Cubos y cubos de dinero | Gustavo Duch

 

Detrás de estas nuevas conquistas de tierras hay un factor estratégico que pudiera pasar desapercibido: el agua dulce.


Hace cuatro años, la organización Grain tuvo que inventar una expresión para describir una práctica nueva de ganar «cubos y cubos de dinero» que hoy ya es ampliamente conocida, a la vez que denunciada: el acaparamiento de tierras. El capital financiero de los bancos y fondos de inversión, los petrodólares de algunos estados y las arcas de algunas grandes corporaciones agroalimentarias están invirtiendo sumas muy significativas en la adquisición de las mejores tierras fértiles en los países empobrecidos del Sur. Una jugada con beneficios a corto plazo (hacen de esas tierras cultivos intensivos de alimentos para la exportación o cultivos energéticos para la producción de agrocombustibles) y a largo plazo, pues después de ver cómo reventaban burbujas como la hipotecaria optan por un valor que especulativamente hablando siempre valdrá más, la tierra fértil. Como decía Mark Twain, «no se puede fabricar más», y con el aumento de la población cada vez será más necesaria.


El acaparamiento de estas tierras está alcanzando proporciones aterradoras, pues cada nueva hectárea adquirida -robada, en realidad- es el despojo del medio de vida de la población local que se alimenta en gran medida de su agricultura de subsistencia. Los 60 u 80 millones de hectáreas de tierras cultivables en países pobres que ya han pasado a manos extranjeras en los últimos años (una superficie que no cabría en todo el Estado español) apuntan a ser la causa estrella de las hambrunas y la pobreza del siglo XXI.


Algunos casos documentados son especulativos cien por cien y van ligados a los llamados mercados de futuros. Otros, como decía, se centran en ampliar grandes negocios agrarios, como la empresa Al Dahra de los Emiratos Árabes, que ha adquirido tierras en Namibia, Sudán, Egipto y ¡Lleida! para dedicarlas a su especialidad, el cultivo de heno y forrajes para la ganadería intensiva de su país. En los países africanos citados este acaparamiento de tierras fértiles es el desencadenante de más pobreza en las zonas rurales donde se da. En Catalunya, donde la crisis del sector agrícola es un hecho, ¿qué puede suponer este tipo de fenómeno si se extiende?


Detrás de estas nuevas conquistas de tierras hay un factor estratégico que pudiera pasar desapercibido: el agua dulce, que para los fondos de inversión que la persiguen puede también ser doblemente interesante. Se prevé, por un lado, que en un futuro el agua pueda ser, igual que el petróleo, los cereales o la tierra fértil, una inversión especulativa en los mercados; y por el otro y ligada a las adquisiciones de tierras, es el activo clave para sacarles el máximo rendimiento. Judson Hill, responsable de un fondo de capital involucrado, dijo que invertir en agua ligada a la agricultura representa ya «cubos y cubos de dinero». En el punto de mira está de nuevo el continente africano, que con sus grandes ríos tiene -dicen- una abundancia de agua dulce que ahora no se explota comercialmente. Si uno mira dónde se están adquiriendo tierras en África, observa que la práctica totalidad están junto a las cuencas de grandes ríos como el Nilo, el Níger, el Senegal, con acceso directo a agua para irrigar las nuevas megaplantaciones. Y esto ocurre en un territorio donde al menos una tercera parte de la población vive en áreas con escasez de agua.


Apropiarse de tierra y agua para exportar alimentos o combustibles en manos de capital extranjero no solo no beneficia a la población local sino que compromete un recurso que ella tanto necesita. La India y China son dos ejemplos muy claros en los que en el pasado se ha promocionado el uso masivo del agua para irrigación minando sus recursos hídricos actuales a niveles alarmantes. El abuso del agua hace de este recurso renovable un recurso agotable. Se calcula que 200 millones de personas en la India y 100 millones en China se alimentan de cultivos regados con el agua de las futuras generaciones.

