En la sierra respiramos aires festivos por cada poro de nuestra piel. Las casas habitadas abren sus postigos a las calles donde los niños entretienen sus vacaciones con juegos a la intemperie y los jóvenes apandillados lucen su frescura y sus ganas de comerse el mundo. Una imponente carga de energía vital cabalga por entre las nubes hasta remotos despachos alfombrados de sombras alargadas.
Los pinares y campos, mudos y sombríos en el invierno, comparten su aliento con los incansables andarines y ambos evocan sus nombres y apelativos. La simbiosis con la tierra que amamos nos brinda una tibia esperanza por el futuro de nuestros pueblos cargados de vida autóctona en estos benditos veranos de temperaturas amables y cielos de cuento.
Nuestras gentes no navegan por la corriente de la rutina oteando sus márgenes sin otro quehacer que voltear una mirada indolente y perezosa por los excepcionales parajes que nos rodean, sino que, incansables, promueven múltiples iniciativas ingeniosas y de gran calado para apuntalar una población que, al menos, no eche el cerrojo definitivo a la vida de los pueblos envejecidos. En los pinares se van tejiendo paulatinamente oscuros entramados de abandono. Es la crisis económica, pienso mientras observo el monte tapizado de pinos tronchados, varas abatidas y laderas despanzurradas, materializado todo ello por los temporales del invierno y alguna tormenta veraniega. Algún día remitirá… Escucho el lamento de mis pasos que deambulan por caminos imposibles.
No hace tanto tiempo que los rumores de la sierra traían aires próximos y familiares: Se hacía limpieza de montes; subasta de leña; entresaca de varas… Entendemos el pinar como una prolongación de nuestro hogar y así lo cuidamos: Nunca se propagó un incendio de colosales dimensiones porque al fuego se le arranca todo su poder destructivo apenas se vislumbra una espiral de humo en el horizonte. Sin conflictos, todos a una, labrando cortafuegos con las herramientas que da la firme voluntad de apagar las llamas y no entregar ni un pino más al fuego. Somos sus dueños y ellos nuestros fieles servidores.
Será la crisis. Claro. ¿Y como se gestiona esta bendita crisis? Andan demasiado lejos de las zonas rurales los despachos del gobierno autonómico, las preocupaciones de los políticos, los entresijos burocráticos y las competencias arbitrarias.
Hace un par de años –cito un ejemplo- se declaró “Parque Natural de las Lagunas Glaciares de Neila” a todo su término municipal con las fotos mediáticas oportunas. Entre otros objetivos se enumera como una opción prioritaria la creación de puestos de trabajo en la localidad. Desde la otra punta del mapa de la provincia de Burgos acude cada día un equipo de personas que hacen trabajos en el monte cuando en el pueblo hay vecinos apuntados al paro. ¿Cuestión de competencias? ¿De imagen? Creo que, cada vez más, las decisiones dependen en mayor grado de la Junta sin contar con los Ayuntamientos y vecinos.
Llevo tiempo dando vueltas a una maldita premonición que se sustenta en todo el potencial económico que puede generar el desarrollo y comercialización de la “Biomasa”. Los mandamases de la Administración están viendo un gran negocio en los pinares cuando remita la crisis. De este negocio los habitantes y empresas autóctonas no verán nada. Lo ideal para los cuatro amigos de turno serían los municipios despoblados y sin resistencia. ¡Qué pesadilla!
Se oye el bullicio de la chiquillería en la calle. Me voy.
28 ago 2012
10:25
21 ago 2012
9:08
1 ago 2012
9:23
Cuando se aterriza en el aeropuerto de Arusha, puerta de entrada a los grandes y emblemáticos parques nacionales de Tanzania, lo primero que de divisa, si las nubes lo permiten, es la impresionante cumbre del Kilimanjaro, un gigante de casi 6.000 metros al que los motores del norte han hecho perder su blanca capa de nieve.
Arusha, sin embargo, decepciona, como tantas otras ciudades africanas en las que el caos del tráfico, construcciones sin orden ni concierto y suciedad se confabulan para que los viajeros salgan corriendo en busca de ese otro mundo que les espera a pocos kilómetros, el lugar en el que nuestros ancestros dieron sus primeros pasos.
