La ganadería está en crisis. El número de ganaderos en activo no deja de descender año tras año. Profesión con graves problemas de relevo generacional, donde son mayoría los trabajadores con más de 50 años, quien se jubila no puede ceder el testigo a un joven pues son muy pocos los que quieren seguir apostando por una profesión tan incierta, dura y sacrificada.
No es un problema de falta de modernización de las explotaciones; precisamente, los que más han invertido en sus granjas son ahora quienes más problemas económicos sufren. Porque además de todo lo anterior, el precio de la leche y la carne no deja de descender, mientras el del pienso y los forrajes continúa con su disparatado ascenso estrangulando el futuro de miles de hombres y mujeres del campo.
Primero fue la industria siderúrgica, después la naval, más tarde la minería, luego la pesca y ahora todo apunta a la aplicación de una dura reconversión oculta en el sector agroganadero. El campo se está muriendo y con él no sólo desaparece nuestra independencia alimentaria, sino también una cultura milenaria, la nuestra, y un paisaje heredado tras miles de años de equilibrios y desequilibrios con la naturaleza.
Por todo ello resulta sorprendente saber que, hoy por hoy, el futuro no está en lograr una mayor modernización del sector, sino todo lo contrario, en volver a los modelos tradicionales de explotación. Por ejemplo, a la trashumancia.
El manejo de grandes rebaños entre los pastos invernales del sur y los estivales del norte permite el aprovechamiento sostenible de amplias extensiones del territorio condenadas al abandono.
Fija a la población en los pueblos, al rentabilizar la actividad, ayudando al mantenimiento de paisajes únicos como los pastizales de alta montaña o las dehesas. Puede además reforzar la oferta de turismo rural y ofrece unos productos de calidad y alta rentabilidad. Pero aún hay más. Al basarse en el consumo de pastos naturales, se evita la importación de cereales y piensos, que de esta forma podrán ser utilizados en otras regiones del planeta más necesitadas de ellos. Y mejoramos la biodiversidad, pues cada mil ovejas o cien vacas aportan diariamente al terreno por el que transitan más de tres toneladas de nutritivo estiércol con unos cinco millones de semillas en su interior, además de alimentar involuntariamente a una inmensa cohorte de fauna amenazada, desde grandes buitres hasta delicadas mariposas.
Contamos para ello con una infraestructura ganadera única en el mundo: la red nacional de vías pecuarias. Más de 125.000 kilómetros de caminos, cordeles y cañadas específicamente desarrollados ya desde los tiempos de la Mesta, hace ahora ocho siglos, pero seguramente desde mucho tiempo antes, desde que el hombre neolítico aprendió a manejar las grandes manadas de rumiantes salvajes, en permanente movimiento trashumante por toda la Península Ibérica.
Cómo no se nos había ocurrido antes. La solución a tantos problemas la tenían nuestros abuelos. Tan sólo consiste en hacer lo que siempre hemos hecho, una actividad sabiamente testeada durante siglos: la ganadería extensiva.
27 may 2010
11:03
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