Francina Cortés
Las inversiones que miran a África reproducirán los mismos errores. Según los cálculos de la FAO, toda la cuenca del Nilo, que abarca unos 10 países, puede permitir el riego como máximo de unos ocho millones de hectáreas. Solo en cuatro de estos países se riegan ya cinco millones de hectáreas con agua del Nilo. Según un reciente estudio deGrain, en estos mismos países ya se han traspasado más de ocho millones de hectáreas a los susodichos inversores para sus cultivos intensivos de… cubos de dinero. Lo mismo pasa en otras partes del continente. El Gobierno de Malí ya ha malvendido medio millón de hectáreas a inversores extranjeros, cuando los expertos calculan que el uso sostenible del agua solo alcanza para 250.000 hectáreas.
Los números no cuadran y la lógica no encaja. Si no se para este expolio, el futuro del mismo Nilo y otros ríos está en juego, y con ello el futuro de los millones de personas en el continente más afectado por la crisis climática. Grain (Nobel de Ecología), una vez más, ya ha bautizado esta realidad y habla de un suicidio hídrico a no ser que se impida que con la tierra y el agua se acaparen cubos y cubos de dinero.

El acaparamiento total | Gustavo Duch


Primero fue el control de las semillas. Las grandes corporaciones sabiendo que son ‘el principio de la vida’ y ávidas por dominar la vida de todas y todos se lanzaron al control de un bien común que las haría poderosas. Muchas fueron las estrategias: patentaron la vida; hicieron desaparecer muchas variedades autóctonas con suposiciones productivistas; engendraron simientes estériles que se llaman híbridas o transgénicas; engullen a las pequeñas empresas locales de semillas; o financian el Arca de Noé en el Polo Norte, donde las preservan [para ellas] en un gran banco de germoplasma.

Un control que en pocos años ha alcanzado la categoría de acaparamiento. Como explican los estudios de ETC Group sólo entre tres empresas se reparten la mitad del mercado global de las semillas comerciales (Monsanto con una cuarta parte ella sola) siendo prácticamente las mismas empresas que dominan el polo opuesto: los pesticidas, herbicidas o plaguicidas, en definitiva ‘el final de la vida’.

Cifras similares de acaparamiento las encontramos si analizamos el poder corporativo en otros segmentos de la producción agroalimentaria, como los fertilizantes; la silvicultura; la comercialización de los granos básicos; la genética; la industria farmacéutica veterinaria y la producción animal; o el procesamiento y distribución de los alimentos.

Pero no es suficiente manjar para tantas tragaderas y en los últimos latidos de un capitalismo que se desmorona, buscan asegurar sus inversiones en nichos ‘a prueba de bombas’. Así hemos visto, y ha sido ampliamente denunciado por GRAIN, como en la última década ha brotado un impulso irrefrenable por el acaparamiento global de tierras. Disponer el capital como dispone actualmente (y sigue creciendo) entre unos 60 y 80 millones de hectáreas de tierra fértil significa administrar para su beneficio millones de toneladas de biomasa vegetal, convertida en alimentos, agrocombustibles o madera, así como otros recursos minerales ciertamente estratégicos.

El acaparamiento de tierras se extiende fundamentalmente por África pero también por otros lugares generando violentos conflictos como en Honduras o Colombia con decenas de personas campesinas muertas en la defensa de sus tierras; o en Andalucía (España), donde recientemente campesinos y campesinas sin tierra han sido desalojados de una finca pública que ocuparon para evitar su venta especulativa.

Pero no hemos acabado aquí. Un elemento estratégico falta para quien quiera ‘controlar’ el mundo, el agua dulce, pues sin ella es imposible la producción de alimentos, y la producción de negocios. La conquista por el agua camina de la mano del acaparamiento de tierras recién explicado. De hecho leyendo en un nuevo informe de GRAIN al respecto las declaraciones de Peter Brabeck-Letmathe, presidente y ex director general de Nestlé, las compras en realidad no son de tierra, sino «del libre acceso al agua que con ellas se consigue». Ciertamente, en dicho informe se analiza muy bien como la mayoría de las adquisiciones de tierras que se están dando en estos últimos años se corresponden con tierras que pueden acceder a buenos acuíferos y sobretodo a cuencas de importantes ríos como el Níger, el Senegal o el Nilo.

Los discursos en defensa de esta apropiación ya los conocemos,-utilizamos tierras y aguas que la gente no aprovecha para grandes plantaciones o cultivos que generarán desarrollo. Pero la historia de estos megaproyectos, la realidad de estas superplantaciones ligadas a la exportación, sabemos que no reporta beneficios a la población local. Hay demasiados ejemplos para ilustrarlo.