Nada me sorprende que Félix Rodríguez de la Fuente se quedara prendado de la exuberante naturaleza de este país africano, que tiene algunas de las reservas más fascinantes del continente. Nombres como Ngorongoro o Serengeti evocan por si solos un mundo de aventura que no logran romper las masas de turistas apiñadas en los 4x4,.
Dos veces he tenido la suerte de visitar este país. La primera, realizando un safari que, como este viaje de la Fundación, salió de Arusha. No conozco la reserva privada de Sinya. Mi primera parada fue en el Parque Nacional de Tarangire y mis primeros animales salvajes, una familia de elefantes que se estaban bañando, rebozados en barro, después de que la matriarca del grupo le buscara el camino más seguro. Aquellos gigantes forman parte de los centenares de paquidermos que el norteamericano Charles Foley lleva décadas investigando y gracias a ellos ha descubierto grandes paralelismos entre su comportamiento social y el de los seres humanos.
Allí, frente ellos, fue donde realmente inicié un viaje que ,por pistas polvorientas, baches y continuos cambios de temperatura, permite asomarse por una inmensa ventana al pasado, al momento en el que en la Tierra decenas, cientos, miles de especies, del escarabajo al león, se paseaban sin riesgo a un atropello, a un disparo, al confinamiento en una jaula, por más que sea de oro.
El primer vistazo desde la orilla al cráter del Ngorongoro no puede dejar indiferente. Ya antes de bajar por sus escarpadas paredes se intuye a sus habitantes. Cebras, hienas, leones, hipopótamos, rinocerontes, búfalos… y elefantes tan grandes que arrastran sus colmillos. Les llaman los ‘aradores‘, y con razón.
Sólo pensar en lo que espera más adelante incita a abandonar tamaña concentración de animales. Siguiendo ruta, es necesario, imprescindible, parar en el Museo de Olduvai (Oldupai, para los nativos) para que ese retorno histórico adquiera sentido. Si hay tiempo, cómo no acercarse al centro español de investigación que el Instituto de Evolución en África (IDEA) abrió el año pasado en la famosa Garganta, el lugar con más yacimientos con restos de humanos del planeta, Patrimonio Mundial de la Unesco.
Fue el proyecto que un grupo de investigadores españoles y tanzanos mantiene en Olduvai el objeto de mi segundo viaje. Bajo la dirección de Manuel Domínguez-Rodrigo, Enrique Baquedano y Audax Mbulla, y siguiendo los pasos de la familia Leakey, los españoles están encontrando fósiles fascinantes, de hace entre uno y dos millones de años, que nos ayudan a conocer cómo éramos cuando un buen día nos erguimos sobre dos piernas y comenzamos a caminar…. Cuando el cerebro aumentó… Cuando empezamos a fabricar utensilios de piedra.
Los masais que viven cerca de la estación científica IDEA tienen unas bomas (poblados) mucho más míseras que los que viven al borde del camino a Serengueti. Allí no llegan los turistas que compran sus llamativos collares, ni donaciones para escuelas o dispensarios. Al verles pastorear sus cabras entre gacelas, tal ágiles y delgados, es fácil imaginárselos cazando con la lanza al hombro, esquivando lelones. Sobreviviendo.
Pero de nuevo hay que seguir ruta… y dejando atrás a los paleontólogos, observados de cerca por una manada de jirafas, pronto se llega a la entrada al gran Parque Nacional de Serengeti, una reserva única que logró salvarse este año de un proyecto infame: el Gobierno tanzano pretendía cruzarlo por el norte con una autovía que iba a enlazar Arusha con Musoma, el recorrido que atraviesan las grandes migraciones anuales desde Masai Mara (Kenia).
Recuerdo aquí las palabras que escribí en mi primera noche junto al río Seronera, donde instalamos el campamento: “Me siento como John Speke camino del Lago Victoria. Pero él atravesó esta inmensa sabana en burro, y yo en camión. Atrae y aterra al mismo tiempo pensar que estoy rodeada de hienas, que escucho desde la cama el rugido del león, que pudiera haber una estampida de búfalos que se lleve la tienda por delante. Y, sin embargo, ahora mismo no cambiaría este momento por nada. Algo así imagino que sentiría el explorador británico”.
Aún tengo grabada la imagen del explosivo amanecer del día siguiente, un incendio en el cielo en el que se recortaba una leona despertando a lametazos a sus cachorros. En el camino, cientos de ñus que se dirigían a beber al río,mientras el guepardo se desperezaba bajo una acacia.
