Sonidos en peligro de extinción | César-Javier Palacios


El rebuzno nocturno de los burros, el cacareo de las gallinas escarbando en la calle, las patadas de las mulas en la cuadra, el cuerno del pastor convocando a las ovejas, las campanadas del Ángelus, el tentenublo para espantar la trmenta, la campanilla del viático, el toque a muerto, los gritos del vendedor ambulante, los del pregonero, las ruedas del carro sobre el empedrado, el rebaño entrando en la tenada, los gritos a los bueyes, el run-rún del trillo, el bieldo y el rastrillo en la era, el llenado de los sacos con las medias fanegas, el grito de un cerdo, los trallazos de los colchoneros vareando la lana, el chiflo del afilador, el machaqueo del herrero, el martilleo del cantero, la azuela tallando vigas, pisando uvas en el lagar, los cantares del obrero (¿ya nadie canta en el tajo?), el torneado de la madera, hilando en el telar, la molienda en el molino, batiendo la mantequilla, pelando pollos…
Estos días los estoy pasando en Villamuñío, un pueblecito de León, y me doy cuenta de los muchos sonidos que conocí de niño y que, como los linces o los quebrantahuesos, se han extinguido.
Ante tan irrecuperable ausencia se los he tratado de explicar a mis hijos y no he podido. ¿Cómo explicas un sonido? Sí es verdad, les cuentas lo que eran esas actividades desaparecidas, para qué servían, tratas de introducirles en la ensoñación de tus recuerdos, pero es inútil.
Paseas por las eras, ahora repletas de grano acumulado en altos montones, y al paso de las cosechadoras y los tractores con aire acondicionado intentas explicar a los niños cómo se cosechaba antes con la hoz o cómo se trillaba a lo largo de tediosas jornadas bajo un sol implacable, arreando desmayado a los bueyes y burros, buscando en el botijo el frescor imposible. A qué sonaba ese trabajo. A los niños de hoy en día eso les resulta tan complicado de entender como difícil les parece el misterio de la desaparición de los dinosaurios. De hecho, tras la explicación colocan mi infancia en los mismos tiempos que los del Tiranosaurio rex, y no les critico. Los sonidos perdidos resultan imposibles de imaginar.
Sólo volviéndolos a escuchar podríamos rememorar ese mundo rural desaparecido, pero los muertos son mudos. Tan sólo nos queda su recuerdo, que en un esfuerzo nostálgico podríamos recuperar entre todos una vez al año, en los veraneos en el pueblo, aunque sólo fuera para que no se pierdan, para que no los olvidemos.
¿Lo oyeron? Acaba de rebuznar un burro, el último del pueblo. Al menos para mis hijos este sonido rural les acompañará toda la vida, como a mí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosos recuerdos!!!

iliberisnigra dijo...

jajajaja que raros sois los que vais de capital muchas veces la esencia de lo de siempre esta mas cerca de lo que uno cree pero cuesta creerlo sino se ve un campo bucolico solo hay que saber apreciar las pequeñas cosas y fijarse en los detalles y saber donde encontrar.La ciudad esta llena de sorpresas...

Anónimo dijo...

Si cierto,pero esos sonidos y olores los seguimos conservando,yo recuerdo aquellas tardes de establos,con el vaso en la mano,dos cucharadas de gofio,el pantalon corto,la bragueta en un muslo y la cintura del pantalon de sujetador por el efecto "go up" de los tirantes,esperando a que ordeñaran las vacas para que te llenaran el vaso,hoy se recomienda pasteurizar la leche,pero no lo entiendo ¡¡si salia hasta caliente¡¡

Anónimo dijo...

Yo tambien me preocupo por el mundo o sino que fututo es el que queremos encontre bastante informacion como lo necesario para saber en www.tumusiicaa.es.tl Espero que lo vean y que se preocupen mas por lo de la "TIERRA"

Publicar un comentario