El desierto avanza imparable, poniendo en peligro nuestro futuro y el de miles de especies animales y vegetales. Cada año el Sáhara, implacable reloj de arena y desolación, engulle 1,5 millones de hectáreas de suelo fértil en los países del Sahel. En parte es un proceso natural de desertización debido a ligeras inclinaciones del eje de la Tierra. Pero fundamentalmente es un claro proceso de desertificación, la degradación del suelo por efecto directo de la acción humana, el negativo impacto de nuestra ganadería y agricultura, unida a la deforestación de los bosques y la sobreexplotación de los acuíferos.
Como consecuencia de estas malas prácticas, más de 135 millones de personas se verán obligadas a abandonar sus casas y sus campos durante la próxima década debido a la erosión del suelo, abriendo la puerta a un desierto que en 2020 habrá desplazado a 60 millones de personas sólo en el África Subsahariana. Y provocado guerras, muchas guerras, como ha advertido el secretario general de la ONU, Ban Ki Monn.
Para evitarlo en Senegal se afronta un reto titánico. La plantación de la Gran Muralla Verde, un proyecto que busca frenar el avance del Sáhara con un cinturón vegetal de 7.000 kilómetros de longitud y 15 de ancho entre el Atlántico y el Índico, entre Dakar y la pequeña República de Yibuti. Quizá no lo logren nunca, quizá sea ya demasiado tarde, pero al menos quieren intentarlo.
No es éste un lejano problema a nosotros. Es un fenómeno global relacionado con la degradación de tierras productivas en zonas secas. Especialmente en España, el país de la Unión Europea con el mayor índice de desertificación. Su situación sureña y mediterránea parece justificarlo, pero no cuando se sabe que el país europeo menos afectado es Italia. ¿La razón? Allí la agricultura es mucho más sostenible, menos extensiva, pero sobre todo el árbol está presente en todas partes, y el árbol es el único ser que logra plantar cara al desierto. La protección del suelo fértil debería de ser una prioridad, pero en su lugar seguimos manteniendo las mismas malas prácticas responsables de la erosión, la contaminación de la tierra y el agua con agroquímicos, los incendios forestales y hasta su pérdida directa bajo el hormigón y el asfalto de la urbanización desmedida del campo.
Como Senegal, España necesita levantar una gran muralla verde que detenga el avance de un desierto empobrecedor. Y esa muralla se llama agricultura y ganadería sostenible, la tradicional, la de siempre. Desarrollada de forma extensiva, pues debe llegar a todos los rincones gracias a la recuperación de un mundo rural con las raíces bien extendidas en el paisaje; de la mano de esos hombres y mujeres del campo, custodios de una frágil biodiversidad, en quienes hemos depositado todas nuestras esperanzas de lograr un futuro mejor. No sólo nos dan de comer. Luchadores ecológicos, son los únicos capaces de hacer frente al desierto y pararle los pies.
23 jun 2010
9:30
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