Por delante, horas de búsqueda al lento ritmo de la vida salvaje, escrutando el horizonte, recreándonos de la belleza o impactándonos con la brutalidad de una escena de caza… En definitiva, aprendiendo a no olvidar que allí están nuestro orígenes.
25 jul 2012
9:34
19 jul 2012
10:10
Fue hace un millón y medio de años, en los albores del origen de la especie humana, cuando el fuego tomó protagonismo en nuestra historia. Entonces, en el Pleistoceno, la capacidad de controlar las llamas por parte de aquel primate bípedo que era el ‘Homo erectus’ fue un paso evolutivo clave para que llegáramos a ser lo que somos.
Como recuerda a menudo el paleontólogo catalán Eudald Carbonell, el fuego ayudó a que creciera el cerebro, aprovechando mejor las proteínas de la carne; además, iluminó la noche, nos socializó y facilitó la transmisión de experiencias a las nuevas generaciones en torno a la hoguera.
Sin embargo, ese mismo fuego, que fue instrumento aliado de nuestros antepasados, lo hemos convertido hoy en el enemigo. Millones de hectáreas de bosques resultan arrasadas en este pequeño planeta cada temporada. Sólo en España, según un informe de Greenpeace, en la última década han desaparecido 127.000 hectáreas cada año, una cifra que este 2012 vamos a superar con creces a tenor de los últimos desastres.
Es cierto que hoy somos muchos los humanos, y que habitamos en lugares de alto riesgo, pero también lo es que estamos perdiendo el control de un instrumento que se ceba en los escasos reductos de alto valor ecológico que nos quedan.
El primer gran desastre del año fue las Fragas do Eume, en Galicia, un bosque atlántico protegido (es Parque Natural) del que ardieron 2.000 hectáreas en abril. Luego vino el incendio de la serranía de Valencia, con 50.000 hectáreas desaparecidas y, estos últimos días, la tragedia ha llegado al Parque Nacional del Teide (Tenerife) y a La Palma.
Un 70% de estos fuegos son provocados por nuestra especie, en muchos casos por negligencia (se estima que la mitad tienen su origen en quema de rastrojos o restos de podas), y en muchos otros porque se quiere sacar un beneficio que poco tiene que ver con el aumento del cerebro o la necesidad de espantar a las fieras en la noche. Curiosamente, rara vez se encuentra a los culpables.
Pero, aunque propiciados por quienes encienden la mecha, hay más culpables detrás de esa fachada. Ecologistas en Acción hace meses que venía advirtiendo del peligro de la funesta combinación de la sequía con los recortes en la prevención y la gestión de los bosques. No era alarmismo. Yo misma, que paseé la pasada primavera por unos cuantos montes de este reseco país, pude comprobar la ingente cantidad de ‘leña’ sin recoger que había en los caminos, entre la floresta. Se presentía un verano incendiario.
‘Cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema’, rezaba el eslogan de una antigua campaña publicitaria que intentó transmitir que las llamas no sólo amenazan propiedades, infraestructuras y vidas, sino la misma naturaleza. Los fuegos regeneradores, que en la sabana africana sirven para que el rebrote sea más fuerte y el ecosistema se mantenga, no son más que tragedias cuando acaban con ingentes masas forestales que nunca vuelven a ser lo que eran.
Así, si el control del fuego fue un aliado clave para llegar a ser ‘sapiens’, este ‘descontrol’ premeditado es la antítesis de la misma esencia humana. Una clara prueba de ‘involución’ de la especie. ¿Hacia dónde?
Imagen: Greenpeace
13 jul 2012
10:10
Recientemente hemos sabido que el CSIC —con la de cosas que podría hacer— ha dedicado esfuerzos y presupuesto a saber por qué el tomate industrial, el que habitualmente compramos en los supermercados, no sabe a tomate.
Resulta que en los experimentos de la industria alimentaria, movidas por el empeño de conseguir variedades de hortalizas uniformes y bonitas, un gen que no controlaban se alteró y ¡anda! nos quedamos sin sabor a tomate. Pero lo peor no es tal derroche, ni el reduccionismo de algo tan maravillosamente complejo, sino que andan entusiasmados con el descubrimiento, pues “con el gen identificado en unos pocos años lo tendremos resuelto”.
