sus usuarios, es decir, todas y todos nosotros.
Contar con más personas dedicadas a la agricultura en nuestros territorios nos hará menos dependientes de terceros países (peligroso en muchos sentidos si pensamos en las crisis alimentarias por supuesta escasez de alimentos o por los vaivenes especulatorios que disparan los precios de los alimentos que se comercializan a esta escala global); mejora mucho el cuidado de los ecosistemas disminuyendo significativamente el riesgo de incendios que periódicamente nos asola; y, desde un punto de vista climático, se ayuda significativamente a reducir el calentamiento global del Planeta.
―Claro, me dirán, ―pero hoy es muy difícil vivir de la agricultura, seguro que Mónica y Olivier son unos idealistas. Y sí, lo son, por supuesto que sí, pero saben lo que hacen y lo hacen con responsabilidad y ética. Su hectárea, que es poco para la agricultura convencional del Parc Agrari, la están dedicando toda a la producción de alimentos ecológicos que venderán a población consumidora concienciada, a través de la venta directa o cooperativas de consumo. Sin pasar por Mercabarna o las grandes superficies que ahogan pagando con precios muy bajos, obtendrán lo justo por su tarea. La experiencia de otros y otras campesinas en diferentes puntos de todo el planeta demuestra que es posible.

A las administraciones les decimos, dejen de soñar con proyectos faraónicos y confíen en las economías locales y a pequeña escala, como la agricultura campesina.  Y tomen nota: con una inversión cien veces menor de las arcas públicas que la prevista en el caso del proyecto Eurovegas, dedicadas a mejorar algunas condiciones de riego e infraestructura del Parc Agrari y apoyando el acceso a la tierra de jóvenes, se podrían recuperar las parcelas hoy en desuso (precisamente por la marginación del sector primario y por la especulación sobre la tierra) que al estilo de Mónica y Olivier representaría proveer de más de quinientas unidades o fincas agrarias de las que podrían vivir más de quinientas familias, además de generar una cantidad importante de empleos indirectos. Para todo esto, solo necesitamos una pizca de voluntad política.

Del ‘aturem eurovegas’ pasemos al ‘más parcs agraris’, porque cultivar y producir alimentos significa cuidar la tierra, y es una apuesta por la vida misma.

Armstrong: un gran paso para la Tierra | Rosa M. Tristán

Hace unos días murió Neil Armstrong (izqda) y, aunque pueda parecer paradógico por tratarse de un astronauta, su desaparición tiene mucho que ver con la conservación de la Tierra.

A esas alturas, ya no tiene sentido contraponer los recursos que se invierten en investigación espacial a los destinados a conservar nuestro entorno. Miles de satélites, desde más allá de la atmósfera terrestre, ayudan a tener una visión completa de problemas como la desertificación, el cambio climático, la monitorización de especies o la contaminación oceánica, con datos que sería imposible tener desde la corteza terrestre.

Gracias a ellos, por ejemplo, hemos sabido que este mismo verano el Ártico y Groenlandia han batido récords de deshielo, hemos seguido la trayectoria del huracán Isaac o hemos visto las llamas que devoraban nuestro territorio.

Por desgracia, también hay una de cal en este indudable progreso: se han lanzado infinidad de artefactos y naves sin que se haya inventado un sistema para su desaparición total: en atmósfera terrestre se calcula que hay dos millones de toneladas de desechos espaciales a los que no se ha buscado destino.

Sin duda, figuras como Armstrong hicieron mucho para promover investigaciones de observación del planeta desde el espacio. De hecho, el explorador norteamericano estuvo presente en el II Congreso Internacional de World Wildlife Fund (WWF), celebrado en Londres 1970. Allí, entre su auditorio se encontraba Félix Rodríguez de la Fuente, como recoge Benigno Varillas en la biografía del naturalista español publicada por La Esfera de los Libros.

Sus palabras en este foro, y en otros muchos a lo largo de su vida, siempre tuvieron un mensaje conservacionista: la Tierra, vista desde la Luna, se ve “muy frágil, muy pequeña y su única belleza iriscente y azulada la origina la propia biosfera que la rodea”, aseguró en aquella cita.