El acaparamiento de agua, además de ser un expolio que debe denunciarse y detenerse, acrecienta el problema de acceso directo al agua de muchos miles de familias campesinas, mermando sus posibilidades de vida pues estos proyectos se localizan en cabeceras o puntos estratégicos de los cauces. Pero surge un nuevo problema, el modelo intensivo de agricultura que se desarrollan para estos cultivos comerciales, así como los propios cultivos seleccionados para esas zonas, y el exigir a la tierra que esté en cosecha permanente (independientemente de lo que dicte el cielo y las lluvias) significa que todas esas nuevas zonas de cultivo ‘conquistadas’ a la población local van a poner en grave riesgo un sistema hídrico delicado que sólo con la sabiduría comunitaria se ha podido mantener. Es como dice GRAIN, un suicidio hídrico.

Semillas para producir intensivamente,
tierra para producir intensivamente,
agua para regar intensivamente
en manos de unos pocos fondos de inversión para acumular capital intensivamente,
es la peor de las pesadillas.

Pueblos indígenas, los mejores veterinarios | Rosa M. Tristán

En ocasiones, hay investigaciones que ponen en su sitio los conocimientos ancestrales, que en aras de la tecnología más puntera, hemos ido perdiendo por el camino. Es lo que ha pasado ahora con un trabajo sobre los masais de Kenia que concluye que, pese a vivir en una de la zonas más salvajes del planeta, son competentes veterinarios a la hora de detectar enfermedades en los animales, tanto salvajes como domésticos.

El estudio, liderado por investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y publicado en la revista ‘PLoS ONE’, se realizó con pastores masais en la reserva de Masai Mara, en colaboración con expertos del Kenia Wildlife Service. Según sus conclusiones, el 93% de los pastores identifica sin error las enfermedades que padece su ganado, que tienen que ver, en general, con parásitos como la sarna.

Los científicos hicieron un cuestionario oral a estos ganaderos africanos sobre la detección, precisamente, de la sarna, que afecta severamente a sus vacas y cabras, pero también a animales salvajes como los leones, las gacelas o los leopardos. Un 66% conocía perfectamente el parásito que la causa y un 69% era consciente de que es una enfermedad transmisible entre su ganado y la fauna.

Entre los años 2007 y 2011, este pueblo de origen nilótico informó de la presencia en Masai Mara de 59 animales salvajes enfermos, y ello propició que las autoridades los capturaran para curarlos y evitar que el número de afectados se extendiera. “Lo que hemos querido es reconocer su trabajo, poner de manifiesto que los pueblos indígenas, aquí y en otros lugares del mundo, deben ser un agente más en los programas para el control de enfermedades. Su ganado comparte el espacio con la fauna y son testigos directos de lo que pasa”, asegura el investigador Samer Alasaado, de la Estación Biológica de Doñana (CSIC).

Su colega, Ramón Soriguer, me aporta otro dato: en Masai Mara sólo hay un veterinario y más de 60.000 masais ¿cómo no contar con ellos? Sería imposible atender tan vasto territorio si no fuera por sus conocimientos.

Sin embargo, los masai son un pueblo con mala fama en sus propios países, y también entre muchas organizaciones conservacionistas. Les acusan de acabar con los leones para que su ganado no corra peligro o de ocupar demasiado territorio para su ganado, en detrimento de especies protegidas. Por ello, se les ha ido expulsando de sus tierras milenarias, sin acabar de implicarles en un desarrollo turístico del que sólo sacan dinero cuando están cerca de alguna pista y pueden acercarse a vender su artesanía.

Reivindicar su papel con argumentos científicos como los de este trabajo, con datos que demuestran su credibilidad a la hora de diagnosticar y tratar los animales, sirve para poner en su sitio a quienes anteponen los últimos avances científicos por encima de la sabiduría ancestral de este y otros pueblos, a menudo calificados de ‘salvajes’ y ‘atrasados’ por cualificados titulados universitarios.

Así es posible que quienes viajemos a África podamos seguir disfrutando de la insólita visión de un rebaño de cabras y gacelas Thomson, pastoreadas por un niño masai, en total armonía.

Imagen: pastores masais, en un mercado de ganado en Tanzania. | Rosa M. Tristán

La premio Nobel | Gustavo Duch

Me recordó a esas gacelas africanas -impalas creo que se llaman- que sobre sus patas traseras se levantan para mordisquear tallos y hojas verdes de lo alto de un arbusto: el tronco erecto, altivo; el cuello estirado y la barbilla enfrentada hacia delante, hacia el mundo. Las mejillas de Sofía Gática, ganadora del Premio Goldman 2012, habían desaparecido cavando en su rostro dos socavones.