Ese tipo de variedades insípidas y con menos valor nutricional es parte de la destrucción de las agriculturas locales que siempre llevaron buenos alimentos a la mesa, a la vez que generaban medios de vida a muchas personas y aseguraba el mantenimiento de los paisajes rurales.
Por eso, por el futuro de lo rural y para que los tomates sepan a tomates, hemos de olvidarnos de falsas moderneces y valorar las infinitas variedades campesinas de tomates deformes y multicolores, con sabor a tomate y con garantías de por vida.
10 jul 2012
8:54
Cuando los pescadores Imraguen, de Mauritania, golpeaban unos palos desde la costa atlántica del Parque Nacional de Arguin, entre Nouakchott y Nuadibú, los delfines acudían a su llamada y con ellos arrastraban a otros peces que caían en las redes de quienes esperaban con el agua hasta las rodillas.
Nadie sabe el origen de esta simbiosis ancestral entre los humanos y los inteligentes cetáceos, pero hoy ese comportamiento, que se remontaba cientos de años, quizás miles, prácticamente ha desaparecido. Hace seis años, cuando visité la zona, ya era una tradición esporádica, y los Imraguen o habían emigrado o ejercían de guías para turistas o se morían de hambre.
Mar adentro, en otra simbiosis que se remonta a los primeros navegantes, los pescadores en todo el planeta se han visto acompañados por los hermosos cetáceos en sus singladuras, siempre prestos a ayudar cuando era preciso.
Pero hemos abierto una brecha: la sobrepesca ha acabado con los peces que les animaban a llegar a las playas mauritanas y los inteligentes delfines son cada vez más escasos y ya no acuden a la llamada de los imraguen. Son capturados a cientos en la indiscriminada pesca del atún, heridos por golpes contra las embarcaciones que pueblan los mares, alterados por la contaminación, convertidos en sopa… Hoy, la única simbiosis que continúa expandiéndose sin freno es la que mantienen con el ser humano en zoológicos y parques acuáticos.
Desde el 4 de julio, una campaña en la que participan varias ONG de protección animal y muchos famosos, denuncia bajo el lema ‘SOS Delfines” que en algunas instalaciones en las que participan en espectáculos les atiborran de Valium o esteroides para que no estén agresivos, y que vivir en un tanque de agua durante años les genera graves depresiones, que su cautiverio les atrofia su vida sexual y el cerebro.
Los promotores de esta iniciativa, SOS Delfines.org, han logrado la complicidad de Bigas Luna, Fernando Tejero o Macaco para dar la cara por los cetáceos. Recuerdan que al menos 90 delfines y cinco orcas son explotadas en shows musicales por toda España y más de un millar en el mundo. ¿Y qué pensar del creciente interés en nadar entre delfines en una piscina, agarrarles la aletas o subírseles encima? Algunos lo llaman ‘delfinoterapia’, pero es una relación desigual, impuesta, que poco tiene que ver con la de los pescadores mauritanos, con la de los pescadores.
En una ocasión, el cuidador de un zoo, en España, me ofreció alimentar un delfín en su tanque, mientras afuera comenzaba a atronar la música. Me recordó al ‘Flipper’ de mi infancia y parecía reír, pero su mirada era triste, su risa una mueca. A la cabeza me vino aquélla otra, anterior y mucho más feliz, de una manada de delfines saltando a 100 metros de la costa africana, desde donde ya no les llamaba ningún Imraguen.
Con un verano por delante, que puede estar lleno de actividades para interactuar con otros seres vivos, no está de más recordar que para los griegos estos mamíferos de de privilegiadas neuronas eran hombres castigados con esa metamorfosis por el dios Dionisio, al que quisieron vender como esclavo. Volveremos a ser castigados con pérdida definitiva si seguimos empeñados en divertirnos a su costa de su agonía mientras destrozamos la casa de la que fueron desahuciados.
Puedes firmar aquí la campaña Delfines.org
Cerrado por caos | Gustavo Duch
Las noticias ya no daban cifras del paro, daban cifras de mortalidad infantil; no se hablaba de recortes en sanidad, se huía de las epidemias y se traficaban medicamentos y vacunas; no se protestaba contra los barracones que hacían de escuelas pues mucha gente malvivían en barrancos o vertederos bajo lonas de plástico.
