Contaminación, incendios, despoblación, erosión, sequía, cambio climático, urbanismo salvaje, sobreexplotación, especies invasoras, crisis. Con la que está cayendo, la biodiversidad se enfrenta a la extinción masiva más rápida en la historia de la Tierra, una destrucción general y acelerada de especies que amenaza con superar las cinco mayores extinciones del pasado geológico.
La culpa, ya lo saben, la tenemos nosotros, la supuesta especie elegida. El impacto humano en el planeta es análogo al impacto de la colisión de un gran cometa del Cretáceo, suceso que provocó hace sesenta y cinco millones de años la extinción de todos los dinosaurios.
Solo el 10% de las especies del mundo sobrevivieron a la tercera extinción masiva, la producida al final del Período Pérmico, hace 245 millones de años. ¿Cuántas desaparecerán ahora? Millones, pues el ritmo es ahora frenético.
Por suerte somos conscientes de ello. No será la solución al problema, es verdad, pero como explican los médicos, cuando el enfermo asume su enfermedad está dando el primer paso hacia su curación.
Hay un problema añadido. El mundo natural es muy grande ¿Por dónde empezamos a proteger? Inconscientemente, nuestra mente necesita retos concretos para ponerse en marcha, pues nos resulta imposible trabajar en la defensa de grandes ideas generalistas cercanas a la entelequia.
Hasta hace poco la protección de la naturaleza se centró en la defensa del hábitat, en la protección de espacios naturales convertidos en garantes de la biodiversidad. Desgraciadamente, hemos comprobado que esta política no es suficiente. La creación de espacios naturales aislados rodeados de hábitats degradados no garantiza la preservación de las especies. Sin contacto entre ellos, esos islotes van degradándose
poco a poco.
Aunque sea más bien un recurso psicológico, las nuevas políticas ambientales apuestan por la protección de las especies paraguas o bandera. Aquellas a las que protegiendo activamente, permiten la protección de forma indirecta de muchas otras especies que componen la comunidad de su hábitat. Y es así cómo protegiendo el oso o el lince se protege el bosque e incluso al hombre y la cultura agroganadera y forestal
surgida a su sombra.
Algunos científicos defienden que el “efecto paraguas” supone una vía sencilla para gestionar comunidades ecológicas complejas. Otros lo rechazan por simplificar excesivamente los problemas y, sobre todo, por la rápida manipulación con la que es utilizado por los políticos, tan amigos de los éxitos rápidos a golpe de nota de prensa. Pero no por ello debemos excluirlo. Es más. Deberíamos fomentar su existencia enarbolando miles de esas banderas de biodiversidad. Aunque hay un problema. Hace falta mucha educación ambiental. O seguiremos pensando equivocadamente que el león es el rey de la selva, mientras la sabana africana se queda
sin leones y sin gacelas.
9 sept 2010
10:52
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2 comentarios:
YO fomento una bandera. que los van al ROCIO esa masa ingente de personas, carros coches. Les prohiban pasar cerca del COTO DOÑA ANA. SI FÉLIX VIERA ESO SEGURO QUE LUCHARIA. Ayer vi el capítulo, vi todas la aves tan bonitas y pienso que haran esas aves cuando escuchen ese estruendo. Pero bueno con la iglesia hemos topado
Una aclaración: una especie bandera no siempre es una especie paraguas.
Una especie paraguas es aquella de debido a la gran extensión de su hábitat resulta idónea para proteger ya que protegiéndola a ella se protege a un gran numero de otras especies y relaciones.
Una especie bandera o emblemática es aquella que posee un carácter simbólico para una población. No tiene porque tener grandes requerimientos de hábitat.
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