El año pasado, en lo que fue su última visita a España, dentro del Starmus Festival celebrado en Tenerife, insistió en este mensaje y señaló que “el ser humano debe mejorar su comportamiento para expandirse más allá de este planeta”. Respondía así a las palabras de Brian May, astrofísico y fundador del grupo de música Queen, que expresó su temor a que el ser humano sea ‘una plaga’ allá donde vaya.

Pero el astronauta recordó que la vida en la Tierra tiene fecha de caducidad, porque un día el Sol se apagará y por ello, aseguró, debemos esforzarnos por no precipitar ese final, aunque sin dejar de buscar otros mundos para cuando el nuestro se congele.

Si logramos mantener esta frágil canica azul como nos la encontramos, su huella en la Luna no habrá sido sólo un gran paso para la Humanidad, sino para toda la Tierra.

Foto Neil Armstrong con el cosmonauta Alexei Leonov, en Tenerife en 2011 | Rosa M. Tristán

Vida para nuestros pinares | Guadalupe Fernández de la Cuesta

En la sierra respiramos aires festivos por cada poro de nuestra piel. Las casas habitadas abren sus postigos a las calles donde los niños entretienen sus vacaciones con juegos a la intemperie y los jóvenes apandillados lucen su frescura y sus ganas de comerse el mundo. Una imponente carga de energía vital cabalga por entre las nubes hasta remotos despachos alfombrados de sombras alargadas.

Los pinares y campos, mudos y sombríos en el invierno, comparten su aliento con los incansables andarines y ambos evocan sus nombres y apelativos. La simbiosis con la tierra que amamos nos brinda una tibia esperanza por el futuro de nuestros pueblos cargados de vida autóctona en estos benditos veranos de temperaturas amables y cielos de cuento.

Nuestras gentes no navegan por la corriente de la rutina oteando sus márgenes sin otro quehacer que voltear una mirada indolente y perezosa por los excepcionales parajes que nos rodean, sino que, incansables, promueven múltiples iniciativas ingeniosas y de gran calado para apuntalar una población que, al menos, no eche el cerrojo definitivo a la vida de los pueblos envejecidos. En los pinares se van tejiendo paulatinamente oscuros entramados de abandono. Es la crisis económica, pienso mientras observo el monte tapizado de pinos tronchados, varas abatidas y laderas despanzurradas, materializado todo ello por los temporales del invierno y alguna tormenta veraniega. Algún día remitirá… Escucho el lamento de mis pasos que deambulan por caminos imposibles. 

No hace tanto tiempo que los rumores de la sierra traían aires próximos y familiares: Se hacía limpieza de montes; subasta de leña; entresaca de varas… Entendemos el pinar como una prolongación de nuestro hogar y así lo cuidamos: Nunca se propagó un incendio de colosales dimensiones porque al fuego se le arranca todo su poder destructivo apenas se vislumbra una espiral de humo en el horizonte. Sin conflictos, todos a una, labrando cortafuegos con las herramientas que da la firme voluntad de apagar las llamas y no entregar ni un pino más al fuego. Somos sus dueños y ellos nuestros fieles servidores.

Será la crisis. Claro. ¿Y como se gestiona esta bendita crisis? Andan demasiado lejos de las zonas rurales los despachos del gobierno autonómico, las preocupaciones de los políticos, los entresijos burocráticos y las competencias arbitrarias.

Hace un par de años –cito un ejemplo- se declaró “Parque Natural de las Lagunas Glaciares de Neila” a todo su término municipal con las fotos mediáticas oportunas. Entre otros objetivos se enumera como una opción prioritaria la creación de puestos de trabajo en la localidad. Desde la otra punta del mapa de la provincia de Burgos acude cada día un equipo de personas que hacen trabajos en el monte cuando en el pueblo hay vecinos apuntados al paro. ¿Cuestión de competencias? ¿De imagen? Creo que, cada vez más, las decisiones dependen en mayor grado de la Junta sin contar con los Ayuntamientos y vecinos.

Llevo tiempo dando vueltas a una maldita premonición que se sustenta en todo el potencial económico que puede generar el desarrollo y comercialización de la “Biomasa”. Los mandamases de la Administración están viendo un gran negocio en los pinares cuando remita la crisis. De este negocio los habitantes y empresas autóctonas no verán nada. Lo ideal para los cuatro amigos de turno serían los municipios despoblados y sin resistencia. ¡Qué pesadilla!