Será terrible, la crisis de la deuda financiera acabará con el Euro como moneda única, y con el dólar y el yen como monedas arrogantes. Volveremos a las monedas nacionales que una a una también irán pereciendo, así que no quedará más que recuperar las monedas locales sin ningún valor en bolsa, los bancos de tiempo o cualquier otra forma de trueque humanizado. Sin dinero, será terrible, y los ricos no serán ricos y los pobres no serán pobres.
Cundirá el pánico, se acabará el petróleo y sus derivados que mueven el mundo, y que por todo el mundo mueven toneladas de mercancías. Se acabarán los viajes low cost, los alimentos exóticos y lamentablemente volveremos al ritmo perezoso de los animales tirando de carros, las bicicletas a pedales o la vela al viento. Sin gasolina, qué miedo, se correrá menos y se respirará mejor.
Quebrarán muchas empresas transnacionales que han apostado fuerte a la globalización. Sin pescanovas, campofrios o monsantos nada habrá en las neveras de mercadonas o walmarts. Cerrado por caos, pondrá en los letreros. Y ¿qué comeremos sin la industria alimentaria? Suficientes, variados, frescos y sanos alimentos que las redes y cooperativas sin lucro proveerán de pequeñas campesinas y campesinos.
El sistema se derrumbará completamente arrastrando con él la sanidad y la educación pública y nos indignaremos con motivo. La vida en las ciudades será complicada. Fábricas desahuciadas, centros comerciales abandonados y los índices del paro subirán y subirán. Sin nada que hacer, se empequeñecerán las ciudades al marchar parte de sus gentes a los pueblos de antes. Con menos urbanidad y más ruralidad se harán economías productivas sencillas y sostenibles, se prestarán servicios comunitarios con las mejores vocaciones ejerciendo, y la comunidad dará respuestas, calor y alegrías.
Nos esperan muchos más sobresaltos. Los asilos no aceptarán almacenar vejez como restos de serie, y se convertirán en universidades de la recuperación del saber. En el espejo nos veremos cambiados porque nos reconoceremos mejor. Y en las calles o comedores populares encontraremos amistades, como el que no quiere la cosa, sin darnos ni cuenta.
El fin de un capitalismo insoportable nos da miedo porque no sabemos (aún) que sin él inventaremos comunitarismos que nos harán vivir mejor.
Será terrible, la crisis de la deuda financiera acabará con el Euro como moneda única, y con el dólar y el yen como monedas arrogantes. Volveremos a las monedas nacionales que una a una también irán pereciendo, así que no quedará más que recuperar las monedas locales sin ningún valor en bolsa, los bancos de tiempo o cualquier otra forma de trueque humanizado. Sin dinero, será terrible, y los ricos no serán ricos y los pobres no serán pobres.
Cundirá el pánico, se acabará el petróleo y sus derivados que mueven el mundo, y que por todo el mundo mueven toneladas de mercancías. Se acabarán los viajes low cost, los alimentos exóticos y lamentablemente volveremos al ritmo perezoso de los animales tirando de carros, las bicicletas a pedales o la vela al viento. Sin gasolina, qué miedo, se correrá menos y se respirará mejor.
Quebrarán muchas empresas transnacionales que han apostado fuerte a la globalización. Sin pescanovas, campofrios o monsantos nada habrá en las neveras de mercadonas o walmarts. Cerrado por caos, pondrá en los letreros. Y ¿qué comeremos sin la industria alimentaria? Suficientes, variados, frescos y sanos alimentos que las redes y cooperativas sin lucro proveerán de pequeñas campesinas y campesinos.
El sistema se derrumbará completamente arrastrando con él la sanidad y la educación pública y nos indignaremos con motivo. La vida en las ciudades será complicada. Fábricas desahuciadas, centros comerciales abandonados y los índices del paro subirán y subirán. Sin nada que hacer, se empequeñecerán las ciudades al marchar parte de sus gentes a los pueblos de antes. Con menos urbanidad y más ruralidad se harán economías productivas sencillas y sostenibles, se prestarán servicios comunitarios con las mejores vocaciones ejerciendo, y la comunidad dará respuestas, calor y alegrías.
Nos esperan muchos más sobresaltos. Los asilos no aceptarán almacenar vejez como restos de serie, y se convertirán en universidades de la recuperación del saber. En el espejo nos veremos cambiados porque nos reconoceremos mejor. Y en las calles o comedores populares encontraremos amistades, como el que no quiere la cosa, sin darnos ni cuenta.