 Relató sus doce años de lucha, de ella y otras madres en una barriada de Córdoba, Argentina, contra el gigante de los agrotóxicos, Monsanto, que enfermó a todo el barrio, y que enferma a media Sudamérica cuando las avionetas fumigan su veneno en los campos de soja que limitan con las casas, con las escuelas, con la iglesia y las canchas deportivas.
 
Con su sangre envenenada de glifosato, Sofía parió un hijo muerto; muchas de sus vecinas también. En las calles abundan niños con barbijos y mujeres con pañuelo en la cabeza para disimular malformaciones, leucemias o cánceres.

¿Cómo fue Sofía veinte años atrás?
 

Se desvanece el verano | Guadalupe Fernández de la Cuesta

De pronto se han consumido las fechas en el calendario con la misma indiferencia que damos al transcurso de las aguas por los cauces de los ríos o al viento que altera la quietud de la veleta. No sabemos en qué momento los helechos han humillado sus testas ocres y anuncian el otoño; cuándo el color morado de de las flores del tardío (los “espanta pastores”) tiñe de ausencias el paisaje; cómo se han ido enterrando tantos matices del verde intenso de los prados entre derrumbes y rastrojeras; en qué lugar y hora descubrimos nuestras sombras alargadas si hace nada, en ese mismo contexto ellas lamían nuestros pies… El sol enciende la madrugada con nuevas mordeduras en la línea del horizonte y arrastra hasta el ocaso el declive de su viaje. Caen las horas del reloj vencidas por el silencio de los anocheceres más tempranos: nuevos acordes del tiempo en el armónico deambular de la vida.

Los niños entretienen las últimas fechas del verano en los preparativos del cole: algunos finalizan remisos aquellas tareas escolares inacabadas y otros van consumiendo los juegos con ese tinte nostálgico de los finales de los cuentos. Los pueblos, en estas fechas, se van quedando vacíos de gentes y aguardan soledades y sueños de esperanza para las próximas vacaciones. Los mayores inician ahora toda suerte de buenas intenciones: no caer en excesos de comidas y bebidas, equilibrar el sueño, ordenar los asuntos pendientes y crear hábitos saludables.

El aprendizaje no se detiene con la edad. Al menos si uno se resiste a crear compartimentos estancos en nuestro cerebro donde nada fluye excepto nuestras propias convicciones. No es menos cierto que nuestra mente padece el envejecimiento de las neuronas y la memoria anda alicaída, pero aún con estos deterioros podemos levantar los anclajes de un comportamiento tozudo y mover la voluntad para la reflexión y la actitud positiva. Confieso que los niños han construido en buena medida, ya en la madurez, mi aprendizaje social y emocional. Ellos traducen el mundo afectivo que les rodea en sucesivos cambios de conducta según la solidez y estabilidad de la familia, del colegio, de los amigos…

Cuando su contexto familiar es de absoluto abandono no es difícil intuir que aquellos niños pequeños que en su etapa escolar comparten actitudes y hábitos con sus compañeros de clase, con un nivel de aprendizaje acorde con los contenidos del curso, puedan alcanzar las puertas de la delincuencia en las edades adolescentes Y abandonados están los niños “de la llave” que abren sus casas vacías sin una mano que los acaricie y ayude en sus tareas; los que duermen en “camas calientes” por el trabajo nocturno de su cuidador, sea el padre o la madre o algún pariente; los que por su aspecto sufren del racismo no explícito pero sí tolerado por la sociedad benévola; los que son excluidos de otros “coles” por razones de categoría social…

Cuando delante de mí caminan hacia hogares inexistentes los niños de la marginalidad pienso en las gentes que podrían adoptarlos y suplir sus carencias afectivas ¿Lo conseguirían, tal vez, una pareja no convencional? Sólo importa que los cuiden, los protejan y los quieran. Y mucho ¿Es que acaso esos niños han vivido la identidad de un padre y una madre? Nos debe preocupar, sobre todo las vidas de los menores que ya pisan la realidad. Creo que para cerrar cárceles hay que abrir los afectos. Pues eso.