Se oye el bullicio de la chiquillería en la calle. Me voy.

Cerrado por caos | Gustavo Duch

Las noticias ya no daban cifras del paro, daban cifras de mortalidad infantil; no se hablaba de recortes en sanidad, se huía de las epidemias y se traficaban medicamentos y vacunas; no se protestaba contra los barracones que hacían de escuelas pues mucha gente malvivían en barrancos o vertederos bajo lonas de plástico.

Será terrible, la crisis de la deuda financiera acabará con el Euro como moneda única, y con el dólar y el yen como monedas arrogantes. Volveremos a las monedas nacionales que una a una también irán pereciendo, así que no quedará más que recuperar las monedas locales sin ningún valor en bolsa, los bancos de tiempo o cualquier otra forma de trueque humanizado. Sin dinero, será terrible, y los ricos no serán ricos y los pobres no serán pobres.

Cundirá el pánico, se acabará el petróleo y sus derivados que mueven el mundo, y que por todo el mundo mueven toneladas de mercancías. Se acabarán los viajes low cost, los alimentos exóticos y lamentablemente volveremos al ritmo perezoso de los animales tirando de carros, las bicicletas a pedales o la vela al viento. Sin gasolina, qué miedo, se correrá menos y se respirará mejor.

Quebrarán muchas empresas transnacionales que han apostado fuerte a la globalización. Sin pescanovas, campofrios o monsantos nada habrá en las neveras de mercadonas o walmarts. Cerrado por caos, pondrá en los letreros. Y ¿qué comeremos sin la industria alimentaria? Suficientes, variados, frescos y sanos alimentos que las redes y cooperativas sin lucro proveerán de pequeñas campesinas y campesinos.

El sistema se derrumbará completamente arrastrando con él la sanidad y la educación pública y nos indignaremos con motivo. La vida en las ciudades será complicada. Fábricas desahuciadas, centros comerciales abandonados y los índices del paro subirán y subirán. Sin nada que hacer, se empequeñecerán las ciudades al marchar parte de sus gentes a los pueblos de antes. Con menos urbanidad y más ruralidad se harán economías productivas sencillas y sostenibles, se prestarán servicios comunitarios con las mejores vocaciones ejerciendo, y la comunidad dará respuestas, calor y alegrías.

Nos esperan muchos más sobresaltos. Los asilos no aceptarán almacenar vejez como restos de serie, y se convertirán en universidades de la recuperación del saber. En el espejo nos veremos cambiados porque nos reconoceremos mejor. Y en las calles o comedores populares encontraremos amistades, como el que no quiere la cosa, sin darnos ni cuenta.

El fin de un capitalismo insoportable nos da miedo porque no sabemos (aún) que sin él inventaremos comunitarismos que nos harán vivir mejor.

Tanzania, tras las huellas del pasado | Rosa M. Tristán

Cuando se aterriza en el aeropuerto de Arusha, puerta de entrada a los grandes y emblemáticos parques nacionales de Tanzania, lo primero que de divisa, si las nubes lo permiten, es la impresionante cumbre del Kilimanjaro, un gigante de casi 6.000 metros al que los motores del norte han hecho perder su blanca capa de nieve.

Arusha, sin embargo, decepciona, como tantas otras ciudades africanas en las que el caos del tráfico, construcciones sin orden ni concierto y suciedad se confabulan para que los viajeros salgan corriendo en busca de ese otro mundo que les espera a pocos kilómetros, el lugar en el que nuestros ancestros dieron sus primeros pasos.

Nada me sorprende que Félix Rodríguez de la Fuente se quedara prendado de la exuberante naturaleza de este país africano, que tiene algunas de las reservas más fascinantes del continente. Nombres como Ngorongoro o Serengeti evocan por si solos un mundo de aventura que no logran romper las masas de turistas apiñadas en los 4x4,.

Dos veces he tenido la suerte de visitar este país. La primera, realizando un safari que, como este viaje de la Fundación, salió de Arusha. No conozco la reserva privada de Sinya. Mi primera parada fue en el Parque Nacional de Tarangire y mis primeros animales salvajes, una familia de elefantes que se estaban bañando, rebozados en barro, después de que la matriarca del grupo le buscara el camino más seguro. Aquellos gigantes forman parte de los centenares de paquidermos que el norteamericano Charles Foley lleva décadas investigando y gracias a ellos ha descubierto grandes paralelismos entre su comportamiento social y el de los seres humanos.