El fin de un capitalismo insoportable nos da miedo porque no sabemos (aún) que sin él inventaremos comunitarismos que nos harán vivir mejor.
Tanzania, tras las huellas del pasado | Rosa M. Tristán

Arusha, sin embargo, decepciona, como tantas otras ciudades africanas en las que el caos del tráfico, construcciones sin orden ni concierto y suciedad se confabulan para que los viajeros salgan corriendo en busca de ese otro mundo que les espera a pocos kilómetros, el lugar en el que nuestros ancestros dieron sus primeros pasos.
Nada me sorprende que Félix Rodríguez de la Fuente se quedara prendado de la exuberante naturaleza de este país africano, que tiene algunas de las reservas más fascinantes del continente. Nombres como Ngorongoro o Serengeti evocan por si solos un mundo de aventura que no logran romper las masas de turistas apiñadas en los 4x4,.
Dos veces he tenido la suerte de visitar este país. La primera, realizando un safari que, como este viaje de la Fundación, salió de Arusha. No conozco la reserva privada de Sinya. Mi primera parada fue en el Parque Nacional de Tarangire y mis primeros animales salvajes, una familia de elefantes que se estaban bañando, rebozados en barro, después de que la matriarca del grupo le buscara el camino más seguro. Aquellos gigantes forman parte de los centenares de paquidermos que el norteamericano Charles Foley lleva décadas investigando y gracias a ellos ha descubierto grandes paralelismos entre su comportamiento social y el de los seres humanos.
Allí, frente ellos, fue donde realmente inicié un viaje que ,por pistas polvorientas, baches y continuos cambios de temperatura, permite asomarse por una inmensa ventana al pasado, al momento en el que en la Tierra decenas, cientos, miles de especies, del escarabajo al león, se paseaban sin riesgo a un atropello, a un disparo, al confinamiento en una jaula, por más que sea de oro.
El primer vistazo desde la orilla al cráter del Ngorongoro no puede dejar indiferente. Ya antes de bajar por sus escarpadas paredes se intuye a sus habitantes. Cebras, hienas, leones, hipopótamos, rinocerontes, búfalos… y elefantes tan grandes que arrastran sus colmillos. Les llaman los ‘aradores‘, y con razón.

Fue el proyecto que un grupo de investigadores españoles y tanzanos mantiene en Olduvai el objeto de mi segundo viaje. Bajo la dirección de Manuel Domínguez-Rodrigo, Enrique Baquedano y Audax Mbulla, y siguiendo los pasos de la familia Leakey, los españoles están encontrando fósiles fascinantes, de hace entre uno y dos millones de años, que nos ayudan a conocer cómo éramos cuando un buen día nos erguimos sobre dos piernas y comenzamos a caminar…. Cuando el cerebro aumentó… Cuando empezamos a fabricar utensilios de piedra.
Pero de nuevo hay que seguir ruta… y dejando atrás a los paleontólogos, observados de cerca por una manada de jirafas, pronto se llega a la entrada al gran Parque Nacional de Serengeti, una reserva única que logró salvarse este año de un proyecto infame: el Gobierno tanzano pretendía cruzarlo por el norte con una autovía que iba a enlazar Arusha con Musoma, el recorrido que atraviesan las grandes migraciones anuales desde Masai Mara (Kenia).
Recuerdo aquí las palabras que escribí en mi primera noche junto al río Seronera, donde instalamos el campamento: “Me siento como John Speke camino del Lago Victoria. Pero él atravesó esta inmensa sabana en burro, y yo en camión. Atrae y aterra al mismo tiempo pensar que estoy rodeada de hienas, que escucho desde la cama el rugido del león, que pudiera haber una estampida de búfalos que se lleve la tienda por delante. Y, sin embargo, ahora mismo no cambiaría este momento por nada. Algo así imagino que sentiría el explorador británico”.
Aún tengo grabada la imagen del explosivo amanecer del día siguiente, un incendio en el cielo en el que se recortaba una leona despertando a lametazos a sus cachorros. En el camino, cientos de ñus que se dirigían a beber al río,mientras el guepardo se desperezaba bajo una acacia.