Especies por descubrir ya están en jaulas | Rosa M. Tristán

Aún los científicos no sabían de su existencia. No tenía nombre, no se había investigado su comportamiento, nada se sabía de su población, pero el pequeño primate africano bautizado ya como lesura (Cercopithecus lomamiensis), llevaba mucho tiempo tras los barrotes de una jaula, en República Dominicada del Congo. Allí fue encontrado por una pareja de investigadores norteamericanos, John y Terese Hart, en una ciudad del norte del país.

El hallazgo fue hecho en 2007 y después de aquello, los Hart localizaron otros ejemplares en la poco explorada selva congoleña. Son, según publican en la revista científica PLoS ONE, unos monos muy sociables, que suelen caminar por el suelo de la densa floresta y que se muestran tímidos ante los extraños.

A estas alturas, descubrir un nuevo ser vivo, de estas dimensiones (miden entre 40 y 60 centímetros) es un acontecimiento para la ciencia. Lo penoso es que, como en anteriores descubrimientos, al mismo tiempo que se ha anunciado su existencia, los Hart, que trabajan en la Fundación Lukuru de Congo y en el Museo Peabody de Estados Unidos, han alertado de que están en riesgo de extinguirse. En este caso, no porque su ecosistema se esté degradando, sino porque los campesinos los cazan para comer.

Los Hart han pedido al Gobierno del país que en la región del río Lomami, donde habitan, se cree un parque nacional, aunque no parece probable. De hecho, mantener los que tienen les sería difícil sin ayuda exterior, y está es cada vez más escasa.

Así que el lesula es ya otro ‘agujero’ abierto en la crisis de la biodiversidad planetaria . Es un boquete tan reciente que ni siquiera ha podido incluirse aún en la ‘lista roja’ que 8.000 investigadores han retocado en el Congreso de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, en la República de Corea.

Los expertos han elaborado un tenebroso ránking con las 100 especies más amenazadas de la Tierra, entre las que hay algunas tan hermosas como el camaleón de Tarzán, el perezoso pigmeo o el rinoceronte de Sumatra. Pero también hay otras menos fotogénicas: pequeñas flores, hongos o unas mariposas grisáceas llamadas ‘Actinote zikani’, que quizás pronto dejen de existir después de millones de años.

El profesor Jonathan Baillie, director de conservación de la Sociedad Zoológica de Londres, denunciaba en este foro cómo los donantes e incluso los movimientos conservacionistas “se inclinan cada vez más a un enfoque sobre qué puede hacer la naturaleza por nosotros; y la especies y hábitats silvestres se valoran, también cada vez más, según los servicios que ofrecen a las personas, por lo que es más difícil proteger a las que están más amenazadas. ¿Acaso no tienen derecho a vivir? ¿Tenemos derecho a condenarlas a la extinción”, se preguntaba.

El paleontólogo Juan Luis Arsuaga, en la misma línea, me comentaba el otro día en una entrevista que la especie humana es “egoísta y mezquina” y que está envuelta en un “consumismo sin sentido”, que conlleva una destrucción brutal con un fin económico.

En Corea, la conclusión del foro de la UICN es que, al margen de que tengan o no rendimiento económico, todas las especies que nos acompañan a los humanos en la biosfera son únicas, insustituibles. Parece evidente que el lesula nunca despertará el interés que los turistas hoy tienen por ver lo gorilas de montaña, pero ese no puede ser el factor determinante que acabe condenándoles a la extinción.

En unos tiempos donde casi todo se ‘monetariza’ no está de más recordar que el mayor beneficio para nuestra especie será conservar lo que tenemos, lo sepamos o no, protegiendo su casa. Es deprimente que los nuevos seres vivos sean descubiertos en una jaula.

Buenos puestos de trabajo | Gustavo Duch

Mónica es antropóloga, y ha trabajado en los últimos años en sostenibilidad y ecología política para diferentes organizaciones internacionales. Su compañero Olivier, estudió ingeniería agraria y lleva en su mochila muchas experiencias en agricultura ecológica. Ambos han investigado y publicado sobre la especulación financiera con la alimentación, sobre agrocombustibles y otros temas geopolíticos de calado.

Dos ‘cracs’ que desde marzo de este año son arrendatarios de una finca agrícola, que les da derecho al uso de la vivienda y manejar un poco más de una hectárea de huerta. En estos meses que han pasado han hecho un duro trabajo y ya están cosechando decenas de kilos de diferentes variedades de tomates, calabazas, patatas, berenjenas, judías, pimientos y unos pocos melones. Cuando te muestran su campo orgullosos te dicen sin pestañear ─ ¡vamos a vivir de esta tierra!

