Quien naciere en Tierra de Campos, comarca castellana, es, según la Real Academia Española, un campesino o una campesina. Un campesino o campesina es también quien vive o trabaja en el campo. Añade el diccionario que campo es una palabra derivada de la latina ‘campus’, es decir terreno llano o explanada. Y pocas colinas, ciertamente, sobresalen en el paisaje de esa comarca. Fecundas y plácidas llanuras donde, allí o en otros miles de lugares, los primeros colonos de la zona se instalaron decididos a iniciarse en la agricultura, cuidando la tierra, que eso significa ‘colono’ y aquellas otras palabras con la misma raíz: agricultor, avicultor, apicultor…
Pero hoy tenemos campesinos sin tierra que cuidar, ni llana ni en pendiente, ni de regadío ni de secano. Ni en dominios castellanos, donde la especulación la sitúa al alcance de nadie, ni en otros lugares del mundo donde nuevos colonizadores -nada campesinos- se hacen con las mejores tierras, como hiciera su santo patrono Don Cristóbal. Y en lugar de cuidarlas las esquilman.
Al mismo Cristóbal, Lope de Vega le trata de villano cuando en boca de Pinzón le acusa de «que a morir nos ha el villano traído». «Al villano, dale el pie y se tomará la mano» dice el refrán. «Detente, villano», grita Superman en los cómics. Y así, siglos antes, a las gentes originarias de pequeños pueblos y villas rurales, las villanas y villanos, considerados capaces de todo tipo de actos ruines por sus patrones y extorsionadores, les robaron hasta su gentilicio. La nobleza, canta Serrat, se asignó ser y ser reconocida como los prohombres, los honorables, los distinguidos. Las gentes humildes, los gusanos.
Una palabra surgió rebelde en esas épocas feudales. El verbo ‘abonare’ expresaba, según Ricardo Soca, el sentido de «mejorar las condiciones de vida de los vasallos, limitando el poder de los señores». Abonar, devolver lo tomado, como hacemos cuando queremos mejorar las condiciones de la tierra realimentándola con abonos. Porque con el trato que le damos, pareciera que queremos agotarla, consumirla, vaciarla, extinguirla.
¿Quién le pidió permiso a la palabra consumo para situarla como punta de lanza del capitalismo?
Las palabras son las mismas, pero les cambiaron su sentido. Los poderosos hicieron y deshicieron el lenguaje a su gusto. Y así sigue vigente en muchos casos. Busquen la cuarta acepción para campesina y campesino en el Diccionario de la Academia y conocerán cómo se mantiene el desprecio y prepotencia sobre sus valores. O sepan también que la hortelana es, según ellos (porque sólo los patriarcas pueden definir así), «la mujer del hortelano».
La dignificación del campo y de los seres humanos (seres nacidos de la tierra, del latin ‘humus’, de esa fina capa de la tierra que, humilde -también de ‘humus’- es el principio de todo lo que nos alimenta) pasa también por la reparación del lenguaje.
Gustavo Duch.
El Correo Vasco.
3 may 2010
11:00
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