Por delante, horas de búsqueda al lento ritmo de la vida salvaje, escrutando el horizonte, recreándonos de la belleza o impactándonos con la brutalidad de una escena de caza… En definitiva, aprendiendo a no olvidar que allí están nuestro orígenes.
Imágenes de Rosa M. Tristán:
1. Un niño masai con un bifaz de hace más de un millón de años en la mano. 2. La autora de este post excavando en Olduvai
1. Un niño masai con un bifaz de hace más de un millón de años en la mano. 2. La autora de este post excavando en Olduvai
El porqué de la vida | Gustavo Duch
La alfalfa recibe los amarillos rayos del sol y las gotas azules de la lluvia, y crece verde para alimentar animales y personas. La manzana verde engorda alimentada por centelleos amarillos y el riego azul del campesino. Las verdes selvas se confeccionan también con dosis del astro amarillo y de chaparrones azules. Y nos regalan chorros de oxígeno.
El capitalismo para encubrir sus maldades se disfraza de economía verde.
Y hay opiniones que opinan que es verdad, que es posible verdear la depredación y la avaricia; y opiniones que opinan que es imposible, como Eduardo Lloret que me explica: “hasta los niños lo saben, el verde se obtiene sumando azul y amarillo”
El capitalismo para encubrir sus maldades se disfraza de economía verde.
Y hay opiniones que opinan que es verdad, que es posible verdear la depredación y la avaricia; y opiniones que opinan que es imposible, como Eduardo Lloret que me explica: “hasta los niños lo saben, el verde se obtiene sumando azul y amarillo”
El 'descontrol' del fuego de los 'Sapiens' | Rosa M. Tristán

Como recuerda a menudo el paleontólogo catalán Eudald Carbonell, el fuego ayudó a que creciera el cerebro, aprovechando mejor las proteínas de la carne; además, iluminó la noche, nos socializó y facilitó la transmisión de experiencias a las nuevas generaciones en torno a la hoguera.
Sin embargo, ese mismo fuego, que fue instrumento aliado de nuestros antepasados, lo hemos convertido hoy en el enemigo. Millones de hectáreas de bosques resultan arrasadas en este pequeño planeta cada temporada. Sólo en España, según un informe de Greenpeace, en la última década han desaparecido 127.000 hectáreas cada año, una cifra que este 2012 vamos a superar con creces a tenor de los últimos desastres.
Es cierto que hoy somos muchos los humanos, y que habitamos en lugares de alto riesgo, pero también lo es que estamos perdiendo el control de un instrumento que se ceba en los escasos reductos de alto valor ecológico que nos quedan.
El primer gran desastre del año fue las Fragas do Eume, en Galicia, un bosque atlántico protegido (es Parque Natural) del que ardieron 2.000 hectáreas en abril. Luego vino el incendio de la serranía de Valencia, con 50.000 hectáreas desaparecidas y, estos últimos días, la tragedia ha llegado al Parque Nacional del Teide (Tenerife) y a La Palma.
Un 70% de estos fuegos son provocados por nuestra especie, en muchos casos por negligencia (se estima que la mitad tienen su origen en quema de rastrojos o restos de podas), y en muchos otros porque se quiere sacar un beneficio que poco tiene que ver con el aumento del cerebro o la necesidad de espantar a las fieras en la noche. Curiosamente, rara vez se encuentra a los culpables.
Pero, aunque propiciados por quienes encienden la mecha, hay más culpables detrás de esa fachada. Ecologistas en Acción hace meses que venía advirtiendo del peligro de la funesta combinación de la sequía con los recortes en la prevención y la gestión de los bosques. No era alarmismo. Yo misma, que paseé la pasada primavera por unos cuantos montes de este reseco país, pude comprobar la ingente cantidad de ‘leña’ sin recoger que había en los caminos, entre la floresta. Se presentía un verano incendiario.
‘Cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema’, rezaba el eslogan de una antigua campaña publicitaria que intentó transmitir que las llamas no sólo amenazan propiedades, infraestructuras y vidas, sino la misma naturaleza. Los fuegos regeneradores, que en la sabana africana sirven para que el rebrote sea más fuerte y el ecosistema se mantenga, no son más que tragedias cuando acaban con ingentes masas forestales que nunca vuelven a ser lo que eran.
Así, si el control del fuego fue un aliado clave para llegar a ser ‘sapiens’, este ‘descontrol’ premeditado es la antítesis de la misma esencia humana. Una clara prueba de ‘involución’ de la especie. ¿Hacia dónde?