Allí, frente ellos, fue donde realmente inicié un viaje que ,por pistas polvorientas, baches y continuos cambios de temperatura, permite asomarse por una inmensa ventana al pasado, al momento en el que en la Tierra decenas, cientos, miles de especies, del escarabajo al león, se paseaban sin riesgo a un atropello, a un disparo, al confinamiento en una jaula, por más que sea de oro.

El primer vistazo desde la orilla al cráter del Ngorongoro no puede dejar indiferente. Ya antes de bajar por sus escarpadas paredes se intuye a sus habitantes. Cebras, hienas, leones, hipopótamos, rinocerontes, búfalos… y elefantes tan grandes que arrastran sus colmillos. Les llaman los ‘aradores‘, y con razón.
Sólo pensar en lo que espera más adelante incita a abandonar tamaña concentración de animales. Siguiendo ruta, es necesario, imprescindible, parar en el Museo de Olduvai (Oldupai, para los nativos) para que ese retorno histórico adquiera sentido. Si hay tiempo, cómo no acercarse al centro español de investigación que el Instituto de Evolución en África (IDEA) abrió el año pasado en la famosa Garganta, el lugar con más yacimientos con restos de humanos del planeta, Patrimonio Mundial de la Unesco.

Fue el proyecto que un grupo de investigadores españoles y tanzanos mantiene en Olduvai el objeto de mi segundo viaje. Bajo la dirección de Manuel Domínguez-Rodrigo, Enrique Baquedano y Audax Mbulla, y siguiendo los pasos de la familia Leakey, los españoles están encontrando fósiles fascinantes, de hace entre uno y dos millones de años, que nos ayudan a conocer cómo éramos cuando un buen día nos erguimos sobre dos piernas y comenzamos a caminar…. Cuando el cerebro aumentó… Cuando empezamos a fabricar utensilios de piedra.
Los masais que viven cerca de la estación científica IDEA tienen unas bomas (poblados) mucho más míseras que los que viven al borde del camino a Serengueti. Allí no llegan los turistas que compran sus llamativos collares, ni donaciones para escuelas o dispensarios. Al verles pastorear sus cabras entre gacelas, tal ágiles y delgados, es fácil imaginárselos cazando con la lanza al hombro, esquivando lelones. Sobreviviendo.

Pero de nuevo hay que seguir ruta… y dejando atrás a los paleontólogos, observados de cerca por una manada de jirafas, pronto se llega a la entrada al gran Parque Nacional de Serengeti, una reserva única que logró salvarse este año de un proyecto infame: el Gobierno tanzano pretendía cruzarlo por el norte con una autovía que iba a enlazar Arusha con Musoma, el recorrido que atraviesan las grandes migraciones anuales desde Masai Mara (Kenia).

Recuerdo aquí las palabras que escribí en mi primera noche junto al río Seronera, donde instalamos el campamento: “Me siento como John Speke camino del Lago Victoria. Pero él atravesó esta inmensa sabana en burro, y yo en camión. Atrae y aterra al mismo tiempo pensar que estoy rodeada de hienas, que escucho desde la cama el rugido del león, que pudiera haber una estampida de búfalos que se lleve la tienda por delante. Y, sin embargo, ahora mismo no cambiaría este momento por nada. Algo así imagino que sentiría el explorador británico”.

Aún tengo grabada la imagen del explosivo amanecer del día siguiente, un incendio en el cielo en el que se recortaba una leona despertando a lametazos a sus cachorros. En el camino, cientos de ñus que se dirigían a beber al río,mientras el guepardo se desperezaba bajo una acacia.

Por delante, horas de búsqueda al lento ritmo de la vida salvaje, escrutando el horizonte, recreándonos de la belleza o impactándonos con la brutalidad de una escena de caza… En definitiva, aprendiendo a no olvidar que allí están nuestro orígenes.

Imágenes de Rosa M. Tristán:
1. Un niño masai con un bifaz de hace más de un millón de años en la mano.
2. La autora de este post excavando en Olduvai