Desde su finca se divisa no muy lejos un complejo enorme de polígonos encabezados por el letrero enorme de una gran superficie, se ven pasar aviones y se oyen cerca el retumbo de los trenes. Están en El Prat del Llobregat, dentro del Parc Agrari del Baix Llobregat, unos terrenos que sabemos han sido históricamente muy disputados. En el pasado por el potencial que significaba disponer de tierras agrícolas muy cerca de una capital con un número importante de población como la de Barcelona; posteriormente por los intereses del desarrollo industrial en Catalunya; después por avaricias especulativas con el boom de la construcción o de alguna infraestructura de servicios y comunicaciones; y durante los últimos largos meses de este año 2012, por el anhelo de un magnate estadounidense de los casinos (y por una parte de nuestra clase política) que la soñaban cubiertas de maquinas tragaperras.

Los argumentos contra tal complejo han sido muy difundidos y claramente han tenido que ver con el desenlace de este ‘primer acto’ que indica la no construcción de Eurovegas en Catalunya. Pero, ¿cuánto tardarán en llegar nuevas especulaciones sobre las mejores tierras agrícolas de Barcelona? Por ello es momento de retomar y analizar lo que el Parc Agrari puede aportar a mayores o en un futuro inmediato.

Y la iniciativa de esta pareja de jóvenes es una muestra a tener en cuenta. La agricultura, el sector que aunque primario de la economía parece olvidado -y así van las cosas-  sigue siendo una muy buena opción para generar puestos de trabajo. Estamos hablando de medios de vida o puestos de trabajo dignos, con futuro, con el disfrute de estar en contacto con la naturaleza; y sí, un trabajo duro (como casi todos) pero que con nuevas y viejas tecnologías aplicadas, ya no tanto. Cultivar y producir alimentos significa potenciar una economía productiva real y necesaria, quizás no muy lucrativa, pero estable y segura que repercute positivamente también sobre sus usuarios, es decir, todas y todos nosotros.
Contar con más personas dedicadas a la agricultura en nuestros territorios nos hará menos dependientes de terceros países (peligroso en muchos sentidos si pensamos en las crisis alimentarias por supuesta escasez de alimentos o por los vaivenes especulatorios que disparan los precios de los alimentos que se comercializan a esta escala global); mejora mucho el cuidado de los ecosistemas disminuyendo significativamente el riesgo de incendios que periódicamente nos asola; y, desde un punto de vista climático, se ayuda significativamente a reducir el calentamiento global del Planeta.
―Claro, me dirán, ―pero hoy es muy difícil vivir de la agricultura, seguro que Mónica y Olivier son unos idealistas. Y sí, lo son, por supuesto que sí, pero saben lo que hacen y lo hacen con responsabilidad y ética. Su hectárea, que es poco para la agricultura convencional del Parc Agrari, la están dedicando toda a la producción de alimentos ecológicos que venderán a población consumidora concienciada, a través de la venta directa o cooperativas de consumo. Sin pasar por Mercabarna o las grandes superficies que ahogan pagando con precios muy bajos, obtendrán lo justo por su tarea. La experiencia de otros y otras campesinas en diferentes puntos de todo el planeta demuestra que es posible.

A las administraciones les decimos, dejen de soñar con proyectos faraónicos y confíen en las economías locales y a pequeña escala, como la agricultura campesina.  Y tomen nota: con una inversión cien veces menor de las arcas públicas que la prevista en el caso del proyecto Eurovegas, dedicadas a mejorar algunas condiciones de riego e infraestructura del Parc Agrari y apoyando el acceso a la tierra de jóvenes, se podrían recuperar las parcelas hoy en desuso (precisamente por la marginación del sector primario y por la especulación sobre la tierra) que al estilo de Mónica y Olivier representaría proveer de más de quinientas unidades o fincas agrarias de las que podrían vivir más de quinientas familias, además de generar una cantidad importante de empleos indirectos. Para todo esto, solo necesitamos una pizca de voluntad política.

Del ‘aturem eurovegas’ pasemos al ‘más parcs agraris’, porque cultivar y producir alimentos significa cuidar la tierra, y es una apuesta por la vida misma.