Imagen: Greenpeace
El sabor de los tomates | Gustavo Duch

Resulta que en los experimentos de la industria alimentaria, movidas por el empeño de conseguir variedades de hortalizas uniformes y bonitas, un gen que no controlaban se alteró y ¡anda! nos quedamos sin sabor a tomate. Pero lo peor no es tal derroche, ni el reduccionismo de algo tan maravillosamente complejo, sino que andan entusiasmados con el descubrimiento, pues “con el gen identificado en unos pocos años lo tendremos resuelto”.
Ese tipo de variedades insípidas y con menos valor nutricional es parte de la destrucción de las agriculturas locales que siempre llevaron buenos alimentos a la mesa, a la vez que generaban medios de vida a muchas personas y aseguraba el mantenimiento de los paisajes rurales.
Por eso, por el futuro de lo rural y para que los tomates sepan a tomates, hemos de olvidarnos de falsas moderneces y valorar las infinitas variedades campesinas de tomates deformes y multicolores, con sabor a tomate y con garantías de por vida.
La macabra simbiosis con los delfines | Rosa M. Tristán

Nadie sabe el origen de esta simbiosis ancestral entre los humanos y los inteligentes cetáceos, pero hoy ese comportamiento, que se remontaba cientos de años, quizás miles, prácticamente ha desaparecido. Hace seis años, cuando visité la zona, ya era una tradición esporádica, y los Imraguen o habían emigrado o ejercían de guías para turistas o se morían de hambre.
Mar adentro, en otra simbiosis que se remonta a los primeros navegantes, los pescadores en todo el planeta se han visto acompañados por los hermosos cetáceos en sus singladuras, siempre prestos a ayudar cuando era preciso.
Pero hemos abierto una brecha: la sobrepesca ha acabado con los peces que les animaban a llegar a las playas mauritanas y los inteligentes delfines son cada vez más escasos y ya no acuden a la llamada de los imraguen. Son capturados a cientos en la indiscriminada pesca del atún, heridos por golpes contra las embarcaciones que pueblan los mares, alterados por la contaminación, convertidos en sopa… Hoy, la única simbiosis que continúa expandiéndose sin freno es la que mantienen con el ser humano en zoológicos y parques acuáticos.
Desde el 4 de julio, una campaña en la que participan varias ONG de protección animal y muchos famosos, denuncia bajo el lema ‘SOS Delfines” que en algunas instalaciones en las que participan en espectáculos les atiborran de Valium o esteroides para que no estén agresivos, y que vivir en un tanque de agua durante años les genera graves depresiones, que su cautiverio les atrofia su vida sexual y el cerebro.
Los promotores de esta iniciativa, SOS Delfines.org, han logrado la complicidad de Bigas Luna, Fernando Tejero o Macaco para dar la cara por los cetáceos. Recuerdan que al menos 90 delfines y cinco orcas son explotadas en shows musicales por toda España y más de un millar en el mundo. ¿Y qué pensar del creciente interés en nadar entre delfines en una piscina, agarrarles la aletas o subírseles encima? Algunos lo llaman ‘delfinoterapia’, pero es una relación desigual, impuesta, que poco tiene que ver con la de los pescadores mauritanos, con la de los pescadores.
En una ocasión, el cuidador de un zoo, en España, me ofreció alimentar un delfín en su tanque, mientras afuera comenzaba a atronar la música. Me recordó al ‘Flipper’ de mi infancia y parecía reír, pero su mirada era triste, su risa una mueca. A la cabeza me vino aquélla otra, anterior y mucho más feliz, de una manada de delfines saltando a 100 metros de la costa africana, desde donde ya no les llamaba ningún Imraguen.
Con un verano por delante, que puede estar lleno de actividades para interactuar con otros seres vivos, no está de más recordar que para los griegos estos mamíferos de de privilegiadas neuronas eran hombres castigados con esa metamorfosis por el dios Dionisio, al que quisieron vender como esclavo. Volveremos a ser castigados con pérdida definitiva si seguimos empeñados en divertirnos a su costa de su agonía mientras destrozamos la casa de la que fueron desahuciados.
Puedes firmar aquí la campaña Delfines.org
Suscribirse a:
Entradas (Atom)